Estaba siendo un horror, quería respirar pero mi pecho no subía más como si algo me lo impidiera, mi cuerpo se sentía pesado, lágrimas resbalaban por mis mejillas, quería gritar pero mi voz se había ido. Por más que forzaba la vista, no identificaba qué había a mi alrededor, solo luces y voces hablando al mismo tiempo. Un pitido regresó mi cuerpo a la realidad. Desperté de golpe por el odioso timbre de mi alarma. Me encontraba recostada en mi cama, todo había sido una maldita pesadilla, nuevamente.
Recapitulé los acontecimientos desde que terminó el día en la facultad: volví a casa a estudiar para mi último examen, pasé un par de horas leyendo docenas de notas y apuntes que parecían ser interminables y haciendo mucho más. En uno de mis descansos de diez minutos, me recosté en la cama a mirar el celular; debí quedarme dormida. Por suerte, tenía programado el despertador a las siete de la mañana para llegar temprano a tomar mi examen.
Llevé ambas manos a mi cabeza que daba vueltas y le costaba acostumbrarse a los rayos de sol que atravesaban mi ventana la cuál no había cubierto con mis cortinas por tratar de ocupar durante mi estudio la luz natural que entraba por mi ventana como de costumbre. Respiré profundamente asegurándome de que el aire llegaba hasta mis pulmones con normalidad, mis manos aún se agitaban sobre mi pecho, cada vez estos sueños se volvían más reales, sin embargo, esa vez fue diferente: un inicio más tétrico, nada maravilloso ni calmo y prácticamente me obligué a despertar por lo que no hubo desenlace específico como era con los otros. Con la mente y cuerpo en el presente, me levanté de mi cama para observar todo el desastre de libros, lápices y plumones regados en el suelo. Un termo amarillo con la mitad de mi café frío, al lado un vaso transparente lleno de agua. Perdí tiempo por haberme quedado dormida sin poder terminar de memorizarme la lección; ahora debía alistarme para llegar a tiempo a la prueba en tiempo récord. Cepillé mis dientes, lavé mi cara, acomodé mi cabello y me vestí con un overol de mezclilla sobre un suéter de lana rosa que Javier me había obsequiado por mi cumpleaños dos meses atrás. Buscaba qué aretes usar para irme pronto, de repente, me llegó una notificación a mi celular, interrumpiendo la música que provenía de él
“Buenos días”
“Cómo amaneciste, bonita?”
“Te hablo ahorita por si te quedaste dormida”
“Ánimo, hoy terminas tus exámenes!!”
Desde nuestra última cita, Wendy y yo habíamos mantenido contacto, nos hablábamos prácticamente diario. La iba a ver dos veces a la semana al centro comercial cuando terminaba su turno, algunas veces íbamos a comer o solo caminábamos un rato por la plaza y luego me dejaba cada vez más cerca de mi casa. Ya no le pedía a Javier que viniera por mí ya que aún había luz cuando nuestras “citas” terminaban; las habíamos planeado de esa manera ya que también nos daba oportunidad de estudiar para nuestros exámenes o adelantar proyectos.
Seguía con el pendiente de saber si me gustaba, no quería serle infiel a Daniel o arruinar la relación que tenía con Wendy, eran dos cabos con los cuales no sabía qué hacer. Sin embargo, mi mente estuvo muy ocupada en pasar los exámenes que en averiguar los misterios de mi sexualidad.
“Buenos días”
“Llegaré tarde, como siempre”
Según Javier no debía hacer ningún movimiento en falso hasta asegurarme que le gustara, pero yo descartaba esa idea. Para mí, se portaba como cualquier otra persona lo haría, no hizo nada que me diera indicios de que le gustara, nada que fuera especial o “diferente”; después del beso en la mejilla que me dejó en shock por ser inesperado, no hubo más progreso. Supuse que eso es lo que hacían todas las buenas amigas, decirse apodos cariñosos y abrazarse constantemente e incluso darse uno que otro beso en la mejilla o frente transmitiendo un cariño fraternal. El meollo era lo incorrecto que sería corresponder a unos tal vez inexistentes sentimientos teniendo un compromiso emocional tan grande con alguien más, como lo era mi relación de tres años con Daniel, de la que ella no estaba enterada.
Entré derrapando al aula, en el momento justo que empezaban a repartir las hojas; tomé asiento en la única silla vacía recibiendo unas hojas engrapadas con las preguntas. Era un examen de preguntas abiertas, mi modalidad de exámenes favorita ya que me permitía explicar lo que había entendido del tema con mis propias palabras y le permitía al docente conocer si verdaderamente habíamos aprendido algo aunque fuese más complicado de evaluar. Leí con cuidado las instrucciones y cada pregunta mientras iba haciendo notas en los espacios en blanco con un lápiz de los datos que surgían a mi cabeza relacionados con el tema. Pasados los diez minutos, comencé a contestar la prueba con tinta negra por lo que restó de la hora, sin olvidar escribir mi nombre en el encabezado. Le daba una última leída checando a detalle mi ortografía antes de entregarlo cuando una melodía perturbó la paz del estresante silencio. Todas las cabezas que ocupaban el aula giraron en mi dirección, mandándome a callar con sus miradas asesinas, en especial la de una chica de cabello negro rizado quien el semestre pasado le había gritado a un compañero por estar hablando durante un examen.
—Señorita Luna, apague eso o será sancionada —dictó la profesora que vigilaba el examen.
Dejé el papel sobre la mesa moviendo mis torpes manos hacia la enorme mochila debajo de mi asiento.