Tuya por el punto tres

3.

¿Qué suelen decir los padres o tíos cariñosos a sus hijas o sobrinas antes de la boda? Por alguna razón, Polina estaba segura de que no esto:

—Entiendes que él necesita mis contactos y, por eso, necesita a mi sobrina. Si de repente ni mis contactos ni tú misma vuelves a serle útil, te desechará sin pensarlo —dijo el tío—. Pero tú siempre tendrás adónde volver. Así que sé una chica lista y recuerda quién es más importante para ti.

Vaya, con que incluso cerrando un acuerdo beneficioso con Ruslán, el tío calculaba todos los movimientos.

—En vuestra casa podrían aparecer distintos documentos que me serían útiles. No olvides hacerles fotos y enviármelas en cuanto veas algo. Y si oyes algo interesante, también me lo dices. ¿Entendido?

Polina asintió, armando mentalmente el rompecabezas. Resulta que el tío quería matar dos pájaros de un tiro: negociar algo a cambio de su mano y convertirla en espía. ¿Y Ruslán sospechaba algo? ¿La usaría como agente doble o tenía sus propios motivos?

Estas preguntas no le daban paz a Polina durante largas noches.

La preparación para la boda pasaba completamente de largo para ella. De vez en cuando oía cómo el tío acordaba algo por teléfono, pero no intervenía ni preguntaba nada. Quería distanciarse y fingir que se trataba de alguien ajeno, que no tenía nada que ver con ella.

Vivía su misma vida de siempre, esperando el día D con temor y aprensión. Lo único que debía hacer era elegir el vestido de novia. Para su sorpresa, el tío dejó ese asunto por completo en sus manos, y Polina obtuvo la oportunidad de pasar más tiempo fuera de casa, recorriendo salones nupciales. Iba con Katia, que zumbaba sin parar sobre tendencias de moda. Ella sería la dama de honor y preguntaba a Polina sobre todos los detalles de la boda: dónde sería, en qué estilo, qué vestido elegir para sí misma. Pero la novia no podía responder a ninguna de esas preguntas.

Al final compraron un auténtico vestido de princesa y ahora, el día de la boda, Polina estaba con él puesta, de pie junto a Ruslán bajo el arco nupcial. El vestido era color marfil, con hombros descubiertos y un corpiño en forma de corazón. El corsé estaba adornado con un bordado elaborado, perlas y lentejuelas, y un cinturón perlado marcaba su cintura. La falda de malla, de varias capas, tenía un corte en A y terminaba en una cola modesta. La espalda, bordada a mano con encaje francés, era lo suficientemente alta como para cubrir lo que Polina no quería mostrar. Encima llevaba además una capa transparente con detalles de encaje.

Los recién casados acababan de decir “sí”, firmar y tomar en las manos una copa de champán. El cristal caro tintineó, y los invitados comenzaron a murmurar animadamente.

—¡Felicítanse como marido y mujer! —dijo la maestra de ceremonias.

Sus palabras se diluyeron en el bullicio, pero llegaron perfectamente a los oídos de Polina. La lengua aún le cosquilleaba agradablemente por el champán cuando Ruslán la giró suavemente hacia él. Por fin entendió que el primer beso como matrimonio debía suceder ahora.

Miró a su esposo. Con su clásico traje negro y pajarita, estaba impresionante, podía pasar por una estrella o un dandi de sociedad. De esos hombres que hacen latir el corazón más rápido. Bueno, si no les tienes miedo.

Él empezó a inclinarse, y en vez de cerrar los ojos y acercar los labios, Polina se echó hacia atrás de manera involuntaria. Solo pasó desapercibido para los demás porque Ruslán reaccionó al instante, sujetándola por la cintura. Sintió cómo la recién esposa se tensaba entre sus brazos y sus ojos brillaron de forma nada amable. Sus miradas se encontraron. Escuchando el ritmo entrecortado de su corazón, ella dudó sobre cómo debía actuar. Cuando pensaba en el matrimonio, imaginaba cualquier cosa y calculaba todo tipo de escenarios, pero no pensó en algo tan natural como los besos del día de la boda. Quizá porque hasta ese día ni siquiera sabía cuál sería la ceremonia ni qué tendría que hacer. Y resultó que el tío se había esforzado en organizarlo todo de la manera más tradicional posible.

Polina apretó los puños e intentó mantenerse firme. Ruslán lo veía todo: su confusión, su incomodidad, su miedo. Estaban de perfil hacia el público, y él inclinó la cabeza para tapar el rostro de su joven esposa. Sus labios suaves rozaron apenas la comisura de los suyos y se detuvieron allí, sin avanzar. Los detalles del beso quedaron ocultos a los ojos ajenos. A Polina la recorrió un escalofrío, pero exhaló aliviada al comprender que el beso no se volvería más íntimo.

Un beso con él, su ahora esposo legal, el mismo que le advirtió que debía temerle. Con un hombre al que apenas veía por segunda vez, pero al que tendría que ver cada día a partir de hoy.

Dentro de ella revoloteaba una sensación extraña, con sabor a salsa rara de un restaurante asiático: amarga y dulce a la vez. Por un lado, hoy era el tan esperado día en que se liberaba de la tutela del tío. Por otro, este día no le daba verdadera libertad. Pero quería creer que, al menos, la libertad estaba un paso más cerca.

Sumida en sus pensamientos, Polina apenas prestaba atención a lo que ocurría alrededor. La gente se acercaba, los felicitaba, se tomaba fotos.

La ceremonia era al aire libre, en algún complejo campestre lujoso. Al alejarse del arco, los recién casados se encontraron en una gran plaza adoquinada con mesas distribuidas. La zona del restaurante estaba al aire libre, pero bajo un techo sostenido por columnas y vigas de madera, todo decorado al estilo de un club campestre. Una bordura de piedra de medio metro rodeaba el espacio, y altos tuyos servían de muros naturales.

Había más gente, llovían felicitaciones, flores, y luego el primer baile, el inicio del banquete… Todo parpadeaba y flotaba ante sus ojos en imágenes borrosas; el maestro de ceremonias hablaba sin parar, sonaba la música, el tío feliz daba un brindis. En ese momento Polina empezó por fin a recobrarse. A duras penas obligó a sus labios a formar la sonrisa correcta de una buena sobrina, pero para no mirar al tío volvió la cabeza hacia su esposo. Él parecía tenso. Sentada tan cerca, notó cómo se contraían los músculos de su rostro y el tono acerado de su mirada. Le pasó por la mente que Ruslán miraba al tío como a un enemigo, pero Polina se sorprendió de su propia suposición y la desechó enseguida. No, no habría hecho una alianza con un enemigo ni se habría casado con la sobrina de un enemigo.




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