Turno Nocturno

El dedo

Eran las dos de la madrugada. Doña Gloria estaba en su sillón especial, metiendo y sacando sus manos en una cubeta llena de arena fina. Rambo miraba al techo acostado en el suelo, y nosotros estábamos sentados en el sillón escuchando danzones viejos en una radio muy antigua que de milagro aún servía. En esa atmósfera tan aburrida, me surgió una pregunta: —¿Han vivido algo paranormal o raro? —

—Toda la existencia es rara —contestó Hugo.

—Ya sé, pero algo aún más raro que eso, fuera de lo normal —

—Toda la existencia de mi madre es rara —dijo Rambo desde el suelo.

—¿Por qué? —pregunté mirando fijamente a Doña Gloria en busca de una respuesta. Luego recordé que ella no podía ver la mirada que le estaba echando y me sentí más tonta de lo normal. —Doña Gloria, ¿eso es cierto? —le pregunté.

—Bueno, se podría decir que sí, pero es una historia muy larga y me da flojera contarla —me dijo Gloria, espolvoreando una pizca de arena en su lengua.

—Cuéntanos, por favor —insistí tratando de ignorar que estaba comiendo arena como lo haría un niño de cuatro años en un arenero.

—Mmm… bueno. Ya que lo pides educadamente, está bien, lo haré, pero solo una parte pequeñita. Una parte que ni siquiera Gervasio se sabe. Y les advierto que voy a divagar como una anciana y es porque soy una anciana —Gloria escupió la arena de vuelta en su bote y siguió hablando. —Esto pasó hace sesenta años. En ese entonces vivía con una tía. La tía Lourdes; ella era un caso especial. —

—¿Especial? —preguntó Rambo sentándose en el suelo.

—Sí. Era una mujer extravagante, pero no extravagante elegante como yo. Ella era extravagante, pero llegando al punto de lo peculiar o de algo digno de fenómenos de circo. Fue una mujer que tenía manías extrañas. Hacía cosas como abrir y cerrar las puertas más de una vez cada que salía al patio, comenzar a caminar siempre con el pie derecho, contar las palabras que decía y anotar el número en una libreta, tener un color asignado con el día y vestirse única y completamente de ese color, hacer o comprar cosas que soñaba. Hacía ese tipo de cosas y las hacía en un orden en específico y siempre a la misma hora. También tenía mucho dinero, demasiado, al grado de que no pudo acabárselo en toda su vida, sin importar que lo regalara por la calle. Era asquerosamente rica. Supongo que los ricos pueden ser tan extravagantes como quieran —divagó, removiendo la arena.

—¡¿Qué?! ¿Por qué no tenemos un poco de ese dinero? Es tu tía, nuestra familia —interrumpió Rambo, esta vez levantándose por completo.

—Porque era mi tía, no mi madre. No tenía por qué darme algo de su dinero, no era su responsabilidad. Por eso no te había dicho nada de su dinero, porque ya sé cómo te pones cuando alguien pronuncia esa palabra —le dijo, reprendiéndolo. —Además, ya le debía mi vida después de haberme acogido a los doce años, luego de la muerte de mis padres. Ella no podía tener hijos, así que terminó criándome. Creo que también tenía un esposo, pero casi no estaba en casa —dudó.

—¿Crees que era su esposo? ¿A qué se refiere? —preguntó Hugo.

—A veces venía un hombre, ya ni siquiera recuerdo cómo se llamaba. Venía y se presentaba como el esposo de mi tía, pero ella lo único que hacía era pagarle para que se fuera de la casa. Ella le daba unos cuantos miles, y él solo regresaba para pedir más dinero. En eso consistía su relación —explicó.

—¿Tenían sirvientes y toda la cosa? —interrogué.

—Sí, bastantes. A la tía Lourdes no le gustaba encargarse de ningún quehacer y contrataba gente para todo. Tenía hasta una sirvienta especial para desabrocharle los zapatos —suspiró.

—¿Tenía muchas casas? —volví a preguntar.

—Muchas, era conocida por mudarse muy seguido. En el tiempo que viví con ella, nos mudamos cerca de doce veces. También se iba mucho de vacaciones y, cuando lo hacía, rentaba hoteles completos y se llevaba a todos los empleados para que pudieran atenderla como ella quería. Vivir con ella fue una experiencia irrepetible —

—¿Y nunca le regaló nada? —interrumpí.

—Solo una vez y ahí es donde está lo raro —un suspenso se apoderó del lugar; nos quedamos quietos, esperando que siguiera con la historia.

—¿Y qué fue? —preguntó Rambo apresurando la respuesta.

—Un dedo —

—¿Un dedo? —dijo Rambo decepcionado.

—Sí, su dedo meñique, para ser exacta. Lo hizo en mi cumpleaños número dieciséis. Ella misma se lo había amputado con un cuchillo de cocina. Me lo dio en un frasco de vidrio, flotando en un líquido transparente. Ni siquiera me explicó nada cuando me lo dio. Me lo entregó aún con las manos llenas de sangre y se fue a seguir con sus rituales raros. Ese día la casa terminó llena de su sangre y casi se muere desangrada porque se negó a ir al hospital hasta que terminó con todos sus rituales —

—¿Qué hiciste con el dedo? —pregunté.

—Lo dejé en la mesa de la cocina. Estaba aterrada y no quería mirarlo más. Le dije a una sirvienta que lo tirara a la basura y me olvidé de él por mucho tiempo. Hasta que, bastantes años después, cuando ya vivía con el padre de Gervasio, me avisaron del fallecimiento de la tía Lourdes. Cuando me entregaron la invitación al funeral, junto con ella me dieron una caja envuelta por completo en listón negro. Dentro venía el mismo dedo que se había amputado años atrás, en su frasco y todo, además de una carta que decía: “Ya me morí, esto es para ti. Guárdalo para siempre.” Entonces lo guardé. —




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