Una semana atrás, Ruslán paseaba por su nueva casa y dudaba si lograría llevar a cabo el plan. Y hoy ya estaba todo decidido.
Entonces tuvo que compartir los detalles con su contable jefe y amigo, Demetrio, y escuchar su murmullo constante al oído. Demetrio estaba descontento por algo, pero Ruslán no prestó atención. Los contables siempre están descontentos cuando compras demasiadas empresas e inmuebles.
—¿En serio piensas comprar toda la ciudad? —se indignaba Demetrio—. La fábrica de tuberías apenas salió a flote, y aún hay que invertirle un montón de dinero. Tuviste suerte de que haya una oportunidad allí, de lo contrario todos los que metiste en la inversión te habrían despedazado vivo. ¿Y la fábrica de reparaciones? ¿Y esos “Recursos Energéticos”? ¡Y ahora encima compras casas! ¿De verdad piensas mudarte aquí?
Ruslán se giró bruscamente hacia su amigo y siseó:
—No dejo a medias lo que empiezo. Te lo advertí desde el principio.
—Pero ¿para qué necesitas una casa tan enorme? Dos plantas, cinco dormitorios, tres estancias en el sótano, una sala con chimenea… ¡Aquí podrías abrir un hotel!
—Traeré aquí a mi esposa.
Demetrio abrió mucho los ojos y preguntó lentamente:
—¿Piensas casarte con esa Nina tuya?
Ruslán negó con la cabeza.
—No. Con la sobrina de Navarro.
El contable casi se atragantó con el aire.
—¿Hablas en serio? ¿Te has vuelto loco? Entonces ¿ya te has reunido con él?... ¿o con ella? ¿O cómo…? —No encontraba palabras, así que las preguntas salían atropelladamente.
—A ese desgraciado se lo propuse hoy. A su sobrina aún no la he visto. Es su única familia cercana, la protege como si fuera oro puro.
—¿No la has visto y ya piensas casarte? ¿Y si ella no quiere?
—A cambio de ella le ofrecí algo demasiado tentador para Navarro. Creo que, después de tal propuesta, el tío encontrará la forma de lograr que quiera… Y sobre no haberla visto, no es un problema. No me caso por un gran y luminoso amor. Al fin y al cabo, solo tiene veinte años; aunque no sea una belleza, todavía es fresca.
Demetrio frunció el ceño al oír a su amigo hablar de una chica desconocida como si fuera una mercancía y no una persona.
—Deja de hablar así, ¡o acabarás siendo peor que él! ¿Piensas arrastrar a una chica inocente a tu venganza?
Ruslán se encogió de hombros.
—Ella es solo otra herramienta para ajustar cuentas con ese bastardo. Pero si no queda otra opción… no dudaré.
—No lo conseguirás —dijo despacio Demetrio—. No eres así. No podrás.
—Claro que podré —respondió Ruslán en un tono que no dejaba duda alguna sobre su seguridad.
…Y ahora esa chica estaba sentada a sus pies. Ruslán no apartaba la mirada de Polina mientras su tío balbuceaba algo en tono disculpatorio y cortés. Él no escuchaba.
La chica limpió con cuidado la mancha de café, todo lo posible, y luego levantó la mirada y dijo:
—Parece que quedará marca.
—Tal vez quede —respondió él, atrapando su mirada.
Nunca había visto unos ojos así. Claros, con un matiz azulino. Puros, casi transparentes, del color de un arroyo de montaña. Parecían irreales junto con el cabello castaño oscuro de la chica. Y además tenían algo… ¿asustado?
Ruslán no podía deshacerse de la sensación de que Polina le recordaba a un animalito salvaje acorralado. No era así como debía verse la sobrina criada con amor del tío, como todos contaban. Unas sospechas desagradables se removieron en su estómago.
Y la expresión con la que estaba sentada a sus pies… No es que lo inquietara, pero despertaba instintos extraños, todavía demasiado débiles para identificar.
Polina se levantó, llevó la toalla a la cocina y volvió para sentarse en el otro sofá, justo enfrente.
—Polya estudia gestión en nuestra universidad —empezó a contar Navarro—. Ya está en cuarto curso…
Sonaba como un anuncio publicitario.
¿Por qué tanta comedia?, pensaba Ruslán, si ya estaba todo acordado. A ese bastardo le daba un placer especial el teatro. ¿O solo quería parecer buena persona? ¿Para qué? Ah, claro, aún no sabía que Ruslán conocía su verdadera naturaleza.
Polina miraba al suelo con un gesto inmutable, como si intentara abstraerse para no oír que hablaban de ella. Intentaba ocultar con todas sus fuerzas lo incómoda y desagradada que se sentía.
El tío comenzó a contar una historia ensayada sobre cuánto adoraba a su sobrina. En ese momento sonó su teléfono. Lo tomó de la mesa y frunció el ceño.
—Es una llamada importante, me ausentaré unos minutos —dijo al levantarse.
Ruslán siguió a Navarro con la mirada hasta la puerta junto a las escaleras. En el salón cayó un silencio pesado y asfixiante.
Polina vaciló. ¿Debía preguntar algo cortés? ¿Cumplir el papel de la buena sobrina y terminar la historia de su tío? ¿O en esos pocos minutos averiguar si ese Ruslán quizá era su leñador?
Abrió la boca para hablar, pero se cruzó con su mirada, y las palabras se atascaron. Él recorría su figura con los ojos como quien observa una piedra al borde del camino: algo completamente irrelevante. Un objeto que cayó por casualidad en su campo visual y no merecía atención, pero alrededor no había nada más interesante.
Incluso en esa mirada indiferente, Polina percibió peligro. Ya había tratado con suficientes hombres peligrosos como para reconocerlos al instante. Y Ruslán era uno de ellos.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —preguntó él.
—Quizá usted…
—Puedes tutearme.
—Quizá estás aquí… por mí.
Sus propias palabras le parecieron demasiado atrevidas y seguras, pero a Ruslán no lo sorprendieron.
—Por ti —respondió él, corto, esperando sus preguntas.
Polina preguntó algo muy distinto a lo que él esperaba:
—¿Debo temerte?
La pregunta se escapó sola, pero dio justo en el blanco. Las cejas de Ruslán se alzaron.
—Debes —respondió sin dudar.
Ella bajó los ojos, pero al instante los alzó con brusquedad al oír lo siguiente: