Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Sorpresa

Al terminar, todos se quedaron en silencio, revisando si habían mas patrullas o personas cerca. Sus oídos, que habían quedado muy desensibilizados por los disparos, se volvieron a acostumbrar al silencio, y tras estar seguros, salieron de la casa a por los cadáveres. Notaron que todavía había dos milicias citadinas agonizando, y antes de que pudieran decir algo, Hans va y usa su arma para rematarlos. Esto volvió a sorprender a todos, y en particular molestó a su superiora.

—¡Hans! ¿Quién te dijo que dispararas a los heridos? —le reclamó ella.

—Iban a morir de todas maneras, mejor terminar con su miseria que dejarlos aquí. Aparte, si por alguna razón llegasen a salvarse, volverían para matarnos, ¿o me equivoco?

Janira no tardó en darse cuenta que tenía razón, y aun así...

—Mira, simplemente no lo hagas a menos que se te ordene hacerlo. Es un mínimo de estándar de una guerra.

—¿Estándar dices? ¿Cuál es el punto de tener estándares en un contexto donde se mata?

—Hans —apareció su hermana con un tono de voz serio —, estándares o no, el destino de los prisioneros y heridos es responsabilidad de los superiores, no tuyo, así que tienes que obedecerlos.

El joven Gallagher se tragó su orgullo y contestó.

—Sí señora.

Con eso cerrado, empezaron a saquear los cuerpos. Sophie, Desmond y Paulo tuvieron ciertos nervios al revisar los cuerpos todavía calientes con la mirada perdida. Buscaron todas las granadas y municiones que tenían. Al revisar los cargadores, sin embargo, se encontraron con una desagradable sorpresa.

—Mierda —soltó Hans —, estos son del 5,56, y nuestras armas usan el 7,62, no nos sirven.

—Plan B entonces —contestó Janira —. Recojan sus armas y los cartuchos, y regresemos a la casa. 

Con todo eso en mano, y de nuevo a cubierto, la joven Gimpert ordenó dejar sus rifles RBM-12 allí y tomar en cambio los otros rifles que cogieron. 

—Nunca había visto estas armas, y no se parecen al RM-TA o a sus variables —comentaba Hans mientras tomaba la que iba a usar y la inspeccionaba.

—Eso sí —continuó Janira —, Asama, tú por tu parte toma un rifle RBM-12 y usa todas las balas del 7,62 que tengamos, necesitamos alguien que dispare de lejos, además de tu arco. 

Ella asintió y tomó todos los cargadores que tenía y derramó las balas en el suelo, para luego, sentada allí, empezar a rellenar los cargadores vacíos con todas ellas. Era lento, tenía que tomar una bala, colocarla en el compartimiento sin que se quedaran atascadas, y así hasta que ocupó todas. Logró llenar una completa y otra hasta un poco mas arriba de la mitad. Suficiente para ella, que tomó el que estaba sin llenar totalmente y la guardó, para poner la otra en el arma. 

Con todo listo y preparado, el pelotón salió y volvió a hacer su camino. Siguieron por la calle transversal hacia el otro lado, que no terminaba muy lejos. Desde allí siguieron hacia el sureste, y se toparon con un pequeño caos de avenidas y calles que terminaban en callejones sin salida o en ruinas de casas. Para intentar no perderse, decidieron atravesarlas y seguir en línea recta. Esto les facilitó mucho las cosas, hasta que se toparon con la primera gran cantidad de árboles que veían hace mucho, la cual colindaba con una especie de parque que por la forma que tenía, pensaron que era una cancha de beisbol. Tuvieron que pasar primero por unas casas de un piso en ruinas, y entraron en un pequeño bosque. Y al pasar por entre unos árboles, repentinamente, sintieron algo moverse por arriba, y al detenerse a mirar, vieron como una red gigante hecha de gruesos cordeles caía sobre ellos.

El peso de la misma era tan grande en cuanto les golpeó, no solo sintieron un fuerte dolor, si no se vieron empujados hacia abajo. Instintivamente soltaron sus armas e intentaron resistirse a la misma con sus manos, pero aun así se vieron obligados a flectar sus piernas. Intentaron mirar para todas partes, buscando entender qué había pasado, pero en su lugar, vieron a varios soldados saliendo entre los árboles armas en mano apuntándoles. Usaban el mismo uniforme de los que habían combatido en la autopista.

—Jefa, aquí hay algunas milicias pioneras.

—No puedo creer que el plan funcionara. 

—Esa gente le gusta mirar arriba, pero nunca tan arriba.

Entre otras frases. Entonces apareció una mujer entre todos ellos. Iba con el cabello negro largo y liso, llegándole hasta los hombros, usando por encima un kepi. Tenía piel morena y los ojos café.

—Bueno bueno bueno —dijo usando un acento cantarín —, milicia pionera, ¿eh? Y aparte unos niñitos usando armas, que tierno, ¿cuántos de los nuestros han matado?

—¡Sácanos de aquí, tenemos que ir a hablar con el que está al mando! —gritó Hans casi molesto, intentando aguantar el peso. Sus compañeros le miraron boquiabiertos, sabían que él era muy directo cuando estaba enojado, y lo último que necesitaban era meter la pata en las relaciones con ellos, y es algo que la superiora de los nómades confirmó.

—¡Silencio, hablarás cuando yo te diga! —contestó.

—¿Sí? ¿Y qué harás, matarme?

—A ti no —contestó sacando una pistola de su cinto y apuntando con ella a Sophie —, a tus compañeros. Su vida depende de que aprendas a cerrar el hocico, porque se nota que ellos ya lo entendieron.

Él miró a los suyos, viendo en sus caras súplicas de que no siguiera diciendo cosas. Cedió.

—Sí —contestó secamente.

—Bien —siguió la superiora con tono mas alegre —, ahora pateen sus armas lejos de ustedes y levantaremos la red. No intenten nada extraño o si no les mataremos a todos.

Levantó mano en señal apuntando hacia atrás, con los soldados a su cargo empezando a apuntarles. Janira fue la primera en hacerlo con la suya, y los demás siguieron su ejemplo. Hans fue el último en hacerlo. La red se levantó y otro grupo fue y las recogió para después alejarse. El joven Gallagher estaba furioso y tenía unas ganas tremendas de pegarles unas patadas, pero las armas que les apuntaban resultaban un buen disuador en ese momento. Además, no paraba de agradecer que por fin le habían sacado ese peso de encima.




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