Two wheels, one heart

Capítulo 7 ”*°•.˜”*°• REG •°*”˜.•°*”˜

El silencio. La oscuridad de mi habitación se hizo más densa, más pesada, en el momento exacto en que la llamada se cortó. El zumbido de mi teléfono en mi mano era la única prueba de que el contacto, esa conexión tan frágil y poderosa que habíamos construido en tan poco tiempo, no había sido un sueño febril. Un segundo. Un solo segundo de silencio en la línea, y luego el click final. Él había colgado. Joan se había desvanecido en el aire, como si nunca hubiera estado allí.

La primera punzada que sentí fue de irritación. Una rabia sorda y familiar que me decía que la gente se iba, que la gente te abandonaba, que los hilos que creías haber tejido se rompían en un instante. ¿Qué diablos le había dicho para que me cortara así? ¿"Te preocupas por mí"? ¿Eso era demasiado? El sarcasmo, mi viejo amigo, intentó asomar la cabeza, pero no encontró lugar. Mi burla no tenía ningún poder en este momento. La irritación se transformó en algo más complejo, algo más agudo y doloroso. Un sentimiento de... ¿rechazo? ¿Un vacío en el pecho? No, no podía ser. Yo no sentía esas cosas. Yo era Regulus. El que se reía de todo, el que no sentía nada.

Pero la realidad era que había sentido algo.

Había sentido una extraña oleada de alivio cuando supe que estaba bien. Había sentido una preocupación genuina. Había sentido una extraña punzada de orgullo cuando me escribió de vuelta, como si mi simple mensaje hubiera sido capaz de sanar algo. Y luego, el silencio. El corte abrupto. Y la realidad me golpeó con la fuerza de una de mis motos. Había pasado de la euforia a la nada en un segundo.

Dejé caer mi teléfono en la cama, el sonido sordo del plástico contra la colcha era un eco del ruido que había dejado el silencio en mi mente. Me eché hacia atrás, mi cabeza golpeando la pared. Cerré los ojos, pero no había escape.

Las imágenes de Joan, de su rostro pálido en el campo de fútbol, de la noticia de su ataque de pánico, se proyectaban en el interior de mis párpados como una película de terror. El "Pan de Dios" se había roto. Su máscara de perfección se había rajado, y el chico que vivía detrás de ella era tan vulnerable, tan frágil, tan humano, que me asustaba. Me asustaba porque quería protegerlo. Y yo no protegía a nadie.

El silencio de mi habitación se hizo más pesado. El sonido del tráfico en la calle era un murmullo lejano, una sinfonía de la vida que se movía sin mí, sin nosotros. Mi vida siempre había sido simple. Oscuridad y luz. Blanco y negro. Malo y bueno. Yo, el demonio. Él, el ángel. Pero Joan había destrozado esa lógica. Con su beso. Con su mirada. Con su foto. Con su pánico. Con su silencio. No había blanco y negro. Solo había un gris confuso y peligroso, un gris que me atraía y me aterrorizaba al mismo tiempo.

Me levanté de la cama, mi cuerpo un nudo de nervios. Fui a la ventana, el aire frío de la noche una brisa reconfortante en mi cara. Miré la ciudad, las luces de los autos, los edificios iluminados. Una ciudad que no dormía. Una ciudad que vivía y se movía sin mí. Y yo, un espectador, un fantasma, una sombra. Siempre había sido una sombra. Siempre había vivido en la oscuridad. Y la oscuridad, por primera vez, no era un lugar seguro.

Mi teléfono vibró en la cama. Una, dos, tres veces. El sonido me sacó de mi trance. Me di la vuelta, mi corazón latiendo con fuerza. Era él. No había sido un sueño. No se había olvidado de mí. Me había colgado, pero se había acordado de mí.

El alivio que sentí fue tan grande que mis rodillas flaquearon. Me tiré en la cama, mi cuerpo un nudo de nervios. La pantalla se encendió, y mi corazón se detuvo. El número era desconocido. Una mezcla de frustración y de decepción se apoderó de mí.

Mi pulgar, como si tuviera vida propia, se deslizó sobre la pantalla y contestó la llamada.

—Diga —le dije, mi voz llena de un tono que intentaba ocultar mi decepción.

—¿Regulus? —la voz que me respondió era suave y femenina, una voz que no reconocía—. Hola, Regulus. Soy la madre de Joan. Te llamo por él.

La sangre se me heló.

Mis ojos se abrieron de par en par.

La voz de la madre de Joan. ¿Cómo diablos me había encontrado? ¿Cómo sabía que yo era el que le había escrito? Mi mente, que había estado en un torbellino de emociones, se detuvo por un segundo. Un segundo que se sintió como una eternidad.

—Señora Wilmore —le dije, mi voz llena de un pánico que no podía ocultar—. No sé de qué me habla. Yo...

—No te preocupes, Regulus —me interrumpió, su voz suave y llena de una extraña calma—. Sabes que sé todo. Sé que le escribiste. Sé que te preocupaste por él. Y te lo agradezco. Joan no me lo ha dicho, pero lo sé. Y por eso te llamo. Porque te necesito.

La sangre se me heló.

¿Me necesitaba? ¿La madre de Joan, la mujer que había criado al "Pan de Dios", me necesitaba a mí, el demonio en la moto? La ironía de la situación era tan absurda que casi me eché a reír. Pero no había risa en mí. Solo un miedo sordo, una extraña sensación de que estaba a punto de entrar en un mundo en el que no tenía lugar.

—No sé de qué me habla —le dije, mi voz un susurro—. No entiendo. Ya le había dicho que haría lo que me pideron, pero me llevará tiempo lograrlo.

—Entiendo tu confusión —me dijo, su voz suave como el terciopelo—. Joan es un buen chico. Demasiado bueno, a veces. Siempre ha sido perfecto. El mejor estudiante, el mejor deportista, el mejor hijo. La perfección ha sido su carga. Y por primera vez en su vida, se ha roto. Y sé que tú tienes algo que ver con eso. No te estoy juzgando, Regulus. Te estoy agradeciendo. Porque mi hijo no ha sido feliz en mucho tiempo. Y tú, de alguna forma, lo has hecho feliz.

Me quedé en silencio, con la boca abierta. Sus palabras me golpearon con la fuerza de un puñetazo. ¿Feliz? ¿Yo? ¿Yo había hecho feliz a Joan? ¿Yo, el que lo había humillado, el que lo había besado sin su consentimiento, el que le había mentido? La idea era tan absurda que casi me eché a reír. Pero no había risa en mí. Solo un sentimiento de confusión, de asombro. De que había algo en el mundo que no entendía.




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