Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Cuarenta y Uno

Al igual que antes, todos salieron en fila. Fueron pegados por la avenida principal por el lado norte, todos apuntando sus armas hacia adelante y luego alternando en todas direcciones. Janira iba al frente junto a Sophie. En la retaguardia iba Paulo portando una mochila llena de botellas y trozos de tela de una vieja sábana que ya estaba rota en varias partes. Por todas direcciones llegaban sonidos de disparos a distintas distancias.

Demoraron cinco minutos en llegar a su objetivo, una gasolinera de la ciudad. Y para su sorpresa, allí también estaba otro grupo que aparentemente estaba haciendo lo mismo: llenando botellas de vidrio con gasolina, y las que ya estaban completas, tenían un paño sobresaliendo de la boca. Era un grupo que tenía ropas negras con detalles plateados, y de sombrero llevaban o kepis del mismo color, o un sombrero vaquero café. Todavía mas curioso, es que todos llevaban puestas unas máscara antigás. Cuando la joven Gimpert se acercó con su grupo, se dieron vuelta y la saludaron. 

—Buenas tardes camaradas —saludó el que parecía estar al mando mientras se sacaba la máscara.

—Buenas tardes. Creo que venimos a hacer lo mismo.

—¿Cócteles Molotov? Simples, pero funcionales.

—Mi padre me enseñó de ellos cuando era Ranger, entre muchas de sus historias.

Todo su escuadrón la miró sorprendida. ¿Su padre había sido Ranger? ¿Cómo es que nunca lo había mencionado? Pero eso fue reemplazado por ver a uno de los otros rangers con un brazo vendado. Lo entendieron. Hay milicianos que aunque hayan sido infectados, la herida no es incapacitante, por lo que deciden seguir peleando aprovechando que los síntomas demoran varios días en aparecer, con la mascarilla puesta para evitar que la saliva o mucosidad transmitiera la enfermedad a sus compañeros. Aun así, todos los que le acompañaban debían estar de acuerdo por el riesgo que podría significar, y este era el caso.

Cuando hubieron acabado de llenar las botellas que necesitaban y las guardaron, se despidieron de el escuadrón de Janira.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —preguntó ella.

—Mille Collines —respondió el jefe —. Espero que nos volvamos a ver.

—Lo mismo digo.

Cuando se hubieron ido, la jefe se dirigió al pelotón, quienes le miraban sorprendida.

—¿Pasa algo?

—Janira, ¿por qué nunca nos contaste que tu padre era Ranger? —preguntó Desmond.

Ella cambió su cara y se puso tensa. Abrió la boca para hablar, pero no salieron palabras.

—Déjame adivinar —dijo Hans — ¿Tenías miedo de que la gente te mirara en menos por creer que por ser hija de ranger tendrías algún beneficio?

—Pues... un poco, sí.

—Pero eso es tonto —respondió Sophie—. Mírame a mí y a mi hermano, somos hijos de uno, todos lo saben y no ha pasado nada.

—Incluso Desmond es hijo de uno —agregó Hans, para ser inmediatamente increpado por este con un codazo, recordándole que eso es un tema que no gustaba de mencionar. A pesar de todo, la herida aun no cerraba, y recordarlo le causaba una fuerte melancolía por un pasado lejano que ya no existe y en el que todo era mejor... o al menos eso es lo que consideraba.

—Sí, bueno, tienen razón. Ahora vámonos —concluyó Janira secamente.

El grupo entonces con las mangueras llenaron las botellas con gasolina, las taparon y pusieron el paño arriba. Luego se acercaron a la tienda aledaña y saquearon todos los encendedores que pudieron para cada uno, y se fueron de allí. Cortaron por unos callejones que les llevarían a otra avenida radial, sin encontrarse con nada. Pero cuando vislumbraron la salida, vieron un camión pasar hacia el centro de la ciudad. Sin perder el ritmo, salieron a la misma y a su derecha vieron a un grupo de soldados que vigilaban a soldados heridos y muertos a lo largo de la vereda . Los primeros iban todos con mascarillas y vendada alguna parte del cuerpo, sentados a la pared de los edificios, poseyendo miradas fijas, y que usaban tanto uniformes de rangers como de milicia de la ciudad. Lo segundos estaban recostados tapados con sábanas. Entre los soldados que se encargaban de atender a los anteriores, reconocieron a la profesora Lamothe, quien al verlos les saludó con la mano.

—Chicos, me alegra poder verlos. ¿Cómo están?

El grupo se acercó y Desmond le contestó que bien, aunque algo extenuados. 

—Bueno, es normal. ¿Qué fue de su camión?

Allí Sophie le contó como perdieron al camión y como ahora tienen que ir a pie hasta la subestación.

—Sobre eso, creo que podrían cortar por el parque donde hay canchas y juegos infantiles que hay mas al este, pues allí hay francotiradores que les pueden apoyar.

Janira que estaba al frente le dio las gracias por la información, pero que ahora debían seguir adelante. Se despidieron de la profesora y los otros presentes y siguieron hacia el este. 

Al igual que antes, avanzaron pegados a las paredes del lado derecho de la avenida. Cuando llegaron a la calle donde comenzaba el lugar, escucharon que alguien los llamaba desde la zona superior de un edificio a su derecha, que estaba en la esquina de la calle que bordeaba el parque por su cara sur. A través de una escalera lateral, subieron a la misma y allí se toparon con un grupo de soldados que tenían ropas de las milicias de la ciudad, pero que llevaban además una banda de color dorado en el brazo y un extraño símbolo cocido en los kepis. Eran parte de la milicias que militaban en el Culto. Iban todos armados con rifles francotiradores o binoculares. El que estaba a cargo se presentó.

—Yo te conozco, eres Sophie Gallagher, la chica que nos ayudaría a recuperar la corriente eléctrica. ¿Vas de camino a la subestación? —le preguntó apuntando hacia unas torres con bobinas que sobresalían entre los edificios al norte de allí. Tras responderle que sí, le dijo que ellos le cubrirían mientras cruzaban la plaza, aunque igualmente deberían tener cuidado. Agradecieron este apoyo y bajaron de vuelta a nivel de suelo. De nuevo Janira iba al frente.




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