La primera vez que la vi, fue cuando nuestros hombros chocaron. Se disculpó, me miró y sus ojos me hechizaron y yo solo le sonreí como un bobo que nunca había visto unos ojos tan bellos, pero no eran unos ojos verdes, azules o quizás grises, se trataban de unos ojos marrones claros que parecían dos gotas de miel y que a su vez, te penetraban el alma.
Inconscientemente mis manos se deslizaron hasta las suyas, pensé que iba a caerse, fue un acto reflejo que provocó que ella me lanzara una mirada de desconfianza porque cuando emprendió su marcha mis dedos rozaron los suyos de forma delicada por varios segundos. Ella andaba rápido, se le notaba. Tal vez, iba a perder el bus que se dirigía a la ciudad de León y mi sospecha se confirmó en cuanto la miré partir en esa dirección.
Estaba en la Plaza Mayor de Madrid cuando hoy, por segunda vez la volví a ver. Por un instante no la había reconocido, hasta que observé sus ojos a medida que dibujaba cada trazo de su precioso rostro. Un rostro delicado, adornado con un gran cabello salvaje castaño, sus rizos no se estaban quietos por el fuerte aire de diciembre. Se quejaba entre risas con sus dos amigas que eran cómplices de esta dulce experiencia para ella y por supuesto para mí, porque nunca antes pensé que la iba a volver a ver justamente dos semanas después de haberla visto.
Me había desvelado por ella e intentaba recordar su rostro pero lo único que conseguía pintar era su mirada, sus bellos y ardientes ojos que te hechizaban. Por un momento llegué a pensar que se trataba de una linda sirena que había dejado el mar con la intención de volver a verme, pero esa era la historia que me había inventado para darle un significado a su mirada con la cual me había cautivado. No iba a mentir, no tenía un físico que todo hombre deseaba, como tampoco un rostro tan limpio que hacia pensar que llevaba la tienda entera de maquillaje en su rostro. En este tiempo no se sabía que era lo que veías, si era un gato o una liebre. Difícil de diferenciar hasta llegar a abrazar a una chica llevando una camisa blanca y que se manchara por todo el maquillaje que llevaba en su rostro. ¡Era lo peor que me había pasado! Desde entonces, había cambiado un abrazo de oso por uno de lado, pero con todos sus defectos para mí ella era una mujer hermosa, una mujer que se quería con todo sus defectos y que a pesar de ellos llamaba la atención de los hombres. La personalidad lo era todo.
❆
En diciembre había mucha gente y era algo bueno para mi bolsillo. Era muy conocido y desde muy lejos muchas personas querían acercarse a que le pintase o que hiciera una caricatura de alguien en particular, donde muchas parejas querían que les pintase en vivo y directo. Era normal ver a muchas personas tirándose fotos mientras pintaba o se acercaban para ver como dibujaba. El dibujo con el cual me había tomado la libertad de alargar el tiempo mientras dibujaba, era el de ella. No porque me era complicado o porque me perdía en su mirada, aunque varias veces lo había hecho, era porque no quería que se fuera. Por mucho que quise alargar el tiempo llegó un momento en el cual tenía que entregarlo. Se lo di con una sonrisa de lado, ella lo miró y su expresión lo dijo todo, le había encantado.
Cuando llegó el momento de que me pagaran, para mi desgracia habían dicho que no habían traído cambio, ninguna de las tres llevaban algo suelto solo las tarjetas de crédito.
—Venga vamos a ver si hay un cajero cerca —propuso mi pequeña sirena. Sus dos amigas se negaron.
—Tengo una idea —comentó la rubia.
—Espero que sea una buena —expresó divertida la morena.
No sabía si era una inocentada por ser el día de los Inocentes o si era verdad, pero preferí seguir la corriente porque al fin y al cabo quería estar más tiempo con mi sirena para conocer su nombre, ya que sería uno tan mágico como su mirada.
—Danos a conocer tu idea —dije. Estaba curioso de saber su propuesta.
—Se que te ha llamado la atención mi amiga. —Señaló a mi sirena—. Te propongo que seas su cita el día de las campanadas, aquí en Sol.
—¡Estás loca! —chilló no muy convencida—. Ni hablar. No le conozco.
Me acaricié mi pequeña barba. Ese día apenas uno se iba a poder mover por las tantas personas que iban a estar, al ser el 31 de diciembre y teniendo en cuenta que la estación de Sol iba a estar cerrada. Tal vez, por ser muy pequeña y un lugar muy concurrido por ser el centro de Madrid.
—No tienes que agradecérmelo ahora, Aitana, sé que lo harás después.
Esbocé una amplia sonrisa al escuchar por fin su nombre.
—Está bien —contesté—. Pero el dibujo lo mantengo hasta ese día.
—Me niego hacerlo. No te conozco y no seré la chica que salga en el periódico el primer día del año. ¡Ni hablar!
Las dos chicas y yo nos echamos a reír.
—No soy un asesino, pero si no quieres no te voy a obligar. Fue muy linda la inocentada pero ya es hora de irme, está empezando a oscurecerse. Dentro de poco no veré nada.
—¿Qué tal si mientras llegue ese día hablan por teléfono y se conocen un poco más? —sugirió la morena.
—Buena idea, Sara. Así no será tan extraño. Y no —Me señaló—. No es una inocentada.
La alegría aumentó cuando me aclaró que no era una broma. Creo que al final, el año acabará mucho mejor de lo que pensaba.