Two wheels, one heart

Capítulo 10 ”*°•.˜”*°• JOAN •°*”˜.•°*”˜

El interior de mi Lexus olía a cuero nuevo, a limpieza estéril y al ámbar persistente del perfume caro que había usado la noche anterior. Eran las once de la mañana, y el sol de la mañana se filtraba a través del parabrisas, calentando el aire acondicionado.

Estaba estacionado al otro lado de la calle del Kartódromo Adrenalina, una pista de carreras pequeña, ruidosa y llena de olor a gasolina barata y goma quemada. Era exactamente el tipo de lugar que mis padres me habrían prohibido pisar, y precisamente por eso, me parecía el lugar más excitante del mundo.

Esperé.

Cada segundo era un martirio.

Mi pulso era un tambor furioso contra mis costillas, y tenía la ridícula necesidad de revisar mi reflejo en el espejo retrovisor por centésima vez. Me había vestido con jeans oscuros, una chaqueta de cuero que era una réplica elegante y costosa de la que usaba Regulus, y una camiseta simple. Estaba intentando un equilibrio imposible: ser yo mismo sin ser el "Pan de Dios", y ser lo suficientemente interesante para el demonio que me había besado dos veces.

El riesgo no era la ropa, sino la mentira que llevaba puesta. La audacia de haberle dicho a mis padres que salía con un "alguien" y la urgencia de mi mensaje de audio de la noche anterior me habían dejado en un estado de nerviosismo constante, un estado de alerta que era, a la vez, agotador y adictivo.

El rugido.

Siempre comenzaba con el rugido.

Un sonido grave y gutural que solo podía pertenecer a su moto y a nadie más. Giré la cabeza hacia la fuente del ruido, y lo vi.

Regulus.

La aparición era siempre la misma, pero el efecto en mí era siempre nuevo. Iba montado en su Harley, una silueta oscura y poderosa, envuelta en cuero y misterio. Se detuvo justo al lado de mi coche, el motor vibrando bajo él. Se quitó el casco con un movimiento fluido, su cabello oscuro cayendo sobre su frente, y me dedicó esa sonrisa ladeada, esa media sonrisa cínica que me hacía querer estrangularlo y besarlo al mismo tiempo. Sus ojos grises, siempre fríos y penetrantes, me evaluaron, deteniéndose por un momento en mi chaqueta de cuero, y un destello, un destello casi imperceptible de aprobación, cruzó su mirada.

—Tardaste, Wilmore —dijo, su voz era profunda y ronca, una vibración que sentí hasta en los huesos—. Llevo aquí... cinco minutos en el estacionamiento. Y me estás haciendo esperar. Eso es un pecado capital en mi mundo.

Apagué el motor de mi auto, liberando la tensión de mi pie del acelerador.

La respuesta se formó en mi boca antes de que mi cerebro la procesara. Estaba decidido a no ser el chico que huía. Estaba decidido a atacarlo, a tomar el control otra vez.

—Tienes que acostumbrarte, Regulus —le dije, abriendo la puerta.

El olor a perfume caro se mezcló con el olor a gasolina. Me acerqué a él, la adrenalina corriendo por mis venas. Él se bajó de la moto, y el aire entre nosotros se hizo más denso. La proximidad era siempre un golpe físico. La forma en que sus hombros eran anchos, la forma en que su cuerpo se sentía duro y frío bajo mi tacto. Me paré frente a él, y la diferencia de altura me hizo levantar la barbilla para mirarlo.

—¿Acostumbrarme a qué, Pan de Dios? —me preguntó, con una ceja arqueada, la burla en sus ojos.

No respondí con palabras.

Me había prometido a mí mismo que no sería cobarde.

Lo tomé de la solapa de su chaqueta de cuero, la tela áspera en mis dedos, y lo jalé hacia mí. Nuestros labios se encontraron, un beso rápido y urgente, lleno de la adrenalina que ambos compartíamos. Esta vez, fue mi iniciativa otra vez. Fui yo quien tomó el control. Fui yo quien decidió.

El beso duró solo un segundo, pero en ese segundo, el mundo entero se desvaneció. La respuesta de Regulus fue instantánea, una reacción visceral. Sus manos se clavaron en mi cintura, atrayéndome con una fuerza que me hizo jadear. El beso se hizo más profundo, más voraz, más desesperado. La mezcla de la gasolina, el cuero y el ámbar de mi perfume era una explosión de sentidos que me hizo sentir mareado.

—Me gusta este nuevo tú, Wilmore —me susurró, su aliento caliente en mi oído—. Ya es la segunda vez que me besas de esta forma y me encanta...

Me separé de él, la respiración agitada, mi corazón latiendo con la fuerza de un tambor de guerra.

—El que no huye va a ganar esta carrera —le dije, con una sonrisa en mi rostro.

No quería hablar.

No quería pensar.

Quería moverme, quería correr, quería que la adrenalina se apoderara de mí.

Tomé su mano, y esta vez, fue un agarre firme, decidido.

—Vamos. Te dije que yo invitaba. Y yo no juego a medias.

Lo jalé hacia la entrada del kartódromo.

Él se quejó, por supuesto, pero no se resistió. Sus pasos se ajustaron a mi ritmo, y su mano, grande y áspera, se sintió increíblemente bien contra la mía. Entramos, y el ruido nos golpeó: el rugido constante de los motores pequeños, el chillido de las ruedas, el olor a goma quemada. Era un infierno ruidoso y sucio, y me sentí como en casa.

Pagué los boletos, ignorando la mirada de la taquillera que evaluaba el contraste entre mi ropa cara y el lugar. Tomamos nuestros cascos, y nos dirigimos a la pista. La competencia era feroz, el ambiente era tenso, y me sentí completamente vivo.

—¿Has corrido antes? —me preguntó Regulus, ajustándose el casco.

—Soy un experto en ganar, Regulus. En todo lo que hago —le respondí, con una sonrisa desafiante—. No te voy a dar ninguna ventaja.

—Me gusta la confianza, Pan de Dios. Pero esta es mi cancha. Yo soy el demonio en la velocidad.

Nos subimos a los karts.

El motor vibró bajo mí, una sensación que me hizo sentir poderoso.

La carrera comenzó, y fue un caos delicioso.

Regulus era un competidor implacable. Su kart se movía con una precisión brutal, tomando las curvas con una habilidad que solo podía ser innata. Yo, por mi parte, era rápido, impulsivo, agresivo. No tenía su habilidad, pero tenía mi determinación.




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