Two wheels, one heart

Capítulo 16 ˜”*°•.˜”*°• JOAN •°*”˜.•°*”˜

Despertar a la mañana siguiente fue como encender el sol dentro de mí. Abrí los ojos, y el mundo era más brillante, los colores más saturados. Ya no había la pesadez de la culpa ni el miedo al rechazo; solo había la euforia total de la noche perfecta. La escapada a la playa con Regulus se sentía como un hito, la prueba irrefutable de que lo nuestro era real, profundo y totalmente mío.

Me sentía ligero, vivo, y la sonrisa que tenía en los labios era tan grande y tan tonta que me dolían las mejillas. Me quedé en la cama un largo rato, reviviendo el baile en la arena, el sabor salado de su piel, la tensión de ese momento en el que se detuvo. Incluso el "no" de Regulus, su respeto, se sentía ahora como un acto de profundo amor, una promesa de que lo nuestro sería más que sexo; sería significativo.

Finalmente, me levanté. El olor a sal y a mar se había quedado impregnado en mi sudadera. Me duché, pero no pude borrar la sonrisa. Bajé a desayunar, algo que no había hecho con mis padres en días.

Ellos estaban sentados, mi padre leyendo su periódico, mi madre revisando documentos de alguna gala benéfica. El silencio habitual, cargado de expectativas.

—Buenos días —dije, y mi voz era inusualmente alegre.

Mi madre me miró, y su ceño se frunció.

—Buenos días, Joan. ¿Te sientes mejor? Creí que tenías una migraña.

—Sí, mucho mejor. Creo que necesitaba un poco de... aire fresco —respondí, sirviéndome un café.

Mi padre, por primera vez, levantó la vista.

—Te ves... radiante. ¿Pasó algo importante?

No pude evitarlo. La sonrisa era incontrolable.

—Pasó una bonita tarde con mi amigo Regulus. Ya sabes. Solo nos pusimos al día.

El cambio de ambiente fue instantáneo. La temperatura de la habitación debió bajar diez grados.

Mi madre dejó caer su tenedor sobre el plato con un clic seco.

—Joan, ya hablamos de ese muchacho. No es una influencia adecuada para ti. Es un descarriado, un... demonio —dijo, usando la misma palabra que yo usaba en mi cabeza, pero con un tono de disgusto absoluto—. Necesitas concentrarte. Has estado ausente toda la semana. Es hora de volver a la realidad.

—Esta es mi realidad, Mamá. Y es mucho mejor que la que ustedes planean para mí —repliqué con una firmeza que me sorprendió. Pero no quería discutir. No quería que su cinismo manchara el recuerdo de la playa—. No te preocupes. Me estoy concentrando.

Me levanté de la mesa antes de que pudieran responder, dejando mi café a medias. La disputa me había hecho recuperar el aplomo, sí, pero también había reafirmado mi decisión: mi vida con Regulus era un secreto que merecía ser protegido de su toxicidad.

Apenas subí a mi habitación, agarré el teléfono. Necesitaba contárselo a la única persona que no me juzgaría: Leo.

Leo respondió al tercer tono.

—¡Joan! Por fin das señales de vida. Creí que te había abducido un alien. ¿Estás bien? ¿Te volviste a pelear con tus padres?

—Leo, tienes que escuchar esto. Acabo de volver de la playa. Fui con Regulus.

Hubo un silencio en la línea.

—¿La playa? ¿En la moto? ¡Joan! ¿Te has vuelto loco? ¿Y tus padres?

—Estaban fuera. Pero no es eso. Leo, anoche... casi pasa. Estábamos solos, bajo la luna, en la arena. Estábamos... a punto de ir más lejos. Y él se detuvo.

—¡¿Qué?! ¿Regulus se detuvo? ¿Por qué?

—Dijo que me respetaba. Que no quería que fuera algo apresurado, algo de una noche, en un motel cutre. Dijo que yo era lo más puro que había tocado y que quería que fuera especial. Leo... me dijo que me amaba. Y me llevó a casa sano y salvo. Es real, Leo. Él me ama.

La voz de Leo era una mezcla de escepticismo y fascinación.

—Wow. Eso... eso es inesperado, Joan. Quiero decir, es increíblemente romántico, y es exactamente lo que tú necesitas. Pero, ¿estás seguro? No sé, es que... es tan diferente a su imagen.

—Es su verdad, Leo. Es lo que yo saqué de él. Y estoy eufórico. Estoy viviendo de verdad. Y no hay vuelta atrás.

—De acuerdo, de acuerdo. Si tú lo dices. Me alegra que estés feliz, Pan de Dios. Ahora, sal de esa cueva. Necesitas aire y ejercicio. ¡Vamos a la plaza! Necesito ganarte en fútbol para recordarte quién es el campeón. Además, tienes que entrenar o te vas a oxidar.

Leo me había dado una excusa perfecta para salir de casa sin levantar más sospechas.

—Acepto el desafío. Pero te voy a humillar, Leo. Tengo la energía de mil soles.

Llegué a la plaza y vi a Leo esperando, con su camiseta de entrenamiento. Leo era mi ancla al mundo seguro, al mundo donde las cosas tenían sentido. Pero ahora, ese mundo se sentía aburrido.

Jugamos un partido uno contra uno en el campo de hierba. El sol de la tarde nos golpeaba. El ejercicio fue catártico. Correr, patear la pelota, la concentración en el juego, todo ayudó a liberar la energía que el amor de Regulus había desatado.

Y, como había prometido, lo destrocé.

Mi agilidad, mi velocidad, mi concentración, todo estaba afinado. Metí dos goles seguidos, superando a Leo en velocidad pura.

—¡No es justo! ¡Estás volando! ¿Qué te dio Regulus? ¿Alas de demonio? —se quejó Leo, jadeando.

—Me dio la vida, Leo. Y ahora no pienso volver a perder —dije, mi respiración era superficial, pero mi corazón estaba lleno.

Nos tiramos en el césped, agotados.

—Tienes que admitirlo, Joan. El amor te hace un mejor futbolista. Tal vez el miedo a que Regulus te vea perder te está motivando —bromeó Leo.

—Tal vez. Pero tengo que agradecerle el empujón.

Después de un rato, regresamos a mi casa. Leo se quedó un rato, terminando de secarse en mi habitación mientras yo revisaba mi teléfono. La casa estaba silenciosa; mis padres aún no habían vuelto, cumpliendo sin saberlo la manipulación de Regulus.

Leo estaba en mi baño, y yo me senté en mi escritorio. Revisé mis mensajes. Había uno de Regulus.

  • ¿Cómo está mi Pan de Dios después de la fuga? Espero que tus padres no te hayan matado. Y espero que hayas recordado la promesa que nos hiciste anoche.




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