Había sido un día largo, algunos alumnos se acercaron a mí para decirme cuanto sentían lo sucedido. Dijeron que si necesitaba cualquier cosa que no dudara en acercarme, yo solo respondí con "Estoy bien, gracias, lo tendré en cuenta." Y si no se iban por ellos mismos les hacía ver que era el momento de desaparecer. Nadie aguantaba mi "mirada Yeti", como Sasha me decía. Nadie excepto ese estúpido, el famoso Dragos. Varias veces lo vi mirandome y cuando nuestras miradas se encontraban era como una guerra entre dos animales salvajes. Ambos nos dábamos nuestra peor mirada, pero como el tenía que girar su rostro para mirarme era el primero en apartar la vista ya que algún profesor al ver su falta de atención le hacía alguna pregunta como manera de llamarle la atención, pero no funcionaba, Dragos siempre acertaba.
—No puedo creer que no te guste. ¡Es hermoso!—Exclamó Sasha mientras salíamos del campus.
—Puede que sea atractivo, pero su actitud es de lo peor. Le quita todo el encanto.—Le dije tratando de caminar rápido. Tenía que reunirme con Stefan.
—No es así. Él es amable.
—¿A caso has hablado con él?
—No, pero sé que es amable. Puedo verlo en su aura.—Sí, ella y sus cosas místicas. Según Sasha sabía leer las cartas y la mano, y podía ver el aura de las personas. Jamás me lo creí, por ende nunca había dejado que me leyera el futuro. Y lo del aura... Bueno, puede que debiera empezar a creer en su supuesto don, después de todo yo era la hija de la muerte.
—Pues vete al oculista, creo que tienes algún problema de visión porque esa aura debe ser negra como el carbón.
—Mi visión está perfecta, gracias.—Dijo haciéndose la ofendida. Puse los ojos en blanco y me reí.—¿Vamos al Jerry's a tomar un café? Tengo algunas dudas con la clase de Turner.
—No puedo. Tengo algo que hacer.—Puso mala cara y se cruzó de brazos.
—¿Qué es más importante que ayudar a tu mejor amiga en una materia?—Me preguntó con cara de cachorro.
—Ya tengo planes, lo siento, pero no puedo cancelarlos.—No debía de ser buena idea cancelarle a la muerte.
—¡¿Una cita?!—Exclamó emocionada. Puse los ojos en blanco.
—Algo así.
—Preséntamelo—Me ordenó.
—¿Estás loca? Ve a estudiar y déjame en paz.
—Oh, vamos... Tengo que conocerlo. ¿Era el padre?—Preguntó de golpe. Eso no me lo esperaba, pero estaba claro que sentía mucha curiosidad por esa parte de mi vida privada, todos debían de querer saber quién era el famoso padre, donde lo había conocido, etc.
—Sasha...—Le puse mala cara y ella pareció entender.
—Oh... Lo siento. Es solo... Que somos mejores amigas y parece que no sé nada de ti...—Debía de sentirse mal...
—Es porque no hay nada que saber. He quedado con un amigo, nada más. Vino por lo que me pasó y se irá pronto. Créeme, si saliera con alguien serías la primera en saberlo.—Una pequeña mentira piadosa no haría daño ¿Verdad?
—¿Segura?—Le sonreí.—Bueno, entonces está bien. Nos vemos mañana, además me tienes que presentar a ese amigo. Quizás ese sí tenga un aura negra. Alguien tiene que cuidar de ti.—Me guiñó un ojo y se rió, luego salió corriendo mientras se despedía de mí con una mano. Esa chica era demasiado rara, aún así la quería como a una hermana.
Cuando llegué al parque de siempre Stefan estaba tumbado bajo la sombra de un árbol. Me acerqué a él. Usaba unas gafas de sol, pero no había sol.
—¿Qué se supone que estás haciendo ahí tirado y con esas gafas?—Él enarcó las cejas y bajó un poco las gafas para dejar ver una pequeña parte de sus ojos oscuros.
—¿No lo ves?—Me hizo un gesto con la cabeza detrás de mí. Lo miré confundida y luego en la dirección que me señaló, no vi nada raro, después nuevamente volví mi vista a él.
—No. ¿Qué se supone que debería de estar viendo?—Ese chico no estaba loco, simplemente era tonto.
Stefan suspiró y se levantó.
—A ellas.—Giré de nuevo mi cabeza para ver a un grupo de madres sentadas en un banco.
—Sigo sin entender.—Eran unas simples madres hablando y cuidando de sus hijos.
—Pero que tonta eres, pensé que eras más avispada.
—¿Disculpa?—Le dije molesta.
—Las madres no han dejado de mirarme ni un segundo desde que llegué. Solo trataba de darle una agradable visión de mí.—Enarqué una ceja y lo miré incrédula. Él volvió a señalarme a las mujeres, las miré. Y sí, nos estaban mirando.
—Bájate de esa nube.—Le dije.—Si te están mirando es porque eres un tío raro en un lugar para niños. No debes de darles buena espina.—Se llevó una mano al corazón.