Él aclaró todo con Nina por teléfono al día siguiente de su visita. Le explicó de manera muy clara que no se atreviera a volver a hacer semejantes cosas. Pero en lugar de disculparse y prometer que no se repetiría, ella armó una pelea, sin olvidar sazonarlo todo con acusaciones e insultos hacia Polina.
—Tu esposa es una víbora insufrible —siseó Nina, recordando cómo Polina la había puesto en su lugar.
¿Polina, una víbora? Ruslán no pensaba tolerar algo así. Le dijo que Nina podía quedarse en el piso hasta fin de mes y que luego se largara, que no quería verla nunca más.
—Y no vuelvas a molestar a mi esposa. Ya sabes que esto puede terminar mal —añadió.
—Fuiste tú quien me convirtió en esto —soltó de repente Nina.
Se recompuso al instante, cambió la entonación y bajó la voz. Parecía otra, igual que cuando se conocieron.
—Tú necesitabas una chica para la cama, así que yo fui como tú querías. No hacía preguntas, acepté ser tu amante, fingí ser una muñeca tonta… ¿Y ahora simplemente me cambias por una cría cualquiera?
Tenía razón, y solo por eso él no le cerró la boca de inmediato. Ruslán respiró hondo y soltó el aire lentamente. Habló más tranquilo, pero igual de frío:
—Tú aceptaste esto.
—Si no lo hubiera hecho, habrías encontrado a otra.
—Correcto. ¿Y qué es lo que ahora no te gusta?… No deberías haber esperado más. ¿Cuántas veces te advertí que no podía darte nada más?.. Te dejo pasar esta estupidez de venir a mi casa solo porque lo pasamos bien juntos.
—Me presentaste a tu tía, a tu madre, a Demetrio. Yo pensé…
—Fue casualidad, no te engañes.
Resultó que romper una relación de varios años no era tan difícil si no estaba sostenida por verdaderos sentimientos. Nina, sin embargo, no pensaba rendirse tan fácil y le suplicó una última cita para hablar. Ruslán no prometió nada, pero dijo que, si encontraba tiempo ese fin de semana, se verían. Sin embargo, la decisión espontánea de llevar a Polina consigo implicaba que ya no encontraría ese tiempo, y no le molestaba en absoluto.
Ya anochecía cuando él y Polina se acercaban a D***. A esa hora, la ciudad brillaba con luces, y Polina observaba todo pegada a la ventana. Hacía tanto que no salía de su propio pueblo, que incluso el mismo río le parecía distinto allí, y los edificios parecidos le resultaban más interesantes.
Ruslán la miró de reojo y se quedó observándola sin querer. Era la primera vez que veía una expresión tan luminosa en su rostro: sin miedos, sin preocupaciones, sin tensiones.
—¿Has estado aquí antes?
—Vine un par de veces en el colegio, a olimpiadas de ajedrez. Y después… una vez más.
Una vez, cuando intentó huir en tren desde D***.
Ruslán recordó que en la información que había recibido sobre Polina se mencionaba que había practicado ajedrez en la escuela, así que no preguntó más.
—Si quieres, mañana por la tarde podemos ir a algún sitio. O damos una vuelta por la ciudad.
Carraspeó y se aclaró la garganta, incómodo con su propia propuesta. Salir a algún sitio, pasear… ¿qué le pasaba?
A Polina aún más le sorprendió oír algo así.
—Sí, me gustaría.
Le cosquilleó algo agradable cerca del corazón. Claro que quería ir a algún lado, caminar, mirar, ver otra vida.
Ruslán explicó que tendría unas cosas que hacer al día siguiente, pero por la tarde encontraría una hora o dos para pasar juntos.
No fueron a su ático, sino directamente a la casa de sus padres. Ya al llegar, Ruslán explicó con contención:
—Mi madre está enferma, no te extrañes por lo que diga.
Polina entendió todo con una sola frase. Era evidente de qué enfermedad se trataba. Problemas de salud mental.
Pero en cuanto entraron en la casa, los recibió una mujer que parecía perfectamente sana: una rubia teñida de unos cincuenta años, con uñas llamativas y una blusa ancha a la moda.
—¿Tía? —se sorprendió Ruslán.
—¡Oh, a quién tenemos aquí!
La mujer juntó las manos, lanzó una mirada poco amable a su sobrino y luego evaluó a Polina de arriba abajo con insistencia.
—¿Tu esposa?
—Les presento a mi esposa, Polina. Y esta es mi tía Lara.
—¡Buenas noches! Un placer —respondió Polina.
Estaba algo desconcertada por aquel encuentro inesperado, ya que no sabía que existía una tía. Ruslán tampoco parecía muy contento de verla ahora. No era por mala relación —al contrario, los últimos años la tía había sustituido a su madre—. Pero él no la había invitado a la boda y sabía que ahora tendría que explicarse.
—Lo mismo digo —suspiró Lara—. Pasen, ¿por qué se quedan en la puerta?
Dio media vuelta y fue hacia la sala. Se comportaba como la dueña de la casa, aunque venía a ver a su hermana solo una vez cada varias semanas. Ruslán ya lamentaba haber decidido quedarse a pasar la noche allí y no en su piso.
La madre de Ruslán descansaba en su habitación y la tía insistió en no molestarla.
—¿Te quedas mucho tiempo? —preguntó él, acomodándose en el sofá del salón y sentando a Polina a su lado.
Desde pequeño él la trataba de tú, y ella no reclamaba. Vivía en otra ciudad y cuando venía, se quedaba una semana o varios días.
—Unos dos o tres días. Así conozco mejor a tu esposa…
Mientras hablaba, apretaba los labios tras cada palabra, como si estuviera enfadada. Le hablaba a su sobrino, pero miraba fijamente a la nuera. A Polina ese vistazo le helaba la piel, así que instintivamente se acercó más a Ruslán.
—Ni siquiera avisaste de la boda, me enteré por otras personas —dijo la tía.
Ruslán puso los ojos en blanco. No avisó porque ese matrimonio no debía ser real. Creía que su familia ni siquiera llegaría a cruzarse con Polina. Y ahora él mismo la había traído a la casa paterna.
—Fue algo rápido, sencillo, no hicimos una gran celebración —explicó con desgana.
A la tía no le convenció demasiado la excusa. Pero no pretendía seguir interrogando a su sobrino; Ruslán no era de quienes toleran eso por mucho tiempo. Ella, aún frunciendo el ceño, se relajó un poco y empezó a hablar de la salud de su hermana y de sus propios asuntos.
—¿Y ustedes se quedan varios días? —preguntó, señalando la bolsa junto a la puerta.
—Volvemos el lunes por la mañana —respondió él—. Voy a llevar las cosas arriba, vuelvo enseguida.