Two wheels, one heart

Capítulo 8 ”*°•.˜”*°• JOAN •°*”˜.•°*”˜

La carrera. Eso fue lo único en lo que pude pensar: la maldita carrera. No era solo huir del beso, del contacto, de la electricidad que me había quemado, sino huir de mis padres. Había corrido del mismo modo que se corre de un incendio, sin mirar atrás, sin pensar en las cenizas.

El frío de la noche, que al principio me había parecido refrescante, ahora era un castigo. Mis pulmones ardían, no por el esfuerzo físico, sino por la vergüenza, por el pánico. ¿Qué había hecho? ¿Qué me había pasado? El beso de Regulus no había sido un accidente, había sido una descarga. Una descarga que había roto la última capa de hielo que me cubría.

Corrí hasta que el ruido de la pista de patinaje, la música y las risas, se convirtieron en un murmullo lejano. Me detuve en una esquina oscura, apoyado contra la pared de un edificio. Intenté recuperar el aliento, mi mente era un torbellino de emociones sin nombre.

Miedo, sí, por supuesto. Miedo a mis padres, miedo a la verdad, miedo a mis propios sentimientos. Pero debajo del miedo, había algo más. Una punzada de adrenalina, una extraña euforia, una certeza aterradora de que ese momento, ese beso, había sido el punto de inflexión de mi vida. Había sido el momento más real que había vivido.

Regulus. Su nombre, su presencia, sus labios... todo era un caos que me atraía. Él era el demonio en la moto, el polo opuesto a mi vida de "Pan de Dios". Era la oscuridad, la ambición, la rebeldía. Y yo, el chico de oro, el que nunca rompía una regla, me había lanzado a esa oscuridad sin un chaleco salvavidas. El miedo de mis padres, el miedo a la decepción, ya no era tan fuerte como el miedo a mí mismo. El miedo a lo que realmente quería.

Caminé lentamente hacia mi casa, cada paso era una lucha interna. El recuerdo del beso regresaba una y otra vez, la calidez, la forma en que su boca se había acoplado a la mía. No fue un beso suave, fue un beso voraz, lleno de una urgencia que yo no sabía que tenía.

Y yo, Joan Wilmore, el chico que nunca había besado a nadie, le había respondido. Solo había dado dos besos en mi vida y fueron al mismo hombre. Le había respondido como si lo hubiera estado esperando toda mi vida. La vergüenza de haber huido me golpeó con fuerza. Lo había dejado tirado en el hielo, avergonzado de mis propios sentimientos. Había sido infantil, inmaduro, egoísta. Él me había abierto una puerta, una oportunidad para ser yo mismo, y yo se la había cerrado en la cara.

Llegué a casa. La casa estaba en silencio, lo que me sorprendió. Mis padres no estaban de regreso. O tal vez ya estaban dormidos. Subí las escaleras a mi habitación, mi corazón latiendo con fuerza. Me encerré, me quité la ropa y me tiré en la cama. Mi teléfono. Tenía que llamarlo. Tenía que disculparme. Tenía que explicarle. Pero, ¿cómo le explicas a alguien que huiste de él porque lo besaste y te sentiste tan vivo que te dio pánico?

Tomé mi teléfono, abrí la conversación de WhatsApp con Regulus. Su foto de perfil, un retrato casi burlón, me miraba fijamente. Tomé una respiración profunda, presioné el botón de audio, y mi voz salió temblorosa, casi inaudible.

—Hola, Regulus. Soy Joan. Lo siento. Siento mucho lo que pasó. Fui un idiota. Fui un cobarde. Fui... un niño. No sé qué me pasó. El miedo me consumió. El miedo a mis padres, el miedo a la verdad, el miedo a mis propios sentimientos. No quería que te sintieras mal. No quería que pensaras que no me gustó. Pero, de verdad, no sabía qué hacer. No estoy acostumbrado a esto. Nunca he hecho esto antes. Y el beso... el beso fue... fue increíble. Fue la cosa más increíble que me ha pasado en la vida. Y lo siento. Siento haber huido. Siento haberte dejado tirado. Por favor, perdóname. Dame otra oportunidad. Dame otra oportunidad para que no sea un idiota. Dame otra oportunidad para que seamos solo tú y yo. Sin padres, sin miedos, sin el mundo. Solo tú y yo. Mañana es Halloween. Hay un parque de diversiones en la ciudad. ¿Quieres ir? Solo tú y yo. A las cinco. Por favor, dime que sí. Necesito verte. Necesito hablar contigo. Necesito... necesito saber que no arruiné todo. Te espero. Y si no quieres ir, lo entiendo. Pero, por favor, piénsalo. Y por favor, no le digas a nadie. Esto es entre tú y yo. Y no quiero que nadie lo sepa. Te espero. Adiós.

Terminé de hablar y mi mano tembló. El mensaje de audio era demasiado largo, demasiado honesto, demasiado revelador. Estuve a punto de borrarlo, de pretender que nunca había pasado. Pero me di cuenta de que no podía.

Era la verdad, mi verdad.

Era el primer paso para ser yo mismo.

Lo envié.

Y luego, me quedé mirando la pantalla, mi corazón latiendo con la fuerza de un tambor de guerra. El mensaje fue entregado. Regulus lo había escuchado.

Pasaron segundos que se sintieron como una eternidad. No había respuesta. Me di cuenta de que mi corazón estaba a punto de explotar. El pánico se apoderó de mí de nuevo. ¿Y si me había bloqueado? ¿Y si me odiaba? ¿Y si me había arrepentido de todo?

Mi teléfono vibró.

Un mensaje de Regulus.

—A las cinco. No llegues tarde, Pan de Dios. Y la próxima vez que me beses, asegúrate de que no haya nadie cerca. Me gusta más la privacidad.

Una sonrisa, una sonrisa de verdad, una sonrisa que no había sentido en mucho tiempo, se formó en mi rostro.

Había dicho que sí. Había aceptado. Y el apodo, que antes era una burla, ahora era una promesa. El Pan de Dios y el demonio en la moto. El juego había comenzado.

El resto de la noche fue una tortura. No pude dormir. Me pasé horas mirando mi teléfono, el mensaje de Regulus en mi mano, un tesoro que no me atrevía a soltar. Mi mente era un torbellino de emociones, una mezcla de miedo y de excitación. El miedo a mis padres, el miedo a la verdad, el miedo a mis propios sentimientos, todo se había ido, reemplazado por la excitación de mi cita con Regulus.

A la mañana siguiente, me desperté con una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. El miedo se había ido, y en su lugar había una extraña calma. El sol brillaba en mi habitación, una luz cálida y reconfortante. Me levanté de la cama, mi cuerpo un nudo de nervios, mi mente un torbellino de pensamientos. Hoy era el día. Hoy iba a ser yo mismo. Hoy iba a ser el chico que se había besado con un demonio en una pista de patinaje.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.