Si algo he aprendido mientras me hago mayor es que la forma en la que transcurre el tiempo “cambia”. A veces va más rápido, a veces va más lento. Es como cuando te comes una buena rebanada de pizza y piensas que se acabó demasiado rápido, o como cuando Marlo trapeó con la jeta el suelo del minisuper y también pensé que se había terminado demasiado rápido. En fin, en esta parte de mi vida, el tiempo parece haber tomado un largo respiro. Estar todo el rato caminando de un lado a otro, en la misma casa, en las mismas zonas, es tan aburrido que hasta los diálogos estúpidos de mi voz interior me resultan interesantes.
—Te odio —escuché en mi cabeza.
—Yo más a ti —
—¿Cuántos días llevamos escondiéndonos de la “ley”? —pregunté.
—Si con “ley” te refieres a un presidente de comunidad que se cree que con encontrarnos se va a volver el elegido de Dios, yo diría que ¿un mes? —dijo Hugo.
—Nah, tiene que ser más. A mí ya me sangró el culo una vez desde que estamos aquí y, según mis cálculos, ya casi se me vuelve a descalabrar la cotorra —expliqué.
—Qué asco —susurró Rambo.
—Bueno, la verdad es que… con base a mi propia menstruación… creo que… no tengo la menor idea —exclamé mientras entraba a la cocina por algo de comer.
—¿Qué? ¿No cuentas los días? —preguntó Diana mirándome fijamente.
—Nah, solo existo y ya —dije metiendo la cabeza en el refrigerador.
—¿No te preocupa tu salud? ¿Has ido al ginecólogo alguna vez? —preguntó cada vez más preocupada.
—¡¿Pueden dejar de hablar de estos temas?! —refunfuñó Rambo, levantándose de su sillón.
—¿Qué tiene de malo? —pregunté mientras me comía algo… creo que es jamón, o mortadela. “Creo que no debería estar comiendo esto crudo”.
—Nada. Solo que no quiero imágenes mentales —dijo Rambo respirando fuerte.
—¿Alguien te aventó un coágulo a la cara? ¿O cuáles imágenes mentales? Porque que yo sepa no tienes problemas con hacer sangrar a la gente a puños, y también te gusta la vagina. A menos de que tengas algo que confesar —dije provocándolo.
—Si me gustan las mujeres. Solo que no me gusta hablar de esto —suspiró.
—¿Prefieres que hablemos de eyaculaciones? Hugo puede hacer una demostración justo ahora. Digo, por si esos fluidos te gustan más… —
—Hablen de lo que quieran, yo me voy a dormir a mi cuarto —se fue caminando rápidamente.
Nota: Como venganza algún día le voy a regalar un paquete de tampones con pintura roja…mejor sangre de puerco. Será más divertido ¿Dónde consigo sangre de cerdo?
—Bueno, seguíamos tratando de entender el tiempo. ¿Alguien recuerda en qué fecha salimos de mi casa? —pregunté.
—No, recuerdo tus calzones ondeando con el viento, pero no fecha. Ja, ja, ja —bromeó Hugo.
—Ja, ja, ja —reí sarcásticamente. —Ya andas de mejor humor, ¿a qué se debe? —
—Bueno, Gabriel me dio buenas noticias sobre mi abuela, esta bien. Entonces, estoy más tranquilo —
—¿Ya fue a verla? —
—Sí, hace poco. Me dijo que esta bien, pero tuvo que comprarle muchas cosas —
—Es por esto que te dije que consiguieras uno con dinero —
—¡Oye! —
—Ja, ja, es broma. Papi Gabriel sabe ser un buen proveedor. Si fuera heterosexual, te lo robo. Es muy guapo para ti —bromeé.
—No creo que le gusten los duendes —dijo Hugo agresivamente.
—Qué confianzudo andas —
—Y tú eres muy fan de mi relación —
—¡Ya! Cállense los dos. —interrumpió Diana. —Hugo, me siento muy feliz por tu abuela, pero no debes decirle enana a Julia, es grosero. Y Julia, no seas lagartona. —dijo Diana, tomando el papel de madre.
—Yo le dije duende, lo de “enana” te lo sacaste de la manga tú —exclamó Hugo entre risas.
Diana se tapó la cara de una forma que decía: no sé qué voy a hacer con estos niños.
—¡Ay! ¿De verdad estoy tan chaparra? —me quejé.
—Un poco —dijo Hugo acercándose a mí. —Un metro cuarenta y nueve centímetros. He visto niños más altos que tú —dijo riendo.
—No sé por qué soy tan baja. En mi familia la gente mide más de un metro sesenta —exclamé poniéndome de puntitas.
—No te hicieron efecto los Danoninos —dijo Hugo. —Pero ahora que te veo bien, siento que estas un poco más alta; antes me quedabas a la altura del pezón, ahora siento que estás un poco más arriba —exclamó mientras me acercaba su pecho a la cara y aplastaba mi cabeza con su palma de su mano.
—¡Deja de hacer eso! Parece que quieres amamantarme —le dije empujándolo.
—Ok, ok. Solo quería darte un poco de esperanza —dijo Hugo alejándose. —Pero creo que creciste un poco —susurró.
—Oye, Julia. ¿No crees que necesitas zapatos nuevos? —dijo señalando a mis tenis cuarteados y sucios.
—No, así es el estilo —dije, bromeando. —Obviamente sí, pero ahora no puedo ir a una zapatería —
—Aprietan un poquito —escuché decir a mi voz interior.
—Pensé que no podías sentir lo que yo. Se supone que solo eres una voz —le reclamé mentalmente.
—Sí puedo, ¿Cuándo fue la última vez que compraste zapatos?... Oh, espera, ya recordé —
—Sí, mamá lo hizo —
—… ¿En qué mes nos despidieron? —pregunté, volviendo al tema.
—Octubre, día cuatro, a inicios de mes —dijo Diana. —Lo recuerdo muy bien, porque ese día me compré una chamarra café hermosa para el otoño —
—Preguntas: ¿por qué se nos olvida tan rápido de lo que estábamos hablando? ¿Y por qué ahora estan mirando mi ropa? —reclamé. —Sí, es vieja, no ganábamos tanto dinero como para comprar algo bueno; además, ¡¿Qué les importa lo que me pongo?! Esto no es “Juzgando a Julia” —
—Tienes razón. Si quieres vestir como pordiosera, vístete así —suspiró Hugo. —No sé qué pasa con el tiempo últimamente, siento que ya pasaron años desde que estamos aquí. Incluso ayer pensé que era lunes, ja, ja, ja —dijo riéndose.
—Chingas a tu irresponsable padre —le dije entre dientes.
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Editado: 23.12.2025