Bajaba las escaleras de la facultad cuando recibí un mensaje de Daniel para vernos antes de que las clases terminaran (prácticamente en pocos minutos), trataba de asesorar a una chica de mi clase sobre las prácticas que tendríamos a lo largo del semestre ya que usualmente era muy distraída como para prestar atención a lo que el profesor de laboratorio decía.
—Estef, tengo que irme rápido, ¿podemos terminar esto de una vez? —pregunté deteniéndome en seco en el descanso de la escalera.
—Oh, por supuesto, no me tomaré más tiempo, solo debo copiar los rubros que nos dieron…
Mientras la chica se entretenía buscando un lapicero en su mochila, yo devolvía el mensaje a Daniel:
“Te veo detrás del auditorio”
Sonreí con suficiencia después para encontrarme con mi amiga quien seguía en busca del lapicero.
—Toma, Estef, mañana me regresas la libreta. —Apuré dándole el objeto que ella recibió con sus torpes manos que no esperaban aquella reacción.
Bajé a toda velocidad por las escaleras hasta el otro lado de la facultad, pasando una explanada directo al auditorio: un edificio naranja que solía ser utilizado para ceremonias académicas o ciertos torneos de los que la universidad era cede; por ello la mayoría del tiempo estaba cerrado. Al llegar a la parte trasera y de asegurarme de que no hubiera nadie, recargué mi espalda en la pared sacando una bálsamo de cereza para aplicar un poco en mis labios que se resecaban con facilidad. Lo guardé en cuanto vi la figura de Daniel acercarse hacia mi posición.
—¿Me extrañaste? —pregunté con una sonrisa ladina.
—Por supuesto, hermosa —contestó tomándome de la cintura para darme un largo beso en los labios—. Me gusta cuando sabes a cereza.
—Lo sé, cariño.
Rodeé su cuello con mis brazos para besarlo con más pasión sin temor a que alguien nos viera pues casi nadie pasaba por ahí. Una sonrisa se formó involuntariamente en mi rostro al sentir como su lengua chocó con mi hilera de dientes superiores en su intento de intensificar el beso; le ayudé separando mis labios dándole paso a su lengua la cual correspondió a cada uno de sus movimientos. Nos separamos jadeantes, yo con un ardor en las mejillas y unos labios ligeramente adoloridos.
—¿Qué haremos en la tarde? —pregunté juntando nuestras narices mientras sonreía emocionada.
—Ya te dije, te tengo una sorpresa —susurró con voz pícara volviendo a apresar mis labios con deseo.
—Por cierto, fui la nota más alta en el primer parcial de-
Daniel no permitió que siguiera hablando pues sus labios besaban mi cuello con ansia, como solía hacerlo antes de tener sexo. Algo fastidiada, moví mi cabeza para que pudiera tocar más puntos, a fin de cuentas, eso me gustaba: su aliento rozando la piel descubierta de mi cuello era una deliciosa sensación que me prendía. Su mano fue directo a mi pecho izquierdo, le dio un apretón más fuerte de lo normal cosa que él mismo dijo que hacía ya que al mi sostén interponerse entre su tacto y la suavidad de mis pechos, necesitaba aplicar más fuerza para disfrutarlo como era debido; solo que esa vez me dolió.
—Daniel, espera, no es lugar para esto —dije conteniendo mi quejido.
—Relájate no iba a ser nada malo —se excusó rodando los ojos junto a una mueca que se formó en sus labios—. Le quitas lo divertido a las cosas.
—Me ignoraste completamente cuando te contaba sobre mi nota del parcial.
—Bien, te escucho si eso te pone contenta. —El tipo se recargó sobre la pared del auditorio y se deslizó sobre ella hasta sentarse sobre la hierba cruzándose de brazos. A punto de hablar volví a escuchar su voz interrumpirme—. Aunque no entiendo el punto de vernos aquí si no vas a dejar que te toque.
—Discúlpame, pero quería contarte parte de mi vida también.
—Como sea, ¿vas a hablar o no?
—Claro, claro… te decía que había conseguido ser la nota más alta de la clase en el parcial sorpresa que nos aplicaron la semana pasada. Había estudiado durante vacaciones ya que mis compañeras me advirtieron que tuviera cuidado con ese profesor que hacía exámenes sorpresa.
El chico me miró con la misma mueca de hace unos minutos, pasó sus manos entre su cabello y suspiró observándome de pies a cabeza.
—¿Me estás escuchando? —cuestioné deteniendo mi anécdota al pillarlo infraganti.
—Siempre es lo mismo, tienes buenas notas, no es nada interesante. —Estiró sus brazos detrás de su espalda—. ¿Te he dicho lo hermoso que se ve tu cuerpo cuando usas esa ropa? Resalta tu cintura.
Aquel cumplido hizo que una sonrisa brotara del fondo de mi corazón, no podía enojarme con él cuando era así de dulce conmigo; después le terminaría de contar. Me senté a su lado para besarlo, era un chico realmente encantador, lo amaba demasiado. Mi deber era complacerlo, él me hacía muy feliz, era lo menos que podría hacer, desde el primer día que nos conocimos él siempre hizo que cada uno de mis días fueran extraordinarios.
La historia de cómo conocí a Daniel fue pura coincidencia: se remonta años atrás, a mitad del primer semestre en la facultad: Era una mañana tibia de primavera: los árboles empezaban a florecer adornando las calles con sus hermosas tonalidades verdes brillantes. Las flores más preciosas de todas pintaban el paisaje universitario, que en ese entonces permanecía vacío ya que un gran porcentaje de personas estaba en sus respectivas aulas, solo una o dos descansaban bajo los cálidos rayos de sol o debajo de la fresca sombra de un árbol. Lamentablemente, una chica perturbó su paz al pasar corriendo a máxima velocidad a un lado de éstas, esa chica era yo. Iba tarde a clase pues me dirigía a ver a mi novio (un chico que conocí en el último semestre de bachillerato y con el que empecé a salir hacía unas pocas semanas), a entregarle una estúpida libreta de idiomas hasta su facultad. Corría no porque tardara tres días en llegar a su edificio, sino que la profesora era estricta en toda la palabra y solo a mi novio se le ocurría pedirme favores en los momentos más inoportunos, pero a fin de cuentas mi labor de novia era brindarle todas las cosas que necesitase para sus clases. En mi subir por las escaleras de prisa sin importarme mucho a quienes esquivaba y la cara de confusión enorme que ponían, choqué con un chico alto cuyo rostro estaba cubierto por un montón de libros que cayeron al suelo estrepitosamente, llamando la atención de las personas que pasaban por ahí.