Desperté.
Empapada en sudor con lágrimas en los ojos y una terrible sensación en el abdomen, abrí los ojos observando a mi alrededor agitada, levantándome parcialmente de la cama con la almohada en el suelo, mi cuerpo temblando de frío. El corazón se salía de mi pecho, sentía que me ahogaba, seguramente por las lágrimas y jadeos simultáneos. Puse una mano en mi pecho tratando de regular mi respiración poco a poco. Un escalofrío recorrió mi columna al ver un cuerpo cubierto de sábanas a mi lado dándome la espalda; impactada por la situación, salté fuera de la cama escuchando un débil y adormilado:
—¿Luna?
Mierda, era cierto.
La noche anterior, después de haberme despedido de Wendy, crucé la solitaria calle con avidez acercándome a la puerta de donde salió mi amigo; la pelirroja sonrió saludando desde lejos:
—¡Gracias, Daniel, cuídala bien!
Mi amigo me miró confundido alzando una ceja y golpeando mi brazo con su codo contestó:
—Nos vemos, gracias por traerla.
Me despedí agitando mi mano del otro lado de la calle antes de entrar al vehículo seguida de Javier quien me vería con los ojos bien abiertos negando constantemente con la cabeza. Esperamos unos minutos a que la chica se fuera estuviera unas calles alejadas para hablar, como si nos pudiese escuchar desde una gran distancia.
—¡¿PASÓ LO QUE CREO QUE PASÓ?!
—Yo…
—LUNA, ¡¿TE BESÓ LA MEJILLA?!
—Sí.
—¡TE LO DIJE, LUNA! ¡TE DIJE QUE LE GUSTABAS!
<<Fue solo un beso, las amigas hacen eso, ¿no?
¡¿Qué clase de amigas?!>>.
Estaba perpleja como para contestar a eso, la palma de mi mano podía tocar mi corazón quien golpeaba con fuerza mi pecho, sensación que solo había tenido en mis peores pesadillas, una taquicardia esta vez dulce como el mismo beso. Javier me abrazó emocionado, me agitaba con fervor entre sus brazos lo que menos me ayudaba a poner los pies sobre la tierra.
—Detente, joder.
—Ay, lo siento, pero es fenomenal. Cuéntame todo a detalle. —Su auto avanzó finalmente rumbo a su casa.
La zona en la que habitaba mi amigo era considerada de las más ricas de la ciudad, sí, mi amigo vivía en una casa enorme, tres veces lo que la mía. Obviamente que esa casa y todo lo que tenía Javier no era gracias a sus habilidades en los juegos de mesa, su madre y anteriormente su padre, pasaban la mayor parte del tiempo de país en país en sus puestos directivos. Un mundo totalmente diferente e indiferente. En menos de cinco minutos se abría ante nosotros una reja metálica con una flor en el centro, no había forma de entrar a esa fortaleza debido a la muralla que rodeaba la extensión de la casa. El auto se detuvo en la entrada: una puerta de madera oscura con dos ventanas enormes a sus costados. Nunca me cansaba de apreciar la perfección de esa casa. Una vez dentro, dejé mi bolso en el perchero el cual estaba lleno de abrigos y bolsos costosos. El pasillo nos llevó al salón principal, un sitio de paredes blancas, cuyos muebles eran del mismo color que la puerta de la entrada, decorado con un retrato de gran tamaño de la anfitriona con su hijo. Mantenía un estilo minimalista de colores neutros que permanecían incluso en las pinturas geométricas que llenaban las paredes; una decoración bastante seria y aburrida para ser la casa de mi mejor amigo en la que pocas veces se le veía a su madre; no entendía por qué mi amigo no cambiaba el aspecto de su hogar ya que (en mi opinión) era un constante recordatorio de lo solo que estaba. Ahí estaba la madre de Javier sentada en uno de los sofás con sus visitas: tres hombres y dos mujeres, los seis reían amigablemente mientras bebían vino. Quisimos pasar desapercibidos a la cocina, pero la madre de Javier nos detuvo con las siguientes palabras:
—Javier, cariño, ya que has traído a tu novia, ¿quieres presentarla a tus tíos y tías?
—Ahora no madre. —Javier me tomó de la mano sin darme la oportunidad de saludar propiamente a la corte real.
Me arrastró hasta la cocina, por una puerta blanca doble a un costado del salón ignorando los comentarios de su madre quien sin haberse inmutado ni un poco por la insolencia de su hijo, continuó charlando con su familia. La cocina mantenía la misma decoración que el resto de la casa, aunque más solitaria que el salón; ya no había nadie dentro, supongo que sus trabajadores se habrían ido antes de que yo llegara. Me quedé parada frente a la puerta observando los movimientos de mi amigo sin decir nada. Abrió el refrigerador sacando una cubeta de helado pequeña, dando un suspiro mientras quitaba la tapa con dificultad. Me dirigí a la alacena de donde saqué un paquete de galletas de naranja las cuales él odiaba, pero seguía comprando para mis invasiones espontáneas a su casa. De pequeña, solía visitar mucho a mi amigo por lo que sabía perfectamente donde encontrar qué cosa en su casa, incluso mejor que él mismo. Que llegara a dormir a esas horas no era algo extraordinario cuando él estaba solo la mayoría del tiempo, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar desde que llegó su madre sin intenciones de irse de nuevo.
—El otro día mi madre me atosigó de preguntas como si no supiera que me abandonó por cinco años. —Me dio la espalda un momento antes de seguir hablando—. Dijo que había sido mi culpa que mi padre nos dejara… yo me convencí estos años que sus acusaciones eran falsas. Pero son frecuentes las noches en las que me pregunto: ¿y qué tal sí si lo fue?