Era como el mismo infierno: caos, desesperación y más de un corazón roto. Todo se detuvo en ese instante, solo se escuchaban a lo lejos oraciones entrecortadas, gritos desesperados y una sirena de ambulancia lejana que presagiaba lo inevitable
“¡Necesitamos una camilla!” “¡si no hacemos algo perdemos el paciente!”, “¡todo esto es tu culpa!” “¡Roberto!” “¡Marie!” “¡Resiste!” “¡Te amo!”.
Si pudiera retroceder el tiempo, no sé si evitaría conocerte ¿Tú lo harías? Este dolor me carcome el alma; la culpa, el corazón.
–¡Espera! -Una voz masculina aparentemente molesta interrumpió
–¿Ahora qué, Roberto?
–Si vamos a recordar cómo nos conocimos, me corresponde a mí empezar la historia- Infló el pecho exageradamente.
–¿¡Tú!? ¡Ja! No lo creo, la voy a empezar yo- Dijo de manera retadora la voz de una mujer
–¿Se podría saber por qué? Sabemos que de los dos, soy el mejor para contar historias
–Sí, pero ¿no decías siempre: “las damas primero”?
–En efecto, pero ¿la dama no decía que no necesitaba que le cedieran las cosas y que ella misma podía darse a notar?
–¡Ash! Está bien, pero luego sigo contando yo
Hace unos meses mi vida y la de esta señorita dieron un giro de 180 grados, al menos la mía así lo hizo. Antes vivía en una ciudad que no tiene nombre, estudiaba actuación y era el mejor en lo que hacía (obviamente). Trabajaba por los tardes en un teatro en el centro de la ciudad junto a mi mejor amigo David, aunque le decimos Daved, porque se siente extranjero.
Sobresalimos en la carrera y teníamos pensado tener diferentes caminos: yo quería estudiar doblaje; Daved, dirección. Creía que estaba en la mejor etapa de mi vida: éxito laboral, una relación extraordinaria y el orgullo de mi familia, incluso por parte de mi abuelo -el ser más gruñón, retrógrada y machista que pudo pisar la tierra-. A pesar de nuestras discrepancias, fue difícil asimilar su partida de hace unos meses. Recuerdo que solo pudo mirarme una vez en el escenario; fue cuando me dijo que era su favorito.
Sin contar ese agridulce momento, podría decir que todo iba muy bien, o eso creía hasta que me tocó trabajar con mi novia. Preferiría no hablar de eso; pero en pocas palabras, me rompió el corazón. Después de eso dejé la actuación y me fui de la ciudad. Me mudé a una casa que me había dejado mi abuelo para pasar las vacaciones con él. Quizás fue la nostalgia, pero sentía que era el único lugar que podía acogerme. No era la gran cosa, pero tenía lo suficiente para mí: un baño, dos cuartos, una cocina y una terraza que tenía una gran vista. Necesitaba un tiempo conmigo mismo; cuando llegué juré que nunca iba creer nuevamente en el amor, una gran idiotez de mi parte.
Un día, hice todo lo que frecuentaba hacer los lunes: me levanté a duras penas de la cama, me vi al espejo y me dije cuánto me odiaba: lo típico. Me duché y terminé mi desayuno justo a tiempo para ir al supermercado, ya que todo lo que había en casa era sopa instantánea y atún. Me sentía estudiante foráneo de universidad, supongo que algunas cosas no cambiaban. Conocía esta linda ciudad, porque pasaba las vacaciones aquí desde que era niño. Era como una tradición hasta que llegó el último verano, así que se podría decir que conozco a la gente y las calles.
Al terminar de hacer las compras, vi un lindo paisaje y me quedé un momento a contemplarlo. En plan novela dramática coreana, narraba en mi mente: “y mi vida termina así” entre otras cosas de ese estilo.
Todo se sentía calmado - quizás demasiado- hasta que esa tranquilidad se vio truncada por el ruido incesante de las bocinas, aún más de lo acostumbrado en esta parte de la ciudad. No quise darle importancia hasta que un grito me llamó la atención: “¡Estúpida, vas por media calle!” Tanto ruido me hizo dar la vuelta, ahí fue cuando finalmente la vi. Una joven caminando en una carretera transitada, tenía una tez blanca, o mejor dicho, pálida; su cabello negro y corto bailaba despeinado al son del caos de lo autos que se detenían no precisamente a admirarla. Agudicé la vista a medida que me iba acercando, pude distinguir que iba con ropa nueva, pero descuidada: por lo que quité de mi mente que fuese una vagabunda. Al darme cuenta yo ya estaba avanzando al filo de la pista.
–¡Oye! ¡Ten cuidado! -pero ella ni siquiera me miró.
Mi corazón casi sle de mi pecho al ver cómo una camioneta venía a alta velocidad
–¡Corre! –Volví a gritar y al ver que no había respuesta, solté las cosas y fui yo el que corrió lo más rápido posible hacia donde estaba ella.
No sé ni cómo pas, solo salté e hice que cayera en la banqueta. El corazón me latía a mil por hora y el cuerpo me dolía, pero sabía que había hecho lo correcto. Esperaba que mi pecho se inflara ante los agradecimientos de esa pobre alma en pena, ¡quizás hasta saldría en las portadas: “Joven valiente salva a muchacha de morir atropellada”!
–¡¿Pero qué te pasa, idiota?! ¡Aléjate!
Bien, no era la respuesta que esperaba ¿Acaso no se había dado cuenta de todos los peligros a su alrededor? ¿estaría drogada o algo así?
–¿Espera? ¿Qué? Mejor dicho, tú ten más cuidado ¡casi te matan! Un “gracias” sería mejor - Respondí a tal acto de insolencia. “Mal agradecida después de tirar mi comida al suelo”: pensé.
–Nadie pidió tu ayuda. A la próxima encárgate de tus propios asuntos –Dijo ella al mismo tiempo que se levantó y se fue con pasos ruidosos.
Al llegar a la esquina, unos policías se acercaban a un carro que se había subido a la banqueta. Solo escuché a un hombre decir: “Una mujer loca estaba caminando en plena carretera y por eso terminé aquí. Seguro se tiró a propósito por el seguro ¡ya no saben qué hacer para conseguir fármacos!”. Por mi parte, me dispuse a recoger las cosas del suelo; sin embargo, cuando empecé a caminar no logré dar dos pasos y volví a caer.
–¡Auch! -Fue mi grito al darme cuenta de que me había pasado algo en la pierna, no podía caminar.
Intenté buscar mi celular en mis bolsillos, pero fue en vano. Vi a mi alrededor, no había muchas personas en la calle y los policías se veían más ocupados tranquilizando al chofer histérico que en comprobar si había heridos. Fue cuando me di cuenta que la joven de cabello corto había detenido su huída. Parecía que se encontraba en un conflicto interno.
–¡Demonios! Vamos, te ayudo -Se acercó a mí y tomó mi brazo para que me apoyara en ella-
–¿Ahora me vas a ayudar? ¡Piérdete! –Dije molesto intentado moverme, al ver mi inútil intento, ella me tomó con más fuerza-
–No seas terco. Te estoy pagando el favor. Ahora vamos a que te vea un doctor o alguien ¡Qué no ves que tengo prisa!
–Espera ¿por qué tanta prisa? No… ¿Estás huyendo de la policía? -Intenté soltarme ¿qué tal si era una asesina en serie o una violadora de hombres que quería quitarme la inocencia?
–¡Alto! Basta, deja de moverte. Estoy huyendo, porque el carro chocó con un poste de luz por mi… Ejem… culpa. Fue un error, pero no por eso quiero ir a la cárcel - Suspiró - Así que deja que te lleve, yo pago la consulta - Dijo con un tono molesto, pero a la vez desesperado.
La miré con desconfianza, pero finalmente cedí. Fue entonces cuando vi a un oficial que iba corriendo hacia nuestra dirección. Sé que los actores debemos tener un temple de acero y prepararnos para afrontar momentos llenos de tensión en la que las cosas se salen del guión, pero también es conocido que la forma de salir de ello es la improvisación. Por ello, en un acto desesperado tomé la cara de la mujer sin nombre y junté nuestros labios.
Fue un choque algo violento y descolocado, como si me sostuviera en pie apoyándome en su cara. Su mirada estaba fija en mí por primera vez en esa tarde, pues la desviaba al vacío cuando empezábamos a hablar. Ella olía a sudor y alcohol, ¿o tal vez era yo? Solo sé que esos segundos fueron terriblemente incómodos y a la vez llenos de adrenalina. Podría haber seguido hundido en mis pensamientos sobre besar a una extraña después de salvarla de un intento de suicidio, pero la voz del oficial: “¡Esa parejilla se me separa no se pueden mostrar tanto amor en la calle!” fue lo que me hizo reaccionar. Afortunadamente solo nos dio una mirada desaprobatoria y se fue corriendo.
–¡Fiu! Estuvo cerca
No quería mirarla, avergonzado de la gran estupidez que hice. Ya estaba despidiéndome de mi otra pierna
–Oye yo..
–Gracias, supongo. Aunque estoy segura de que había otros métodos menos invasivos de mi espacio personal - Se limpió la boca con su manga- Vamos a llevarte al hospital, iré por un taxi -Me quedé desorientado con su respuesta-@
Y así nos fuimos. De camino al hospital en mi mente se formaron 3 conclusiones respecto a esa chica despeinada: Uno, era del tipo que le gusta imponer o como yo las llamo “mujeres con complejo princesa”. Dos, lo mejor era evitarla, solo esperaría a que llegue el doctor y de ahí cada quien por su camino. Tres, ver tantas novelas hasta quedarme dormido puede llevar a confundir la realidad con la ficción.
Mientras estábamos en la sala de espera, ella no dijo ni media palabra, incluso parecía que estaba solo. Cuando llegó la hora, estaba dispuesto a decirle gracias y hasta nunca; pero el doctor la dejo pasar.
–Disculpa las molestias, señorita - Le dije un poco apenado y forzado, a lo que ella solo respondió con un movimiento de cabeza.
El doctor después de ver el estado de mi pierna mencionó que debía cuidar mucho más de mi salud y estilo de vida. No lo negaré, este tiempo he vivido a base de alcohol y comida rápida.
–Al parecer su dieta se caracteriza por ser “súper sana” -Mencionó con sarcasmo – se puede ver en los estudios que tiene más alcohol que sangre y que sus huesos son débiles de un tiempo para acá, por ello su caída fue peor. Así que le recomiendo una dieta balanceada y dejar el alcohol al menos un mes para que su cuerpo de desintoxique y que su novia lo tenga vigilado.
– ¡No somos pareja! –Respondí de inmediato-
– Esos son detalles. En fin, joven, usará un yeso por lo menos 25 días, no podrá hacer demasiado esfuerzo físico; por lo que necesitara ayuda en su casa ¿Tendrá alguna persona que pueda cuidarlo?
– Bueno…
¡¿Cómo digo que no tengo quien me cuide?! Ni mis padres se deben enterar, a la primera señal de que casi me mato solo me querrán de regreso ¡no puedo vivir de nuevo ese infierno! Estaba a punto de decirle que sí solo para salir de esta extraña situación, al cabo que estoy muy bien so...
– Yo lo cuidaré –Se escuchó la voz de una joven, era la chica– Puedo hacerlo
–¡¿Espera qué?! –Dije anonadado–