Two wheels, one heart

Capítulo 9 ”*°•.˜”*°• REG •°*”˜.•°*”˜

El rugido del motor de mi Harley cortó el silencio helado de la madrugada. Había dejado el Parque de Diversiones Siniestras hacía una hora, pero todavía podía sentir el olor a azúcar quemada y a palomitas de maíz pegado a mi chaqueta de cuero. Era un olor dulce y artificial, un contraste ridículo con el perfume caro y sofisticado que Joan había usado. Una fragancia de ámbar y sándalo, un aroma a riqueza y a perfección que ahora estaba impregnado en la aspereza de mi ropa de moto. Me detuve frente a mi edificio, un viejo almacén reconvertido en apartamentos de dudosa legalidad, y apagué el motor. El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el latido desbocado de mi propio corazón.

Me quité el casco.

El aire frío me golpeó la cara, un recordatorio de que la noche había terminado y de que el juego, el verdadero juego, estaba a punto de comenzar. Me bajé de la moto, mis botas resonando en el cemento roto. Mi mano se dirigió automáticamente al manillar, pero no fue para asegurar la moto, sino para tocar el ridículo peluche de unicornio que Joan me había ganado en el juego. Era una monstruosidad de felpa rojo, azul, violeta y amarillo, completamente fuera de lugar en mi mundo, un testigo silencioso de la tontería en la que me había metido. Lo agarré y lo metí bajo el brazo, sintiéndome como un adolescente idiota. No podía tirarlo. No podía deshacerme del único objeto tangible que atestiguaba que la noche había sido real.

Subí las escaleras, mi mente un torbellino.

La cita había sido... desastrosa. Desastrosa para mis planes, quiero decir.

Joan se había presentado, se había disculpado con un mensaje de audio que me había hecho reír a carcajadas por su honestidad infantil, y luego me había atacado.

El beso.

El beso que me había robado el aliento, el beso que me había hecho olvidar mi nombre, mi misión, mi vida. La audacia de Joan me había tomado por sorpresa. El "Pan de Dios" se había convertido en un demonio tentador, un adversario formidable.

La dualidad de Joan Wilmore me estaba volviendo loco. El chico de la camiseta de fútbol que jugaba a ser perfecto, y el hombre en la camisa de seda negra que me jalaba por la chaqueta de cuero, que gritaba en las montañas rusas, que se reía a carcajadas sin preocuparse por la audiencia. El Joan de esta noche era crudo, real, y peligrosamente adictivo. Y eso era un problema. Un maldito problema. Porque la realidad era una sola, y esa realidad se llamaba dinero.

Entré en mi apartamento, el aire viciado de mi propia pobreza me golpeó. El contraste entre este lugar oscuro y frío y el mundo de Joan —un mundo de pistas de patinaje privadas, perfumes caros y padres que pagan fortunas para manipular la vida de sus hijos— era un abismo.

Mi colchón en el suelo, las paredes descascaradas, la nevera vacía. Esta era la razón por la que estaba haciendo esto. Esta era la razón por la que había vendido mi alma al diablo en forma de un contrato con los padres Wilmore.

Dejé el peluche en la mesa de la cocina, justo al lado de un fajo de billetes arrugados. Dinero de trabajos anteriores. Dinero que no duraría. El dinero que los Wilmore me habían prometido, la riqueza que cambiaría mi vida, era mi única salida. Y Joan Wilmore, el chico más ingenuo y más audaz que había conocido, era la llave.

Saqué mi teléfono, la pantalla brillaba con el número de la señora Wilmore. No había tiempo para la duda, no había tiempo para la culpa. Era un profesional. Un mercenario de las emociones. Tenía que dar mi informe.

Marqué el número.

El teléfono sonó dos veces, y luego la voz suave y fría de Eleanor Wilmore respondió.

—Regulus. Son las tres de la mañana. Espero que la noticia sea importante —dijo, sin un saludo.

Su voz era un bisturí afilado.

Me puse la chaqueta de cuero, el frío me daba una excusa para la aspereza en mi voz.

—Lo es. La situación está saliendo a la perfección, señora Wilmore. La primera fase ha concluido con un éxito innegable. Joan ha caído por completo a mis brazos.

Guardé silencio, dejando que mis palabras hicieran su efecto.

Necesitaba que sintieran que estaban en control, que su inversión estaba siendo lucrativa.

—Explíquese —exigió la señora Wilmore.

Escuché el murmullo de fondo, probablemente el señor Wilmore, que también estaba al tanto de la llamada.

—Hoy tuvimos nuestra primera cita de 'verdad'. Me invitó al parque de diversiones. Y Joan se presentó. Arreglado, con el perfume que estoy seguro ustedes le compraron. Y lo más importante: me besó. Un beso público, agresivo, y lleno de... desesperación. La desesperación de un chico que está renunciando a su vida perfecta. Él no se está escondiendo. Él me está buscando. Su compromiso emocional es total, señora Wilmore. Está en un punto donde la curiosidad y la atracción han superado el miedo a su decepción. Eso, por definición, es el éxito. Hemos roto la barrera final: el miedo al compromiso emocional profundo de su hijo.

Hubo un momento de silencio, solo roto por mi respiración. Sabía que esta era la parte crucial. Ellos no querían un juguete, querían una herramienta de aprendizaje. Querían que Joan se enamorara y luego sufriera la gran lección.

—¿Y qué hay de la parte de 'escapar'? —preguntó la voz del señor Wilmore, ahora audible y grave—. No queremos que esto sea solo un juego de besos de adolescentes, Regulus. Queremos que el vínculo sea tan fuerte que la ruptura sea una catástrofe que lo haga regresar a casa, a sus estudios, a su vida.

Me recosté contra la pared, el cuero crujiendo bajo mi peso.

—Señor Wilmore, en este momento, yo soy el centro de su universo. Me ha enviado un mensaje de audio pidiéndome perdón por huir y suplicándome otra oportunidad. Ha mentido a su cara para venir a verme. Hemos pasado de un juego de imágenes a un nivel de intimidad física y emocional en menos de 48 horas. La trampa está puesta. Ahora, necesito tiempo para profundizar la conexión. Necesito que él crea que soy su única vía de escape, su única verdad, antes de que yo le demuestre que soy su mayor mentira.




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