Estaba cayendo del cielo.
¡Estaba cayendo desde lo alto y no sabía cómo regresar al suelo!
Aterrada grité con todas mis fuerzas, cada vez estaba más cerca del suelo, pero por alguna razón no aterrizaba. Dejé de gritar cuando noté que caía muy lento por los aires, muy lento. No volaba, era como un globo que aterrizaba poco a poco, con calma.
Al fin estaba llegando al suelo, me faltaban unos diez metros, cuando de pronto volví a caer con fuerza.
Juro que pude recordar a mi maestro de física hablándonos de fuerza y gravedad; el muy desgraciado me odiaba.
Caí al suelo, mareada, con los ojos cerrados, pude sentir que tocaba el césped podado, olía a césped, claro que lo era. Poco a poco abrí los ojos, veía borroso, sin embargo, me vi rodeada de árboles.
¿Dónde estaba?
¿Qué hacía ahí?
¿Cómo demonios aparecí en aquel lugar?
Me levanté un poco adolorida, el cielo era un poco gris, seguro llovería. Dando un paso torpe, sentí que pisé algo extraño.
Levanté el pie para ver qué había pisado.
Un hongo.
Si bien recordaba era un esporocarpo, una de las cosas que aprendí en clase de bilogía.
Me enfoqué en buscar una salida, ¿De verdad estaba dentro del libro?
¡Claro que lo estaba! No había otra teoría.
La brisa me arrastraba con fuerza, todo era absolutamente extraño, estaba atrapada en un libro de cuentos clásicos, muy seguro. Si era así, debía de encontrarme con alguien.
Eso era emocionante, ¿no?
Asustada, oí un grito, el grito de un niño que se acercaba a mí.
Volteé viendo a un chico que se acercó a mí aterrado, no lo pude ver bien, aún veía un poco borroso por el gran golpe en la cabeza.
—¡Corre! ¡Vamos! —me agarró de la mano arrastrándome a quién sabe dónde, eché un vistazo hacia atrás, divisando a unos hombres con armaduras negras con detalles rojos y cascos de los mismos tonos.
—¿Quiénes son? —pregunté recuperando la vista.
—Son los caballeros de "Kingheartred" —regresé mi vista a él, su mano era sólida, muy dura, llevaba un sombrero rojo, y vestía un poco gracioso, traía una chaqueta y pantalón verde con tirolés, corto hasta la rodilla, usaba zapatos, y sus piernas tenían clavos. Al fin supe quién era cuando volteó a verme un segundo. Nos escondimos en un árbol hueco, tenía miedo de entrar ahí y encontrarme con algún bicho venenoso, aunque no tuve otra opción. Tomando aire, volví a mirar al niño que me salvó—. No hagas ruido, pueden escucharnos.
Escuchamos los pasos de los caballeros pasando por nuestro escondite, gracias al cielo pasaron sin darse cuenta que estábamos ahí escondidos en aquel árbol hueco.
—Tú... —tomé aire—, eres Pinocho.
Abrió los ojos sorprendidos.
—¿Cómo lo sabes? ¿Eres una bruja?
—No, sólo lo sé por tu apariencia de marioneta.
—¡Soy un niño! —su nariz de madera se alargó—. Ups.
—Eres un mentiroso —le dije—. Soy Aira.
—Me alegra conocerte, Aira —sonrió. Salimos del árbol hueco para respirar aire fresco—. ¿De dónde eres?
—De muy lejos.
—¿Y qué haces aquí?
—Bueno, cuando se fue mi familia de casa, yo estaba comiendo unos dulces hasta que decidí abrir...
—¿Familia? ¿Casa? —movió su cuerpo molesto e irritado—. Tengo que ir a trabajar, ven, sígueme, te ayudaré a conseguir algo de ropa.
—Gracias, pero ya tengo que volver a mi casa.
—No te preocupes, tengo compañeros de trabajo que podrían ayudarte.
¿Compañeros de trabajo?
—¿Trabajas? —pregunté arqueando una ceja.
—Dentro de lo que cabe, tengo que ganarme la vida de una forma —mencionó con algo de tristeza. Mi piel se erizó ante imaginar a un niño trabajando, Pinocho era un niño que aparentaba tener unos doce años, no tenía la edad suficiente para poder trabajar.
Pinocho comenzó a caminar, lo seguí ya que me ofreció su ayuda.
—¿Por qué? ¿Y tú padre no es quien debe de encargarse de ti? —pregunté curiosa.
—No, la verdad no tengo un papá —decía—. De hecho, tuve uno muy bueno tiempo atrás, hasta que me vendió cuando supo que no podía ni mantenerse a él mismo —me detuve pasmada observando a Pinocho desde atrás—, a veces me pregunto cómo hay padres que desean un hijo, los tienen por ideas equivocadas para después... arrepentirse.
Las palabras de Pinocho llegaron hasta mi corazón ante su más honesta opinión sobre los padres que no cumplían en tener responsabilidades hacia sus hijos; a lo que tenía mucha razón.
Sin embargo, no parecía que estaba viendo el verdadero cuento de Pinocho, ni una versión que se pareciera a la que alguna vez vi o escuché. Y esa personalidad de niño independiente me sabía deprimente y amarga.
Cambiando el tema, el títere de madera habló, y habló de una forma incontrolable.
—Pinocho...
—Yo no entiendo porque la gente me discrimina por ser de madera —dijo.
—Pinocho.
—Te diré algo, esta figura es muy difícil de conservar, tienes que ejercitarlo para poder tener un cuerpo como el mío, amiga.
—¡Pinocho! —exclamé logrando llamar su atención.
—¿Qué? —nos detuvimos al escuchar un pequeño grito femenino en el bosque.
Alarmado, Pinocho me abrazó.
—¿Fue una mujer en problemas? —preguntó nervioso.
Escuchamos fuertes gruñidos.
Parecía escuchar a un perro.
—No parece, a lo mejor fue alguien que se cayó... —volvimos a escuchar un grito de la misma persona que gritó—, dos veces.
Aquella mujer que gritaba desesperadamente. Agarrando a Pinocho con valentía lo arrastré hacia lo profundo del bosque donde provenían los gritos agudos de aquella mujer, lo más seguro es que era una chica joven.
Mis dudas fueron respondídas al acercarme más a donde provenían los gritos seguidos de pequeños golpes desenfrenados.
—¿Pero que mierda...? —escondida en unos arbustos con Pinocho vimos la espalda desnuda de un hombre sin camisa, musculoso, con sus pantalones desabrochados, inclinando su cuerpo a la vez que sus glúteos fueron rodeados por piernas femeninas.