Cuando todo inicia.
30 de julio. Hace 10 minutos que sonó mi reloj despertador y aun así, continúo envuelta en mi calientico y acolchado edredón. Estoy librando una batalla brusca y agotadora en mis sueños para descifrar las ráfagas de imágenes que vienen desordenadas a mi mente. Rostros desconocidos y lugares para nada familiares se muestran difusos confundiéndome y dejándome con un sentimiento que me dan ganas de llorar.
A través de la inquietante bruma que forma parte de mi sueño, un fuerte y varonil rostro se hace visible, resaltando en medio del desorden de imágenes que me atormentan. Unos hermosos y profundos ojos negros me miran, demandantes y llenos de urgencia. Me estremezco, su mirada despierta en mí una vorágine de sensaciones cada una más potente que la otra, estoy congelada por su mirada cuando siento una extraña esencia, enfriando todo alrededor, nos envuelve y sé que algo está mal con esa niebla.
Mi mirada es atraída nuevamente a la poderosa fuerza de la mirada de ese hombre, sin embargo, y a pesar del frío que nos rodea, su mirada refleja una ternura casi dolorosa y un impactante entendimiento me invade. Esos oscuros ojos “me” necesitan.
— Ven a mí…
Mi corazón da un gran latido y se acelera. Calor recorre mi pecho, la voz del misterioso hombre es grave y profunda, rota y suplicante.
— Te necesito…
Agonía y desesperación me invaden, siento que debo ayudarlo. No, yo tengo que “ir” a él, es lo que esos pozos negros demandan.
— Eres mía…
— Si… yo soy suya. — No. Digo ¿Suya?
— Si… Tú eres para mí…
— Si… quiero ser “suya”.
Haciendo un descomunal esfuerzo trato de acercarme, su mirada y su hipnotizante voz me envuelven potente y desgarradoramente suave. Con acuciante desesperación fuerzo mis pasos pero hay una fría oscuridad que me impiden lograrlo. Las imágenes se hacen más y más difusas, me voy sintiendo cada vez más lejos en vez de estar más cerca. Un terror me sobreviene junto con una espantosa sensación de vacío y soledad. No quiero alejarme, la simple idea me dan ganas de llorar, el dolor explota dentro de mi derrumbándome y grito.
— ¡Noooo!
Un escalofrío recorre mi espina dorsal, haciéndome temblar bajo mi grueso edredón azul de cuadros. Mi corazón late desbocado. El silencio de mi habitación me saluda implacablemente.
— Pero que… ¿Qué fue eso…?
Estrujo mis ojos y lleno de mucho aire mis pulmones, soltándolo bruscamente después. Aun puedo sentir el frío recorriendo mi piel así que estiro mi mano derecha y tomo el control de debajo de la cama lo levanto y apunto al aire acondicionado, aprieto el botón rojo que lo apaga, y lo dejo donde mismo. Ahora sí puedo considerar pararme de mi cama.
Cristo, tuve un sueño muy extraño ¿Habré tenido una pesadilla? Jesús, me muevo para salir de debajo del edredón y siento que lo hago a la velocidad de una tortuga. Controlo mis sentidos, parece que quieren explotar por la adrenalina que corre ahora a mil por mi sistema. Y una sensación familiar me embarga.
Sé que no estoy sola.
Me toca abrir los ojos y no quiero hacerlo. Al fin y al cabo, nunca logro ver lo que mis sentidos me dicen que está ahí, y aunque abra mucho mis ojos y me esfuerce en ver algo, nunca veo nada. Los siento a mi alrededor porque me hormiguea el cuerpo, ignorarlos es toda una batalla para mí porque a pesar de todo me atrae, quiero poder mirarlos. Uno por uno abro mis ojos.
Mierda. Digo, guao. La oscuridad es asombrosa en mi habitación, apenas un pequeño resplandor sale por el borde de las cortinas que cubren las ventanas. Sin embargo, puedo identificar algo parecido a una sobra. Está parada junto al pie de mi cama y me está mirando. Parece inquieto y eso me inquieta a mí. ¿Será que sabe algo acerca del súper y extraño sueño que acaba de impactarme? Nah, no creo.
Que afortunada soy. Desde muy pequeña, en el transcurso de mi crecimiento, me he topado con estas silenciosas sombras, oscuras y de variedad de figuras. Creo que son masculinos pero es muy difícil para mí saberlo ya que se me es imposible detallar algo de sus formas. Los he visto altos, gorditos, grandes, pequeños, delgados y encorvados. Algunas veces me miran, no veo sus ojos pero sé que me miran por la forma en cómo se quedan inmóviles.
No importa en donde estuve durmiendo. En la casa de mis abuelos, en las fincas de mis tíos, nunca he sabido porqué, para qué o qué interés tendrán en dejarse ver conmigo ya que nunca han interactuado conmigo. O con cualquier persona en tal caso. No me atacan y eso hace que pueda vivir relativamente tranquila mi vida. Pudiera considerarse espeluznante, sin embargo hablar de ellos es una tarea extremadamente difícil para mí. Nunca le he contado a alguien acerca de ellos. Bueno... una vez lo intenté en la escuela y terminé en la oficina del psicólogo, preguntándome si mi padre me tocaba o si algún familiar me tocaba, por Dios. Así que más nunca quise mencionárselo a alguien. Quizás la próxima terminaría con un pase directo al psiquiatra y luego a algún lugar de locos donde los amarran, electrocutan o mantienen bajo pastillas.