Lo que Hay que Soportar
Eiden había dejado frío a Rick, quién lo miraba atónito parado en la sala del townhouse. Su primo Rick le había dado largas charlas muchísimas veces tratando de sacarlo del túnel de soledad en el que había caído desde que se fue a vivir a España.
Después de aquella terrible tragedia, Eiden había cambiado muchísimo su manera de ser. Más nunca había sido el mismo. Eiden Fernández había sido un hombre acostumbrado a hacer lo que se le diera la gana. De niño siempre había sido el gallito del grupo. A pesar de que era un chico delicado, delgado y de aspecto enfermizo, no dudaba a la hora de enredarse a puños con quién se metiera con él.
Eiden era como las pilas energizer, duraba y duraba y duraba para que llegara a cansarse. Siempre metido en problemas en la escuela, liceo, en la plaza del pueblo y por supuesto, problemas de faldas. Terribles y escandalosos problemas de faldas ¡No pelaba a ninguna! En las fiestas patronales de cada pueblo se aparecía solito pero siempre terminaba enrollado por uno o por tres días en las piernas de alguna campechana. Soltera o no. Eso no le importaba.
Sin embargo ahora, oficialmente Eiden estaba dañado en el área de las mujeres. Se había vuelto exclusivo con las féminas. Sólo cuando realmente las necesitaba accedía a llegar al acto sexual y previamente las sometía a rigurosas evaluaciones y siempre les advertía de que nunca serían más que un momento de sexo y ya. Jamás aceptaba tener algo con mujeres casadas. Increíblemente, ninguna le chillaba, quejarse era perder y ninguna quería perder la oportunidad de sexo con Eiden. Si alguna trataba de dársela de lista albergando ilusiones de obtener un trato diferente, Eiden las alejaba por completo y jamás permitía que lograsen contactarlo nuevamente.
Aquella endemoniada tragedia había sido la causa de que Rick y Eiden se hubiesen unido de la forma en que lo habían hecho. Una tragedia que llenó de amargura y sumió en una terrible oscuridad la vida de Eiden. A raíz de tan lamentable desgracia, Eiden había salido disparado de la finca donde vivía con su familia. Remordimientos y miradas de desaprobación lo perseguían a donde iba. Su padre evitaba verlo. Sus hermanos no podían estar en el mismo espacio que él.
Eiden había decidido apartarse de todos y se mudó a vivir a España. Rick era contemporáneo en edad con Eiden y uno de los pocos que no lo habían echado a un lado, a pesar de todo. Lo recibió con calor y fuerza en el aeropuerto y lo acogió con afecto y silenciosa comprensión en su apartamento de Madrid.
Eiden no hallaba la forma de agradecerle a su primo por haberlo acogido en medio de la fría tormenta que había envuelto su vida. De otra forma no sabía qué hubiera sido de él.
— No tienes idea de lo feliz que me hace escucharte decir eso primo —con una sonrisa de oreja a oreja Rick se dejó llevar por Eiden hasta que llegaron donde estaba el bolso tirado en el suelo. Eiden se agachó para recogerlo y comenzó a buscar algo—. Ya les envié un mensaje de texto a las chicas así que ya saben que vamos por ellas. Eiden, me gustaría saber… más o menos… —frotando las manos nerviosas por sus pantalones Levi’s desgastados, Rick miraba con el ceño fruncido a Eiden que parecía estar buscando una aguja en el bendito bolso de deporte— me preguntaba… ¿Qué hizo que te decidieras a tomar la decisión de actuar de forma diferente?
Gruñendo impaciente Eiden no encontraba aquel collar de plata que su madre le había regalado cuando había cumplido los dieciséis años. Estaba seguro de que lo había guardado en uno de los bolsillos internos del bolso. ¿O quizás no? Entonces escuchó la pregunta de su primo. Inmovilizándose repentinamente Eiden dejó salir un profundo respiro. Dando la vuelta lentamente, abrió su boca para decirle cualquier estupidez que justificara su repentino cambio, pero se quedó sorprendido cuando las palabras salieron estrepitosamente de su boca sin saber cómo.
— Creo que eso es lo que Dios quiere que yo haga —mordiéndose el labio Eiden se quedó de piedra esperando la reacción de Rick.
Rick estaba con los ojos muy abiertos, por un momento pareció impresionado pero luego sus ojos se estrecharon interrogantes.
— ¿Te estás burlando de mí? Porqué si es así no me parece gracioso Eiden —protestó Rick mientras se cruzaba de brazos.
— Te juro que no me estoy burlando de ti primo.
Rick resopló groseramente con incredulidad.
— ¿Por qué piensas que Dios quiere eso? ¡Wow! ¿No me vas a decir ahora que Dios te habló?
Eiden podía ver la diversión en el rostro de Rick, y su burla no le sorprendía, pero sí le sorprendía que no se sintiera ni con miedo ni con pena. Mirando al burlón de su primo se cuadró con toda la seriedad que solía usar para hablar de temas importantes.