El motor de la Harley rugió a la vida. Era un sonido áspero, violento, un recordatorio de que yo no pertenecía al silencio de los muelles, ni a la dulzura de la noche. Era un sonido de escape. Pero por primera vez, no estaba escapando de la policía o de un problema; estaba escapando de mi propia honestidad.
Dejé a Joan sentado en el muelle, envuelto en su propia confusión y dolor. Ver su rostro, el shock en sus ojos azules cuando levanté el muro de cristal y me fui, fue el golpe más duro que había recibido en años. El dolor que yo había planeado infligirle se había reflejado en mí con una fuerza triplicada.
El Muro de Cristal que había levantado no era para protegerlo a él de mi miseria; era para protegerme a mí de su pureza. El chico que comía churros con la boca llena de risa, el que me había llamado "novio" y me había obligado a ser mejor persona, ese chico me estaba destruyendo. Me estaba haciendo sentir algo. Y lo que sentía era inaceptable.
Amor. La palabra era ridícula, una broma cruel que se reía de mi vida. El amor era un lujo, un privilegio que solo la gente como Joan podía permitirse. Para mí, era una debilidad, una enfermedad que ponía en riesgo mi única salida: el dinero.
Conduje sin rumbo, el aire frío golpeándome la cara. Mi mente era un torbellino. La decisión no podía esperar. El plan de los Wilmore era simple: enamorar a Joan hasta que su vida se rompiera, obligándolo a salir de su jaula de cristal. Pero si esto continuaba, el que se iba a romper era yo. Yo no podía ser el arquitecto de su dolor. No podía ser el monstruo que le enseñara que el amor es una mentira.
Mi moto se detuvo frente a una gasolinera vacía, un lugar anónimo. Apagué el motor. El silencio era ensordecedor. Saqué mi teléfono. No había tiempo para la duda, no había tiempo para la culpa. Tenía que terminar esto de raíz.
Marqué el número de la señora Wilmore. Eran casi las doce de la noche, pero sabía que ella estaría despierta, esperando mi informe. Ellos vivían en un mundo donde las horas no importaban, solo los resultados.
Sonó dos veces, y su voz, fría y perfectamente pulida, respondió:
—¿Regulus? ¿Hay un problema? Esperaba un informe de 'éxito rotundo', no una llamada a estas horas.
—Sí, señora Wilmore. Hay un problema. Y la noticia es muy importante —dije, mi voz era áspera, ronca por el esfuerzo de la noche—. Y no es un problema de 'éxito'. Es un problema de rendición.
Guardé silencio, dejando que mi declaración se hundiera.
La escuché respirar, un sonido sutil, pero lleno de amenaza.
—Explíquese. Acaba de recibir una inyección de liquidez importante para mantener la 'intensidad'. Espero que no me esté diciendo lo que creo que está diciendo.
—Estoy diciendo que me niego a seguir con esto —solté, la palabra se sintió como una liberación, pero también como el inicio de una caída libre—. Se acabó. Me retiro. Ustedes me dieron una misión, y yo la he cumplido al pie de la letra. Joan está enamorado. Está vulnerable. Ha roto con su vida. Está en el punto de inflexión. Si quieren que se rompa, ya está lo suficientemente roto. Yo no voy a ser el que lo termine de destrozar. Su hijo es demasiado bueno para este mundo y yo no puedo. Creí que iba a ser el indicado, pero he fallado —negué, soltando un suspiro para aceptar la realidad—. Me he enamorado de él.
Escuché el murmullo de su esposo en el fondo. El señor Wilmore. Sabía que ambos estaban escuchando, evaluando la magnitud de mi traición al contrato.
—¿Se niega? —la voz de la señora Wilmore se volvió un cuchillo de hielo—. Regulus, el contrato era claro. La misión no es solo enamorarlo; es romperlo de una forma que lo haga ser él mismo. El final es la parte crucial. Si lo dejas ahora, parecerá una aventura de juventud, no una crisis existencial. Ha fracasado.
—He fallado, sí. Pero no por incompetencia, sino por conciencia. Mi trabajo era un trabajo sucio, pero no era matar. Y lo que ustedes quieren, señora Wilmore, es el asesinato de su alma. Yo no puedo hacerlo. Ya le he quitado demasiado. Necesita volver a la normalidad, sí, pero no destrozado por mí. Yo lo dejo. Mañana les devuelvo el dinero restante. Pueden contratar a otro.
Hubo un silencio largo, espeso, cargado de peligro. Podía sentir su rabia al otro lado de la línea. Ellos no estaban acostumbrados a que la gente les dijera que no.
Finalmente, el señor Wilmore tomó el teléfono. Su voz era grave, calmada, mucho más peligrosa que la furia de su esposa.
—Regulus. Seamos profesionales. Entendemos la 'fatiga emocional'. Ha hecho un trabajo excepcional. Joan está completamente fuera de sí. Ha mentido, ha cambiado su ropa, ha perdido el enfoque. El experimento es un éxito. Pero el final es la variable más importante. Si te retiras ahora, el impacto será menor. Será una herida, no una amputación.
—Lo siento, señor Wilmore. Amputación o no, no puedo hacerlo. No puedo ser el instrumento de su dolor. El dinero no vale eso. Se acabó.
Entonces, el señor Wilmore hizo lo inesperado. No me amenazó. No me insultó. Me hizo una oferta. Una oferta tan obscena, tan ridícula, que me hizo temblar.
—Entendemos tu posición. Has desarrollado un 'vínculo', es parte del proceso. Pero Regulus, tu vida no es solo tu conciencia. Es tu abuela, tu futuro, tu taller. Y nosotros sabemos lo que vale el riesgo. Dime la cifra, Regulus. La cifra que te haga olvidar la 'conciencia' por solo dos semanas más. Dos semanas para finalizar el plan, para que Joan se convenza de que eres un fraude, que solo lo usaste. Dos semanas para la ruptura total.
Mi corazón se aceleró, no por el miedo, sino por la codicia. El dinero. El dinero que me daría la libertad absoluta. El dinero que me permitiría comprar mi propio edificio, contratar gente, sacar a mi abuela del barrio. La cifra original era enorme. ¿Qué cifra podría superar mi creciente amor por Joan?
—El doble —solté, sin pensar. La cifra era tan alta que era absurda—. El doble del monto original, señor Wilmore. Y no solo el doble del total. El doble del total pagado ahora mismo. Como pago por riesgo y conciencia. Y eso me compra dos semanas para ejecutar la retirada de forma devastadora. Yo lo rompo. Pero a ese precio. No hay negociación.