—Bueno, al fin llegamos a la casa de Gabriel— dijo Rambo.
—Si no me dices, no me doy cuenta —le contenté sarcástica. —Como si no hubiera estado oculta aquí durante días, hasta que cierto pendejo nos vino a sacar —.
—Ah, sí. Por cierto, ¿cómo lograron vivir en un departamento de un solo cuarto sin matarse entre ustedes? Porque yo, teniéndolos en la casa y saliendo seguido, los quiero moler a golpes todos los días —
—A diferencia de ti, mi novio sí es cortés y nos atendía bien. No cómo tú, que apenas nos das de tragar —dijo Hugo, levantando la voz.
—Sí. Nos tienes durmiendo en el piso de la sala, y mientras tanto tú tienes tu cuarto —le reclamó Diana.
—Eres un pinche estúpido, Rambo. Mi columna me duele. Espero que te piquen el cu… —dije.
—¡Ya cállense y toquen la puerta! —interrumpió Rambo agresivamente.
—Son las putas dos de la mañana, Rambo. ¿De verdad crees que Gabriel está despierto a esta hora? —dijo Hugo, alterado. —Y baja la voz, nos ban a escuchar —
—¡Tócale fuerte pendejo! —le ordenó.
—Ay, sí, Le tocamos fuerte para que nos escuchen los vecinos —respondí, en un tono irónico. —Como si no nos faltaran problemas —susurré.
—Bueno, entonces ¿qué hacemos? A ver, tú, puto, propón una idea — ordenó, apuntando con el dedo a Hugo.
—Llámale a su teléfono para que se despierte —dijo Hugo, mirándolo con enojo.
—No tengo saldo, idiota —respondió Rambo, propinándole un zape que se escuchó en todo el pasillo.
—Shhh —los cayé.
—Haz una llamada por cobrar —
—¿Qué cosa? —preguntó Rambo, confundido.
—Tienes que poner un código y luego el número de teléfono; entonces, cuando llamas, se lo cobran a la otra persona —explicó Hugo arrebatándole el teléfono para hacerlo él mismo.
—¿Qué? ¿Eso se puede hacer? —exclamó Rambo, muy alegre. —Ahora ya no necesito saldo, los otros pagan por mí —
—¿Estás emocionado?—le susurré a Hugo.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Porque vamos a ver a mi papá —le dije en un tono burlón.
—Ay, no, ya vas a empezar otra vez —exclamó, tapándose la cara.
—¿Mi papi Gabriel me habrá extrañado? —pregunté en voz alta.
El teléfono de Rambo… si es que podemos considerar ese teléfono como suyo, se iba constantemente al buzón de voz. Incluso llegamos a pensar que algo le había pasado a Gabriel. Nota: ¿qué suena mejor, “papá Gabriel” o “papi Gabriel”? Finalmente, y para nuestro alivio, escuchamos la voz de Gabriel a través de la bocina del teléfono.
—¿Quién habla?—escuchamos decir a Gabriel con una voz somnolienta.
—Ábrenos, marica número dos, estamos afuera de tu casa —le ordenó Rambo, con la “amabilidad” que lo caracteriza y le colgó. Dentro del departamento escuchamos un arremolinar de cosas cayendo al suelo; seguramente es Papá Gabriel, asustado por el recuerdo de los golpes de la última vez, apresurándose a abrir la puerta. No lo culpo: yo hubiera hecho lo mismo en su lugar, pero gracias a Gloria, no tengo que preocuparme por él.
—¡Chicos! —gritó, pero Hugo se apresuró a taparle la boca al mismo tiempo que entraba al departamento, seguido de todos nosotros.
Dentro, el lugar se veia diferente a como lo recordaba: había más basura y ropa tirada, más semejante a la casa de alguien con depresión. Sin duda, mi Papi Gabriel no la había pasado bien estos últimos dias. Seguramente estaba muy preocupado por Hugo.
—¿Qué paso aquí? —preguntó Rambo, mirando todo a su alrededor.
—No sé… yo olvidé limpiar —exclamó Gabriel, librándose del agarre de Hugo, solo para terminar abrazándolo después. —¿Qué hacen aquí? —preguntó sin soltar a Hugo.
—La verdad… no sé —respondí con sinceridad.
—Yo vengo a hablar contigo —dijo Rambo con voz tenebrosa. —Pero antes, ¿me pasas la clave de tu internet? —
—Este… sí. Esta ahí, escrita en el modem —dijo, señalando una pequeña mesita a un lado del baño.
—Genial —dijo Rambo, pasándonos de largo —Ve preparándote; vas a ayudarnos un poco —exclamó. Nos miramos entre nosotros. ¿A qué se refería con “ayudar”? Tratándose de Rambo, no sé si sea bueno.
—El culo de papá Hugo te extrañó, Papi Gabriel —dije en voz alta.
—¡Cállate! Deja de decir ese tipo de cosas —me regañó Hugo. Diana me miró, tapándose la boca para contener su risa.
—Ja, ja, ja, Julia, extrañé tus incoherencias —dijo Gabriel, mirándome fijamente. —Los extrañé a todos —nos dio un pequeño abrazo y nos invitó a sentarnos en la sala.
—Aquí esta el hijo de puta —murmuraba Rambo, mientras buscaba frenéticamente en su teléfono.
—Bien, cuéntenme: ¿cómo están? ¿Dónde han estado? ¿Qué pasó? —cuestionó Gabriel.
—Ah, no mucho. Estuvimos encerrados un rato en la casa de una señora increíble con problemas de acumulación crónica, nos disfrazamos. ¡RAMBO SE VISTIO DE MUJER! Luego fuimos a la casa de la hija del jefe, donde nos robamos algunas cosas. Volvimos a la casa de la señora increíble, que por cierto es ciega, nos asustó su tia muerta, descubrí que mi cerebro es una sonaja y cositas así, ya no me acuerdo bien de lo demás —expliqué, evitando convenientemente mencionar a Marlo.
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Editado: 03.12.2025