Ubi sunt: ¿qué fue de quiénes vivieron antes que nosotros?

Sobreviviendo

Los otros pelotones rangers fueron llegando de a poco, y los soldados nómades les guiaban hacia el lugar designado, levantando el campamento. Ya hacia la noche todos habían llegado y agradecieron que no hubiera pasado ningún incidente. Desde allí lograron ponerse en contacto con la base principal que habían dejado en la autopista principal para que al día siguiente bajaran hacia allá. La explicación dada fue "cumplimos con la misión, pero no como esperábamos".

También se fueron encargando de recoger los cuerpos de los caídos, los cuales fueron colocados en una zona abierta al otro lado de un paso elevado derribado, donde con la ayuda de materiales entregados por Adela, crearon piras para cremarlos y darles una despedida digna. Fue lo suficientemente apartado para que nadie ajeno fuera a interrumpir.

Además, la Coronela se encargó de que ellos tuvieran leña para el fuego, agua y comida en forma de pan. Fue suficiente para la situación en que estaban, pues al día siguiente llegarían sus suministros. En plena noche, los jefes de pelotón tuvieron una reunión urgente para intentar ver qué hacer. Empezaron debatiendo sobre qué fue de los altos oficiales que fueron hacia el centro de Oakland.

—Es probable que estén muertos —comentó Janira —. He conversado con los oficiales locales y me dijeron que esa zona está controlada por San Francisco, y si ellos querían matarnos, pues, es probable que ya los hayan matado, o como mínimo hechos prisioneros.

—Ya no podremos contar con ellos —dijo uno.

—Necesitamos un nuevo comandante de campo que nos lidere aunque sea temporalmente —agregó otro.

—Y yo digo que debe ser Janira quien lo haga.

Todos le miraron para luego dirigir las miradas hacia la joven, quien se vio un poco cohibida.

—¿Qué? P... pero yo solo soy una niña de quince años, algunos tienen veintitantos y podrían hacerlo mejor —contestó ella.

—¿De qué hablas? —le interrumpió uno —. Janira, de no ser por ti, ahora mismo estaríamos muertos o atrapados esperando unos refuerzos que nunca llegarían. Lograste imponerte a nosotros para ir a buscar ayuda y tratar de convencerlos, y cumpliste Tendrás quince años, pero eres mas madura y capaz que varios de nosotros.

La joven Gimpert escondió su cabeza entre sus hombros sonrojada. La cosa para ella empeoró cuando todos a su alrededor decidieron de forma unánime que ella fuera la jefa de todos. 

—Creo que ya está decidido—concluyó uno—. Pero yo recomiendo que no tomemos decisiones importantes hasta mañana. Solo decidamos los turnos de patrullas y después vayámonos a descansar. Vaya día hemos tenido.

En eso estuvieron todos de acuerdo, incluyendo Janira.

Al día siguiente, tras un sencillo desayuno con los mismos suministros de la noche anterior, unos pocos salieron a caminar por Fruitvale, algo que no fue del gusto de todos.

—No será bueno, ellos nos odian y podrían tratar de hacernos algo si les damos la oportunidad.

—Si nos llegasen a hacer algo, podría ser perjudicial para todos y usarlo como excusa. Mejor quedarnos aquí y hacer no provocarlos.

Entre otras frases así. Aun así, eso no impidió a varios de hacerlo. Entre ellos Paulo, que por ejemplo se encaminó a la feria, solo que ahora no estaba levantada, revelando una plaza sin ningún decorado, solo un montón de personas en distintos grupos caminando o sentadas, además de algunos niños que corrían y jugaban, o estaban sentados disfrutando de alguna fruta o merienda. Quizás lo que mas llamó la atención fue la forma en que varios se divertían, elevando cometas cuyos diseños eran un solo color hasta figuras un poco mas elaboradas.

Estaba mirando estos volar cuando de pronto sintió alguien tirando de su ropa en el costado izquierdo. Al girarse, vio a un grupo de niños, entre ellos estaba el que ayer le había preguntado por un brazo prostético.

—Hola pionero, ¿cómo estás?

—Hola... eh, ¿cual es tu nombre?

—Me llamo Daniel, y ellos son mis amigos, se llaman Maria Belén, Ignacio y Francisca. ¿Y los tuyos donde están?

—Están ocupados en sus cosas, yo quise caminar un poco. 

—Si quieres, te podemos acompañar y enseñar algunos lugares—ofreció Daniel.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó Ignacio —. No es que él sea pionero, pero no creo que debamos confiar en extraños.

—Tú no confías en nadie Nacho —le contestó María Belen —. Yo te apoyo Dany.

—Y yo —agregó Francisca.

—Me lleva la Cachetada. De acuerdo, iré, pero para cuidarlos.

Los otros tres soltaron un pequeña risita.

De esta forma los cinco fueron hacia noreste, siguiendo entre los callejones que pasaban entre las ruinas. Allí habían cordeles que iban de un edificio a otro y en el que habían colgada distintas ropas. 

—Muchos viven aquí —dijo Daniel, quien tenía la piel morena, ojos café, y el pelo negro y corto y que no pasaba de los doce años—. Vivimos dentro de las ruinas, buscando las habitaciones que estén en mejor estado y las arreglamos, incluso con maderas si es necesario. Mi habitación tiene un techo de madera para tapar un agujero en el techo por ejemplo. A propósito, no te he preguntado tu nombre. ¿Cómo te llamas?

—Paulo.

—Que buen nombre. 

—Sobre lo que han hablado, ¿no han tenido problemas con el mal estado que puedan tener algunos edificios?

—No exactamente. Los que tienen peligro de derrumbe los demolemos antes. Según lo que me ha contado mi abuela, es lo que pasó con los edificios que antes estaban en la plaza. 

—¿Y cómo consiguen todas las armas y explosivos que usan?

—No las traen piratas que asaltan barcos de San Francisco. No tenemos permitido hablar con ellos.

Siguieron caminando hasta llegar al otro lado de la cuadra. Doblaron hacia la derecha, y allí de repente alguien les gritó desde un piso alto.

—¡Cabro porfiado, te dijimos no te juntaras con esa escoria! —decía una mujer desde arriba —. ¡Vente y dile a tus amigos que también se alejen o le diremos a sus padres!




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