El sol de la tarde filtrándose por mi ventana era demasiado brillante, demasiado honesto. No merecía la luz. Después de la llamada con Joan anoche, donde vendí mi alma por el doble del precio, cada rayo de sol se sentía como un reflector apuntándome, exponiendo mi traición.
El dinero ya estaba en mi cuenta. Una cantidad ridícula, obscena, que me hacía temblar. El señor Wilmore había cumplido su palabra. Y ahora, yo debía cumplir la mía: hacer que Joan Wilmore sea quien es en realidad.
La escapada a la playa. El clímax del engaño. El día que cimentaría su amor y su dependencia, para que la caída fuera fatal.
Mi primera tarea del día fue la más repugnante: informar a mis amos. Tenía que asegurarme de que el escenario estuviera limpio para la fuga de Joan. Marqué el número de la señora Wilmore.
—Regulus —respondió, sin un saludo.
Su voz era tranquila, ya segura de su poder.
—Señora Wilmore, solo confirmo los preparativos para la "escapada" de hoy. Necesito que su casa esté completamente vacía antes de las cinco de la tarde. No quiero que Joan sienta la presión de ser descubierto. Necesito que se sienta completamente seguro de su fuga —le expliqué, manteniendo mi voz fría y profesional.
—¿Por qué la necesitan completamente vacía? ¿No pueden simplemente irse en la moto?
—Porque la perfección de la vida de Joan es su ancla. Si se escapa sabiendo que ustedes están en casa, la culpa lo consumirá y la escapada no será una liberación total, sino un acto de rebeldía infantil. Necesito que él sienta que ustedes lo han abandonado, aunque sea temporalmente. Que su mundo no lo está vigilando. Esto aumentará la euforia y, por ende, la intensidad de la conexión. Necesito que sienta que solo existimos él y yo.
Hubo un silencio de comprensión. El señor Wilmore debió estar escuchando, porque su voz grave intervino.
—Inteligente, Regulus. La ausencia de vigilancia. La dejaremos completamente vacía. Partiremos a nuestro club en la montaña antes de las cinco. Asegúrate de que no regrese hasta tarde. Necesitamos que esta noche sea memorable. Y tú sabes por qué.
—Lo sé. Será la noche perfecta —prometí, y la palabra se sintió como veneno en mi boca—. Solo asegúrense de que el Lexus esté en la cochera, intacto.
—Así será. Recuerda, Regulus. El doble. No falles.
Colgué el teléfono. Mi misión no era solo seducir a Joan; era manipular a toda su familia. Y lo estaba haciendo a la perfección.
Me dirigí al taller. Jason me miró con escepticismo mientras yo empacaba una pequeña mochila.
—¿Qué haces? ¿Estás huyendo con el 'Pan de Dios'? —preguntó, limpiando un motor.
—Algo así. Vamos a la playa. Necesito que la moto esté impecable. Una noche, nada más.
Jason me observó, su rostro era una mezcla de desaprobación y preocupación. Él sabía que algo no estaba bien desde la noche en el muelle.
—Parece que estás empacando para un funeral, no para una escapada romántica. ¿Qué pasa, Reg? Estás actuando como si el mundo se fuera a acabar.
—El mundo de alguien sí. Y no es el mío —murmuré, atando una manta a la parte trasera de la moto.
—Mira, Reg. No sé qué trato tienes, ni por qué estás tan lleno de dinero de repente, pero no rompas a ese chico. Es un buen pibe. Está enamorado de ti hasta la médula.
Sus palabras me golpearon con la fuerza de un martillo.
—No me des sermones, Jason. Sabes por qué hago esto. Es la libertad que siempre hemos querido. Es la salida para la abuela. Y no voy a arruinarla por una conciencia de mierda.
—La conciencia es lo único que nos diferencia de los perros, Regulus. Piénsalo bien. ¿Vale la pena la cifra si tienes que vivir con eso?
Lo ignoré, encendiendo el motor de la Harley. El rugido era mi escudo.
Cuando llegué a la casa de Joan, el Lexus no estaba en el garaje. Él me esperaba afuera, junto al portón de hierro forjado. Llevaba una camiseta sencilla y unos pantalones cortos, y en sus ojos, ya no había miedo, solo una euforia total. Él estaba listo para su fuga.
—Estás aquí —dijo, y su alivio era palpable.
—Te dije que vendría, tonto. ¿A dónde vamos?
—Al mar. A donde no haya reglas. A donde solo seamos nosotros —me dijo, subiendo a la moto.
El viaje fue el mejor momento del día. Él se aferraba a mí por la cintura, su risa era un sonido de campana contra el rugido del motor. Conducir a toda velocidad, sentir su cuerpo fuerte y caliente contra mi espalda, era la única verdad en mi vida. Durante el viaje, no fui Regulus, el mercenario. Fui Reg, el chico que se escapaba con su novio a la playa. Y me dejé llevar.
Llegamos al motel barato que había alquilado. Era un lugar sin pretensiones, con olor a cloro y aire acondicionado viejo. Joan no preguntó por qué no estábamos en un hotel de lujo. Le dio igual. Para él, el lujo era la ausencia de vigilancia.
Entramos en la habitación. Él la inspeccionó con una sonrisa.
—Perfecto. Es feo y real. Me encanta.
Y entonces, el juego comenzó a volverse peligroso.
Nos tiramos en la cama, riendo a carcajadas. Nos besamos. Besos hambrientos, llenos de la tensión de la semana perdida. Joan era atrevido, sin inhibiciones. Me tomó de la nuca, profundizando el beso con una necesidad que me quemaba. Mi cuerpo respondió al instante. La adrenalina de la fuga, el amor que sentía por él, y la inminente traición, todo se mezclaba en un cóctel explosivo.
—Reg —me susurró, la voz llena de deseo—. No te detengas.
—No lo haré, Pan de Dios. Nunca —le prometí, una mentira dulce.
Pasamos la tarde en esa habitación, jugando y hablando de tonterías. Joan me contaba sus sueños de pintar, yo le contaba mis sueños de un taller propio. Estábamos construyendo un futuro que yo ya sabía que iba a explotar.
Cuando el sol se puso, el ambiente se puso serio. Tenía que llegar al clímax.
—Vamos a la playa —le dije, poniéndole mi chaqueta—. Tenemos que sellar nuestro escape.