—Bien, ¿y ahora qué hacemos con esto? —pregunté.
—¡Pues revisarlo!... pendeja —me contestó Rambo.
—¡Gloria, tu hijo me dijo pendeja! —grité. Rambo se estremeció.
—¡No le hagas caso tesoro! ¡Puedes pegarle si eso te hace sentir mejor! —gritó Gloria desde su cuarto.
—Pégame y te lo regreso —amenazó Rambo.
Nos miramos por un rato y, en el momento en el que se descuidó, le solté un zape justo en la coronilla, donde se está quedando calvo. El sonido fue celestial, como darle una nalgada a un pavo sin plumas. Él volteó a verme con el entrecejo arrugado y me soltó uno a mí exactamente en el mismo lugar.
—Eso se escuchó hueco —dijo mientras se reía.
—Y el tuyo se escuchó grasoso. Maldito cerdo —exclamé mientras me sujetaba la cabeza.
Inmediatamente después le solté otro, que sonó tan bien que ocasionó eco en este lugar tan lleno. Él me devolvió el zape, que casi me hizo chocar de frente con la mesa del comedor en el que estábamos sentados. Quedé mareada. Apenas pude levantar la cabeza con normalidad.
Con coraje y queriendo humillarlo, aunque sea delante de Diana y Hugo, le apunté a sus chichis de hombre:
—¿Y esas chichotas Gervasio? —dije luego de soltarle lo que solo podría describir como una cachetada, que impactó consecutivamente en sus dos pechos, lo que los hizo temblar y resonar por toda la casa.
Él instintivamente se llevó las manos al pecho para detener el movimiento y, tomando aire, me dio una patada en el costado que me tiró de la silla. Choqué contra el suelo, deslizándome un poco por la fuerza de la caída. Me quejé mientras sujetaba mi costado. Diana y Hugo nos miraban sin saber cómo intervenir.
—Mira, hasta que por fin te mueves rápido —dijo sin soltar sus chichis.
—Maldito gordo tetón —dije mientras trataba de levantarme.
—¡No me hagan enojar! —escuchamos gritar a doña Gloria.
—¡Ella empezó! —le gritó Rambo.
Pensando en cómo podía devolverle el golpe, aproveché que estaba distraído y con la boca abierta para tomar uno de los saleros sobre la mesa, quitar la tapa y metérselo completo en la boca. Él se atragantó con la sal y yo salí corriendo hacia el cuarto de su madre.
—¡Hija de toda tu puta madre! —gritó corriendo detrás de mí.
Escupía sal y tosía mientras me perseguía, y yo gritaba de la forma más aguda que me permitía mi voz infantil. Ambos estabamos a punto de llegar al cuarto de Gloria, cuando…
—¡Que ya se callen a la verga! —gritó Gloria, interceptándonos en el pasillo.
Rambo y yo nos detuvimos en seco al ver que Gloria estaba en… paños menores.
—¡Mamá! —gritó Rambo, tapándose los ojos.
—¡Mimi! —dijo Gloria en un tono burlón. —Por sus pendejadas tengo que venir así. ¿Qué problema se traen? —
Miré hacia abajo y apreté los ojos con fuerza. —Es un sueño —repetía mentalmente.
—Por cierto, tú y yo tenemos una charla pendiente —me dijo Gloria, tocándome el hombro.
—¡La puta madre! —grité por dentro, deseando con toda mi alma que no me tocara.
—Tenías que salir con tus mamadas —dijo mi voz interior.
—Ay no. ¡Otra vez tú! No es momento de que retornes a mi vida —le reprendí mentalmente.
—Yo retorno cuando se me dé la gana. Ve a hablar con la señora encuerada —dijo.
Nota: Aparentemente el trauma de ver a Gloria desnuda fue tan fuerte que retornó a mí mi voz interior. Un resumen rápido para explicar qué es mi voz interior sería: … pues que es mi voz interior, pendeja. Esta dentro de mi cabecita hueca y me dice qué hacer. El único problema es que le fascina la idea de que haga cosas que no quiero hacer, supuestamente “por mi bien”.
—No, está desnuda —le recriminé mentalmente.
—Ve de todas formas, solo cierra los ojos —me dijo burlona.
—Esta bien Gloria, pero primero hay que revisar el expediente de la hija del jefe. Es importante —dije sin abrir los ojos.
—Sí, exacto. Hay que hacer eso —dijo Rambo, nervioso.
—Ah, sí. Vamos. Les voy a ayudar —dijo la señora, pasando al comedor.
Pude escuchar la respiración entrecortada de Diana y Hugo cuando Gloria entró al comedor. No quise mirar, pero estoy segura de que quisieron arrancarse los ojos, salir corriendo o darse un tiro en la cabeza.
—¡Vengan ya! —gritó, tomando asiento.
Rambo y yo caminamos con la mirada abajo, rezando por no necesitar mirar al frente.
—Mamá, ¿no vas a ponerte ropa? —
—¿Qué? ¿Por qué? ¿O para qué? Tú, Gervasio, chupaste estas tetas y saliste por esta vagina. Ya las conoces, no te hagas el ofendido. Mis niñas, Julia y Diana, ya conocen estas partes; tienen lo mismo, solo que más firme seguramente. Y Hugo… bueno, contigo dudo que haya problema, ¿o sí? —
—No, no, no… no hay problemas —dijo Hugo, sin ocultar la incomodidad.
—¿Lo vez hijo? No hay problema —exclamó contenta. —Bien, ahora vengan aquí, tomen asiento y que alguien me lea lo que les mandaron. Les voy a ayudar porque ya no los aguanto aquí —dijo frotándose las manos.
Rambo y yo nos sentamos evitando a toda costa ver el cuerpo desnudo de su madre. Todos teníamos la cabeza agachada, mirando nuestras pantallas como si las recetas de un doctor fueran la cosa más interesante del universo. Incluido Rambo, que había sacado otro teléfono quién sabe de dónde.
—Ah sí… tenemos algunas recetas médicas de la hija del jefe. Ya revisé un poco y la mayoría de ellas hablan sobre reacciones alérgicas de su hija. Aunque también mandó algunos expedientes del jefe —explicó Diana con la voz temblorosa y sin levantar la mirada.
—¿Ah sí? —preguntamos Hugo, Rambo y yo al unísono.
—A ver, explíquenme esa última parte. Gervasio me contó un poco, pero no lo suficiente —dijo doña Gloria, con voz seductora.
—Pensándolo bien… sí está medio incómodo —escuché en mi cabeza.
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Editado: 03.12.2025