En la presidencia del pueblo:
—¿Ya los encontraron? —preguntó el presidente, entrando abruptamente en la oficina de policía del pueblo. Con su metro ochenta de estatura y semblante colérico, intimidaba a todo el que se presentara delante de él, incluyendo al oficial Ramón, el miembro más viejo de los únicos cuatro policías del pueblo y también el más viejo de todos los que conformaban las autoridades del lugar.
—Señor… —dijo el oficial Ramón casi en un susurro, levantándose lentamente de su escritorio. Sus compañeros y subordinados se escondían detrás de él, fingiendo que, de repente, los documentos en sus manos y sus botellas de agua eran la cosa más interesante de la tierra.
—¿Señor qué? Yo lo que quiero es una respuesta, ¡¿Sí o no?! —
—Aún no —
—¡Me lleva! ¡Policías de mierda son ustedes! —
—Es que los nombres no coinciden… —
—¡¿Qué?! —
—Lo que pasa es que los nombres y datos en las solicitudes de empleo que encontramos no encajan con ninguno de los habitantes del pueblo. No hay recibos de agua, ni luz, contratos o actas de nacimiento con esos nombres. También preguntamos con los pueblos cercanos, pero ninguno tiene coincidencias. Solo tenemos confirmado que el número de Rambo tie… —explicó temeroso, extendiéndole un folder grueso.
—¡Ya sé que el de él es real! ¡Yo le llamé! ¡Ese hijo de puta pensó en todo! —lo interrumpió a gritos, tomando e inmediatamente después rompiendo el folder con rabia. —¡Pues busca a ver si hay algún desaparecido o algo! ¡O si hay reportes de desaparición que encajen con las características físicas de los que trabajaban ahí! —exigió.
—Ya lo hicimos, pero ninguna de las personas reportadas como desaparecidas encaja con los trabajadores —
—Pues pregunten con la gente. Serían muy estúpidos si no notaran que alguien desapareció justo en el momento en el que se descubre un negocio para lavar dinero —refunfuñó.
—Está bien, señor —
—¡Apúrense! ¡Vayan ahora! Esto lo debieron haber pensado hace días. No puedo ser el único aquí que tiene cerebro. A este paso esos pendejos van a ser ancianos cuando los capturen —gritó, arrojándole al oficial Ramón los restos del folder roto.
—Sí, señor —exclamó el oficial Ramón, bajando la cabeza.
—Rápido, idiotas —susurró el presidente antes de salir de las oficinas tan rápido como había entrado.
El oficial Ramón respiró aliviado de que se hubiera ido. Con las miradas de sus compañeros y subordinados clavadas en la espalda, se agachó a levantar el desastre de papel que había dejado el presidente por todo el suelo. Mientras recogía los últimos pedazos, una gota de sangre resbaló por su barbilla, cosa que provocó que la furia le llenara el pecho.
—¡Puto ojete! Este se cree el presidente de la República y solo es un pinche presidentillo de pueblo. —exclamó Ramón, viendo como su trabajo de días estaba hecho pedazos. Sus compañeros asintieron con la cabeza y levantándose de sus sillas se acercaron a él.
—Sí, nos exige las cosas como si nos pagaran bien. Que mire nada más las oficinas donde estamos. Estamos todos amontonados en un cuarto viejo, de un edificio de dos pisos viejo y sin pintar desde hace años. Con tres escritorios y sillas plegables. Es más, el único librero donde ponemos todo, lo traje yo de mi casa —dijo el oficial Enrique.
—Es un maldito presumido. Aquí sí nos grita y nos habla como quiere, pero allá afuera actúa como si fuera un dios benevolente y justo, cuando aquí lo único que es capaz de dar son botellas de agua —agregó la secretaria Sofía.
—Sí, anda por ahí diciendo que él va a regresar la justicia al pueblo y que va a hacer que esos criminales paguen con cárcel y bla, bla, bla… que arreglé la oficina, tenemos únicamente dos computadoras, que aparte de viejas, hay que compartir entre todos —dijo Enrique.
—Yo escuché que ya lo quieren sacar de la presidencia por la manera en que lo hicieron pendejo —interrumpió el conserje Jorge apareciendo casi de la nada y acercándole un pañuelo y un bote de basura al oficial Ramón.
—¿A qué se refiere, Don Jorge? —preguntó Ramón tirando los papeles rotos al bote y limpiándose la cara.
—Bueno, es que ya desde hace unos días hay una página en Facebook que se dedica a burlarse de él. Hay publicaciones donde se lo comen vivo por nunca confirmar que el trabajo del lago se haya hecho de manera correcta. Otros le hacen burla por haber confiado en un fuereño para que se encargara de eso —explicó el conserje, barriendo los últimos pedazos de papel.
—Bueno, en eso si tienen razón. Se lo gana por confiado e irresponsable, porque su labor como presidente de comunidad es coordinar y revisar que las obras públicas se lleven a cabo correctamente —dijo la secretaria Sofía, provocando que los murmullos aprobatorios inundaran la oficina.
—¡Exacto! Es irresponsable y luego nosotros somos los culpables. —Se escuchó decir a una voz al fondo de la oficina, lo que provocó murmullos más altos.
—¡Silencio tontos! ¡Nos va a escuchar! —gritó Ramón, poniendo orden. —Sí, es un pendejo y es todo lo que dicen que es, pero también ese pendejo nos puede correr a todos a la verga. Además, es en parte nuestra culpa por votar por él. —
—Bueno, es que igual no había ni a cuál irle: entre un posible proxeneta, otro posible violador y el pendejo esté, era la mejor opción de los tres candidatos. Yo la verdad es que no entiendo cómo dejan postularse a la presidencia a estúpidos que solo tienen un poco de carisma —volvió a interrumpir Don Jorge.
—En eso sí tiene usted razón —dijo Sofía, volviendo a su escritorio.
—Bueno ya, vamos a trabajar antes de que venga con otra de sus exigencias —dijo Ramón. —Enrique y Valeria, vámonos; nos toca andar de entrevistadores —ordenó, y ambos policías caminaron hacia la puerta, seguidos por Ramón, quien aún sostenía el pañuelo en su cara.
—Pinche presidente —susurró Valeria. Ramón y Enrique la miraron por un segundo. —¿Qué? Es que me quede con las ganas de decirlo —dijo, riendo un poco.
—Tienes razón, ya solo le falta obligarnos a trabajar de noche al puto —dijo Enrique.
Desde lejos, Samuel, el cuarto policía y tío de Diana, observaba cómo Valeria, Enrique y Ramón se alejaban murmurando cosas. Con discreción ocultaba en su uniforme las listas de población y servicios donde aparecía el nombre de su sobrina. Estaba preocupado, pues ya llevaba mucho tiempo sin saber de ella. Su madre estaba inconsolable, mantenida a raya a base de tranquilizantes y tés, pero confiaba en que, si aún no sabían nada de ella, era porque había logrado encontrar un lugar seguro.
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Editado: 12.11.2025