Para la primera anécdota del minisuper, recuerdo que era una noche común, sin clientes, solo Julia y yo acomodando bolsas de frituras en los anaqueles. Exactamente de la misma manera en la que ya lo habíamos hecho millones de veces antes: acumular papas caducadas en una caja y luego poner papas frescas. Monótono y aburrido. Julia se quejada del viento y yo la escuchaba. Todo normal: quejas y preguntas raras por parte de Julia, y trabajo sin rumbo ni futuro en la vida.
—Tiene más sentido y emoción vender caca en restaurante, que trabajar aquí —diría Julia.
Alrededor de las dos de la mañana, Julia tuvo que ir al baño y yo me quedé solo en el mostrador. Intentaba de pararme en el punto ciego de la cámara de seguridad para robarme algunos dulces de fresa. Estaba a punto de tomarlos cuando entró por la puerta un hombre alto y delgado, disfrazado del títere Billy que aparece en las películas de Saw. Irónico, si consideramos que ese personaje es muy pequeño en las películas, mientras él era muy, muy alto; más que el promedio.
Ni siquiera era Halloween ni estabamos cerca de la fecha, pero de alguna manera había un hombre en la tienda con trajecito de títere sádico, perfectamente maquillado y todo. Solo le faltaba el triciclo, pero supongo que no pudo encontrar uno de su tamaño. De por sí ya era extraño ver clientes a esa hora, pero el disfraz le dio un toque especial y único. Digno del turno nocturno.
—Lindo disfraz —le dije mirando hacia arriba.
—Lo sé —respondió fingiendo una voz aguda.
—¿Puedo ayudarte en algo? —le pregunté, comenzando a ponerme nervioso, pues desde que entró no había dejaba de mirarme. Ni siquiera parpadeaba. —¿Me está mirando las entradas? —me pregunté, sintiendo su mirada caer sobre mí.
—En un momento vengo —dijo y caminó en dirección a los refrigeradores de cerveza.
Su caminar era torpe, como descoordinado y “guango”. Algo así como si le faltará masa muscular. Supuse que estaba borracho y me tranquilicé, pensando en que si pasaba algo, solo tenía que ofrecerle una lata de cerveza gratis para que se fuera feliz. Además, que, por experiencia previa, lo peor que podía pasar era que vomitara o tirara alguno de los anaqueles.
Él tomó algunas cervezas del refrigerador y luego fue por las papas que acabábamos de colocar. Pude ver todo su recorrido por el minisuper, pues era tan alto que su cabeza sobresalía de los anaqueles y era visible en toda la tienda. Se detuvo frente a las papas de bolsa y se tomó su tiempo examinándolas: sostuvo chicharrones de queso, manoseo un poco los picantes y sacudió con fuerza las bolsas de papas naturales. No supe si llamarle la atención o no, pero mantuve la vista por si acaso.
—¿Tienen papas del pasado? —preguntó acercándose de nuevo al mostrador.
—¿Papas del pasado? —repetí, sin saber a qué se refería.
—Sí. Las que tienes ahí son del futuro, porque aquí pone una fecha que aún no llega —explicó.
—No entiendo a qué te refieres —pregunté. —Está marihuano —pensé.
—¡Esto es del futuro! ¡Yo quiero del pasado¡ —exclamó, alterándose un poco.
—Ok, ok. Tranquilo, déjame ver en la bodega tenemos algunas papas del pasado —dije ya con un poco de miedo. —¿Por qué siempre me toca la gente rarita? —me preguntaba mentalmente.
Dentro de la bodega me debatía en si llamar a la policía o intentar lidiar con esto yo solo, ya que al jefe no le gustaba que la policía estuviera dentro del minisuper, (ahora entiendo el por qué) Pensé en Julia, quien seguía en el baño por alguna razón. Miré a mi alrededor buscando algo con que defenderme en caso de que las cosas se pusieran feas, hasta que en una esquina vi la caja con las bolsas de papas vencidas que habíamos quitado de exhibición unos momentos atrás.
—¿Esto califica como papas del pasado? —me pregunté.
Por un lado, hablarle a la policía era lo correcto. Pero, conociendo este lugar, tardarían mucho en llegar y, para entonces, quién sabe qué podría pasar. Por otro lado, si le doy la caja y resulta ser lo que quiere, puede que se vaya a seguir haciendo cosas raras a otro lado. Además, así me evito la pereza de sacar la basura más tarde.
—Mira, buenas noticias. Encontré algunas piezas. ¿Qué sabor quieres? Tenemos nacho, sal, chile y limón…—explicaba mientras caminaba de nuevo hacia el mostrador.
El hombre me miró y dejó salir una sonrisa desencajada, como la de una caricatura. La sonrisa más grande que le haya visto a una persona. En un movimiento rápido me arrebató la caja y comenzó a examinar las fechas en los empaques. Antes de que pudiera decir algo más, giro brincando como canguro y silbando de alegría.
Por último, antes de salir arrojó un billete de $500 pesos al suelo. Yo, como el muerto de hambre que soy, me apresuré a tomarlo del piso y me quedé viendo como el tipo desaparecía entre las calles, mientras corría y cantaba a todo pulmón la canción “En algún lugar”, fingiendo su voz chillona.
—¿Qué pasó? —preguntó Julia, que recién llegaba del baño.
—No sé, pero ya no tenemos que sacar la basura —dije sin poder despegar los ojos de la puerta, que aún se balanceaba. — ¿Me ayudas a borrar la memoria de las cámaras? —pregunté, mostrándole el billete.
—Bueno —contestó, abriendo los ojos más de lo normal para ver con claridad los ceros en ese billete.
Creí que todo había terminado. Julia y yo teníamos dinero extra y menos trabajo por hacer. Pero cuando terminé mi turno y caminaba de regreso a casa, vi al mismo tipo metido en bote de basura, comiendo un pedazo de pollo rostizado. Cruzamos miradas por un momento. Él no dejó de masticar y yo seguí caminando.
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Editado: 23.12.2025