Último año

Nueve

Jessica encontró una extraña motivación el día que se ofreció a correr en el festival deportivo.

Todas las mañanas se levantaba con prisas.

— ¡Jessica, se te va a hacer tarde!— Le llamo su mamá desde las escaleras, lo que provoco que esta abriera sus ojos, mirara el reloj de su habitación que estaba sobre su mesita y entonces saltara de la cama con los ojos muy abiertos.

Su habitación era grande, con una cama matrimonial, con cobijas de color azul y sobre estas, un cobertor con dibujos de dinosaurios, además de cuatro almohadas con el mismo patrón de dinosaurios, tenía además, un gran ropero de madera tallada, un pequeño mueble que estaba bastante vacío, solo con su espejo cuadrado y un par de cremas. Había una ventana grande que daba a las calles. Estaba pintada de blanco y tenía posters de dinosaurios pegados en algunas zonas.

La chica tomo el uniforme que estaba colgado en el pomo de su ropero, cubierto por un protector negro y se comenzó a vestir con rapidez.

Bajo corriendo, colocándose el saco del uniforme.

Su casa pese a lo ostentosa de su habitación, era pequeña, de dos pisos con un baño completo en el segundo piso con las dos habitaciones y debajo, una sala, una cocina y un pequeño comedor, todo pintado de color blanco. En el pasillo de arriba, había un pequeño mueble con tortugas metálicas sobre estos y abajo, en el pasillo que conectaba la sala con el comedor y con la cocina, una mesita triangular nada estorbosa con dos jaguares blancos. Había cuadros de frutas o gerberas en las paredes.

—Debes poner más fuerte tu alarma— Aseguro su madre, mirándola sobre su hombro mientras preparaba el desayuno.

Su cocina era pequeña, de hecho, un pequeño pasillo que daba a una estufa eléctrica, un horno de microondas, un tostador, una licuadora y una freidora de aire cubiertos por pequeños manteles. Arriba, colgado, la alacena era en mueble rectangular y debajo de este, no solo la estufa, sino una mesa para hacer preparaciones, donde también había un estuche para cuchillos y otras tantas cosas como un frutero con bananas y un par de naranjas.

El aroma a huevo la inundaba, algo identificable gracias a la pequeña barra que conectaba la cocina y el comedor. De hecho, ahí fue donde se sentó Jessica. Raramente usaban el comedor.

Por otro lado, su madre, Miriam Ordoñez también tenía la tez clara, aunque unos ojos castaños claros, brillantes, de largas pestañas, de labios delgados, nariz respingada. Sus cabellos eran blancos, como los de su hija pero cortos pues le llegaban hasta los hombros. Es delgada, alta y con una figura bastante envidiable, resaltable por lo que llevaba, que era un saco gris sobre su blusa blanca y su corbata negra. Llevaba además unos pantalones elegantes y unas zapatillas negras.

—L-lo siento— Fue lo único que pudo decir.

—Está bien, está bien— La mujer se giró para servirle un plato de huevos revueltos, entonces regreso la vista al reloj que tenían sobre su cocina— Comételos rápido porque si no se te hará tarde, como a mí…

—Lo sé— Fue lo único que respondió Jessica.

La mujer le miro con atención— ¿Y ya has hecho nuevos amigos? Espero que sí, aunque son los primeros días, aun estas a tiempo de conocerlos y sabes que son bienvenidos aquí ¿Verdad? Quiero conocerlos, no como a los de la secundaria, que nunca los conocí pero tampoco descuides tus deberes, no olvides que la escuela es lo primero ¡Nada de fiestas locas!

— ¿Eh? S-sí, lo sé—Jessica solo pudo sonreírle de forma quebrada mientras apretaba, debajo de la mesa, el borde de su falda.

—Perfecto— La mujer volvió a aplaudir y entonces dio una vuelta en su cocina y se encaminó a la salida— ¡Te veré por la tarde! ¡Deje la comida de ayer, cómetela y no olvides comprar leche y pan para mañana y para la noche! ¡Si puedes, compra donitas de donde trabajas!

Jessica se despido con una sonrisa mientras esta regresaba a la cocina por una naranja para entonces ahora sí, irse.

¿Por qué su mamá pensaba que era una chica popular que tenía muchos amigos?

¿Por qué era tan difícil hablar con la gente?

La chica comenzó a comer su desayuno con desanimo, como casi siempre hacia aunque tuvo que terminar los últimos bocados casi como aspiradora pues se le estaba haciendo tarde.

La chica se encaminó a la escuela, tomando el único transporte que la llevaba y entonces se paró frente a la escuela, lista para enfrentar su timidez, como siempre hacia pero casi resignada a fallar, como siempre hacia.

Fue directo a su salón, recibiendo uno que otro saludo de sus compañeras, a lo que esta solo podía asentir en su dirección, esbozando una sonrisa nerviosa, entonces fue a sentarse a su lugar, cerca de la ventana pero en la parte media del salón.

La chica se limitó a mirar por la ventana hasta que las clases iniciaran aunque muy en el fondo quería hablar con las chicas que estaban sentadas a una silla de distancia pero ¿Cómo podía hacerlo?

Recordó la corta conversación que tuvo con el chico en el centro comercial, aquel que la salvo de esos chicos tan encimosos y casi esperaba que todo fuera tan sencillo pero ¡No! ¡De hecho, ese día, él empezó la conversación! ¿Por qué era tan difícil iniciar conversación? ¿Por qué ellos podían hacerlo como si nada?



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En el texto hay: cliche, romance, harem

Editado: 08.08.2025

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