"Era tibio... era suave... era familiar..."
Poco a poco, el mundo sensible a su alrededor comenzó a manifestarse dentro de ella.
Se sentía luminosa, se sentía transparente, se sentía irrisoria.
Tan despreocupada como si descansara en una hamaca, bajo un cielo azul y un viento suave.
En medio de un prado dorado de madura cebada...
Nada tenía importancia, nada sucedía y, luego, de pronto... todo importaba y ocurría.
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"Ughhh..." Un quejido se escuchó en la penumbra.
Applejack protestó mientras sus párpados se resistían a abrirse. Poco a poco, la conciencia volvía a ella, como una marea lenta que arrastraba los últimos vestigios de su sueño. Tras varios minutos de agitación luchando por despertar, la realidad empezó a imponerse en todo su cuerpo.
Un escozor intenso se extendía por su lomo y un sabor agrio impregnaba su boca; sensaciones incómodas que, lejos de disiparse, se volvían más notorias a cada segundo.
Finalmente, abrió los ojos y escupió a un lado, sin preocuparse por la oscuridad que la envolvía.
El escozor persistía, pero, tras revolverse en el frío suelo y presionar la zona adolorida contra la superficie, la molestia comenzó a amainar hasta desvanecerse.
"Mucho mejor..." murmuró aliviada Applejack, recostada, respirando con calma antes de volver a cerrar los ojos. La penumbra indefinida y el sueño latente la arrastraban nuevamente al descanso.
Pero, antes de quedar completamente sumida en su pesadez, una nueva sensación llamó su atención.
Ligereza. Frescura. Se esparcían por su pelaje, en particular sobre su cabeza y en sus orejas desnudas.
Inquieta, Applejack se incorporó y quedó sentada, mirando fijamente hacia la negrura mientras se recuperaba. Permaneció así por un momento, hasta que, incapaz de ver con claridad, se restregó los ojos y volvió a observar a su alrededor.
Sombras de formas familiares la rodeaban: mesas, sofás, pilas de libros y… ¿ponis?
El sonido de múltiples respiraciones se mezclaba con la atmósfera sombría de la habitación. La imagen, apenas perceptible en la oscuridad, le provocó un breve mareo; pero, al disiparse esa sensación, su mente, ahora más despejada, comenzó a atar cabos.
La incongruencia entre sus recuerdos y el presente quedó en evidencia con la confusión que la invadió de inmediato.
"¿Esto es...? ¿Dónde estoy?" se preguntó entre bostezos. Se hallaba en la sala de una casa que, debido a la falta de luz y su propia pesadez, no lograba reconocer. Las paredes de la habitación —cuyos reflejos, por alguna razón, le hacían imaginar que podría estar dentro de un árbol— apenas se distinguían bajo la tenue luminosidad que se filtraba por las ventanas cerradas. Sombras alargadas se proyectaban sobre un suelo desordenado, todo inmerso en una atmósfera sombría, inmóvil y extrañamente familiar.
Afuera, el susurro de un mundo dominado por la noche era absoluto, un murmullo lejano que apenas perturbaba la tranquilidad del interior.
¿Por qué estaba allí? ¿Por qué había tantos ponis durmiendo a su alrededor? ¿Por qué se sentía tan ligera?
Intentando ponerse de pie a ciegas en medio de sus cuestionamientos, Applejack tropezó con una botella. Con reflejos rápidos, la atrapó instintivamente antes de que rodara demasiado. La sostuvo con cuidado y la examinó de cerca.
"¿Sidra?" murmuró, notando el intenso aroma que emanaba del recipiente. Al escudriñar la habitación con mayor atención, distinguió más botellas esparcidas por el suelo.
Entonces, el recuerdo… o más bien, la revelación, llegó como un relámpago. De golpe, todas las piezas encajaron en su mente.
"Ja, ja, ja..." comenzo a reir con cuidado la poni. Era tan obvio… ¿Cómo podía haber desconfiado tanto? Libros, paredes de madera, botellas de sidra… La imagen era clara: la noche anterior, ella y las demás habían celebrado el ascenso del sol de verano en la casa de Twilight, quedándose a dormir allí tras la fiesta.
"Creo que nos pasamos un poco con la sidra..." murmuro Applejack con una sonrisa algo avergonzada, dejando la botella en el suelo. Un repentino hipo la sacudió, pero lo sofocó con una profunda respiración.
Ahora todo tenía sentido. Las siluetas de los ponis a su alrededor encajaban perfectamente en el cuadro: eran sus amigas, aún dormidas tras la intensa fiesta de horas antes.
"Supongo que aún es temprano... Uhhhhhh... Descansar un poco más no estaría mal..." murmuró entre bostezos, contagiada por las débiles respiraciones de sus compañeras.
Volviendo a echarse en el suelo donde había estado, no tuvo problemas para acomodarse, pese a contar únicamente con una manta gruesa como colchón y una sábana ligera a un lado. Se acurrucó con expresión tranquila y cerró los ojos.
Sí, todo parecía estar en orden. No había nada de qué preocuparse... podía volver a dormir en paz.
Así pensaba Applejack mientras intentaba recuperar el sueño.
Sin embargo, este no acudía.
Algo… nuevamente frustraba su descanso.
Ligereza. Frescura. Las mismas sensaciones incómodas de antes volvían a manifestarse. No obstante, esta vez su mente captó con claridad la causa.
Algo le faltaba sobre la cabeza.
En medio de sus pensamientos, Applejack —aún recostada y con los ojos cerrados— extendió sus cascos y buscó a tientas entre las sombras a su alrededor.
No encontró lo que buscaba.
"Umphhhh..." La poni granjera se incorporó de inmediato y revisó la cabecera de su sencilla cama.
Nada. Su sombrero no estaba.
"¿Qué demonios...?" murmuró, sintiéndose algo molesta. Ya completamente despierta, Applejack miró hacia la oscuridad de la habitación, esperando hallar el sombrero que tanto la caracterizaba.
Las siluetas de cuatro ponis se distinguían, fantasmales, en la negrura. Eran sus amigas, sin duda. Todas aún dormidas, acomodadas en el suelo o sobre los muebles, abrigadas con mantas y sábanas. Aunque… se veían algo desordenadas, tal vez por los movimientos realizados al dormir.