La semana de exámenes terminaba bien, era jueves; salí del aula junto a mis amigas charlando de las respuestas que escribimos en nuestras hojas, habíamos terminado nuestro examen de ese día y como era costumbre de los estudiantes rectificar sus respuestas con sus amistades, eso hacíamos. Normalmente era sencillo para mí realizar un examen, sin embargo, por las presiones de mantener un notas impecables, olvidaba fragmentos de lecciones que había estudiado con anterioridad, cosa que me perjudicaba. Hacía un poco de frío porque la noche anterior estuvo lloviendo hasta el amanecer, en las calles se habían formado charcos y en la facultad las corrientes de aire gélido eran más frecuentes. Al estar a un día de terminar el periodo de exámenes, mi cuerpo comenzó a relajarse: dejé de sentir esa presión en el pecho, una tensión en los hombros y un calambre en el cuello que me molestó durante las dos semanas que estuve estresada y nerviosa por hacer todo lo posible por entregar tareas, reunirme en casas ajenas para realizar proyectos y volver a la mía a estudiar tres horas sin descanso para memorizar la mayor parte de nuestras lecciones haciendo notas de apoyo en pequeñas tarjetas. Tuve una pésima organización, mis horas de sueño no fueron las suficientes, terminé durmiendo de cuatro a cinco horas por la cantidad pesada de trabajos, a pesar de eso sentí que mi desempeño en los exámenes había sido excelente.
Recibí un mensaje por parte de alguien que se había olvidado de mí desde la última vez que nos vimos. Obviamente no le iba a contestar, estaba enojada y no quería arruinar el resto de mi día con la presencia del chico; así que me limité a leerlo y salirme de su chat para continuar con mis cientos de asuntos pendientes. Fui a la cafetería de la facultad con mis amigas, estaba ubicada en la planta baja del edificio; daríamos los detalles finales a nuestra exposición de la siguiente hora que contaba para gran parte del porcentaje final de la nota del semestre. Mientras mis amigas arreglaban la maqueta en otra mesa, yo me encargaba de terminar de citar las fuentes para la presentación en la laptop de Estefanía. Movía mis dedos rápidamente tecleando el nombre de la autora cuando entró una llamada a mi celular: nadie más que Daniel, le colgué de inmediato, centrándome en escribir el apellido de la autora sin errores. Mandó cinco mensajes más antes de volver a llamarme dos veces seguidas; mi celular vibraba y vibraba a cada rato, sus intervenciones me impedían concentrarme. Quedaba poco tiempo para que la hora libre terminara y todavía me faltaba memorizar el final de mi explicación, una parte crucial para todo el trabajo que solo yo dominaba a la perfección, aun así debía tener presente las fechas y nombres complicados que se me dificultaban pronunciar haciendo que perdiera el hilo de la explicación. Apagué de una maldita vez el celular, guardándolo con violencia en mi mochila, sorprendiendo a mis amigas quienes por poco derriban un edificio por el pegamento fresco que pudo haberse convertido en una catástrofe total. Tomé un respiro hondo porque el trabajar bajo presión, con el tiempo medido y con Daniel queriendo contactarme me estaba estresando: el calambre de mi cuello volvía poco a poco.
Mis amigas se fueron a cambiar de ropa a una más formal ya que era parte de la rúbrica que evaluaban los profesores y profesoras cuando presentaban (ojalá no lo hicieran, me parece una ridiculez), mientras tanto yo guardaba los datos del archivo con las fuentes impecablemente citadas, cuando una voz a mis espaldas y unas manos sobre mis hombros me sobresaltaron.
—¿Por qué me ignoras?
—Joder, Zamora, casi se me sale el corazón —repliqué molesta cerrando la laptop de golpe, me levanté guardándola en el mismo lugar que mi celular—. ¿Qué haces aquí?
—Lo que te escribí por mensaje: quiero verte, preciosa.
—¿Ahora sí quieres verme? Porque no parecías tan interesado en siquiera contactarme por mensaje estos últimos días.
—Estuve ocupado.
—Yo también y siempre esperé un mensaje de disculpa de tu parte por haber arruinado mi cita aquel día.
Pues ante todo pronóstico de que yo estuviera "ocupada estudiando" tuvimos una cita, en la que hice nuevamente el intento de que el chico compartiera sus emociones conmigo, sin embargo, terminó mal.
—La mejoré por completo, hubiera sido muy aburrida si no hubiéramos tenido se-
—Quería hacer algo más que eso —interrumpí colgándome la mochila en la espalda pasando a su lado para tomar con ambas manos la maqueta balanceándola con cuidado—. No quiero hablar contigo hasta que te disculpes Daniel, no es justo que siempre hagamos lo que tú quieres.
—Corrección, ambos quisimos. —Se puso frente a mí haciendo un énfasis en “ambos”.
—¿Entendiste el punto, ¿no?
—Creo que estás exagerando, yo solo hice lo que mi cuerpo me dijo y tú te dejaste llevar, por lo tanto tú arruinaste tu cita. Si me hubieras dicho que parara…
Me detuve en seco, procesando lo que había dicho analizando sobre todo el final de aquella confesión.
<<No era mi culpa, por supuesto que no, ¿o sí?
Aunque tiene razón, yo quise continuar con el juego.
De haberlo detenido antes de irnos a su habitación, tal vez habríamos tenido la velada que había planeado.
Había sido mi culpa>>.
—Está bien, lo siento mucho. ¿Me dejas compensarlo con otra salida?