Turno Nocturno

Dos sucesos desafortunados y un borracho

Diana, Hugo y yo acechábamos con atención una caja donde sospechábamos que el gato, o perro, o animal que vive en esta casa se escondía. ¿Por fin podriamos saber con exactitud qué es?

Ese pequeño individuo ha sido un maestro del escape, pues, sin importar la hora, dónde estemos, qué tan cuidadosos seamos, o el señuelo que pongamos, nunca, NUNCA, lo hemos visto. Ni como sombra, ni como un movimiento fugaz en el rabillo del ojo. Ese pequeño rufián, tiene consigo la combinación perfecta de sigilo y suerte, ya que siempre hay algo que evita que lo encontremos: puede ser desde un leve crujido que le advierte, hasta la interrupción repentina de alguien. Siempre se salva.

Hasta el momento, se ha limitado a delatar su presencia únicamente robando pequeñas porciones de comida de la alacena y con sonidos como rasguños y mordisqueos. Esas pequeñas pistas, a pesar de ser el pan de cada día en esta casa, jamás nos han conducido a él. ¡¡Peroooo!! Tal vez hoy exista una respuesta.

Me acerqué con cuidado. Hugo y Diana detrás de mí. Compartimos una misión, un objetivo, una meta y también un temor: asustarlo. El silencio y desorden de la casa hacían que el caminar de puntillas fuera una hazaña fisica y mental, pues era necesario calcular cada movimiento, cada inhalación y exhalación.

Tenía sudor escurriendo por mi frente, los dientes y puños apretados; temblaba, no sé si de miedo o de emoción. El animal masticaba despacio, provocando leves y crujientes sonidos apenas audibles, seguramente presintiendo que estabamos cerca. Cerca de darle una respuesta a esta incertidumbre.

Apretaba el estómago, con miedo de que algun ruido involuntario arruinara todo. El pequeño dejaba de masticar cada cierto tiempo, y en esos momentos, dejábamos de respirar. Nos paralizábamos en nuestros lugares, dejando la casa sumergida en un silencio que parecía eterno. Gritaba mentalmente para que volviera a comer, para que no se fuera —Por favor, solo sigue comiendo —pensaba. Y cuando por fin lo hacía, inhalaba despacio, recibiendo una bocanada de alivio, y seguía caminando. Como jugando un juego perverso donde yo no quería perder.

¡¡¡Estamos a punto!!!

—¡Amigos! Bien, amigos —interrumpió Rambo, entrando por la puerta principal y gritando a tropezones. —Hoy… es un día es…pecial. Hoy nos vamos de viaje —dijo, levantando los brazos.

Esto, hizo que el pequeño huyera rápidamente. Solo pudimos escuchar el tenue rose de las cajas contra su escurridizo cuerpo.

—Tanto esfuerzo —pensé, mientras aflojaba mi cuerpo en señal de derrota.

Otra vez, como en muchas otras ocasiones, a ese pequeño lo salvaban. Los ojos se me llenaron de lágrimas, y por primera vez en mucho tiempo, quise llorar. Sentía una mezcla de traición, ira, desilusión, decepción y frustración.

—En esta no se pudo, pero será la próxima —susurré muy bajo, finalizando la batalla, pero esperando con ansias la siguiente.

—¿Nos acaba de llamar amigos? —pregunté, incrédula.

—Sí. Y también está borracho—dijo Hugo.

—Nos vamos para…¿dónde era? ¡Ozuluama!, en ¡Veracruz! —exclamó muy alegré.

—Este puto loco —susurré. —Claro, ¿y cómo piensas que vamos a llegar hasta allá caminando? Te recuerdo que eres un pobre diablo que no tiene dinero ni auto —lo reprendí enojada.

—Julia, creo que no es buena idea que le hables así —me dijo Diana al oído. seguramente recordando a Gabriel.

—Míralo, está muy borracho. Si se llega a enojar, solo tenemos que empujarlo para ganarle —dije, señalando a Rambo que se estaba terminando una lata de cerveza.

—No, no, no iremos caminando. Tengo un carro —contestó, sacando de su bolsa unas llaves con un llavero muy llamativo de sirena y soltando un eructo tan sonoro que me hizo sentir la vibración hasta en los pies.

—¡¿Qué?! ¿Dónde conseguiste eso? —preguntó Hugo alterado.

—Tranquilo, tranquilízate, cálmate. Se lo pedí prestado… a un amigo… y a cambio solo tuve que compartir unas cuantas botellas —dijo, tambaleándose hasta su sillón.

—Y a todo esto, ¿qué vamos a hacer ella? ¿Cometiste otro crimen y ahora tenemos que ocultarnos más lejos?—pregunté.

—No, hermanita, yo…ahhh… busque las fotos en Google mapas. ¡Si! Eso hice, y salio ese lugar en una de las fotos, tenemos que ir. Es un restaurante, se llama… ¿La cigüeña? ¡No! La Güera… ¿Alguien sabe porque la U a veces tiene dos puntitos arriba? —respondió.

—Te llamó hermanita —me susurró Diana al oído.

—Ya lo sé. Dios me libré —le susurré de vuelta.

—¿Es mentira? —pregunté.

—No, no, no, no. Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. No le arrebaté estas llaves y tampoco le robé el auto. Es más, solo debemos ir esta noche por él a su casa, él… aún lo tiene. Lo prometo —explicó.

De pronto, comenzó a tener arcadas. Los ojos se le llenaron de lagrimas y las mejillas se le hincharon. Iba a vomitar. Diana, Hugo y yo, nos alejamos instintivamente.

¡Vomitó! Y justo en la caja de muestras de perfume de su madre.

—Esto se va a poner feo —dijo mi voz interior.

—¡WACALA IDIOTA! ¡PARA ESO ESTÁ EL BAÑO! —grité.




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