Ultralita

1. Atisbo

Marion me escolta hasta el aeropuerto en coche, está sonando una canción que no reconozco, y que  lleva puesta en bucle cerca de media hora. No es que odie la música, pero esta en concreto me está volviendo loca.

Echo un último vistazo a la ciudad que me vio crecer a través de la ventanilla. Arlington está situada en el condado de Jacksonville, Florida. La vida con mamá había sido bastante monótona, los días solían ser una continua repetición del anterior, y así sucesivamente. Debería sentirme triste, o quizás apenada por dejar atrás la casa de mi infancia, el instituto, y los amigos, pero no es así. Tan solo la extraño a ella.

Me he vestido con la blusa sin mangas y botones blancos que tanto le gustaba que usara; me la he puesto como gesto de despedida. En el maletero, va mi equipaje con tres libros de los que no quiero separarme, y un par de prendas gruesas. La única que llevo en mano es un abrigo.

Al oeste de Montana, a los pies de la montaña Baldy, existe un pueblecito llamado Hot Springs, cuyos veranos son cortos y calurosos, en contraste con el resto del año, que son siempre gélidos y nublados. En esta insignificante localidad de apenas seiscientos habitantes, tendré que vivir hasta cumplir la mayoría de edad.

Mi madre huyó conmigo de aquel sitio repleto de tenebrosas e infinitas montañas cuando yo apenas tenía unos meses de vida. Red, mi padre, viajaba cada año a Arlington, para pasar las dos únicas semanas que tenía de vacaciones a mi lado. Entre ellos fluía un aura de respeto mutuo, y nostalgia. Nunca supe el motivo real de su divorcio, incluso a los doce años intenté sonsacarles algún tipo de información, pero fue imposible. Jamás comprendí por qué no intentaron retomar su relación.

Y ahora, con diecisiete años, conocería Hot Springs por primera vez, es un acto que me aterra, ya que mamá siempre había detestado ese lugar, impidiéndome que fuese. Iba a echar en falta la vitalidad de una ciudad, sus habitantes, y el sol... no me cabía duda alguna.

―Des ―menciona mi nombre Marion por enésima vez antes de subir al avión―, todo irá bien.

Asiento con lentitud, permitiéndome recordar la melodiosa voz de mamá. Todo el mundo coincidía en lo mucho que nos parecíamos físicamente, excepto por el tono del pelo y las arrugas de la risa causadas por la edad, y ahora, cada vez que viese mi reflejo pensaría en ella. Con resignación me aguanto las ganas llorar, debo ser fuerte.

Mirando de reojo a Marion, reflexiono: No comprendo cómo es capaz de permitir que el estado me envíe a vivir con alguien a quien apenas conozco. Más aún cuando no ha pasado ni dos días del fallecimiento de mamá.

Pero ella no tiene culpa alguna.

Cuando nuestras miradas se cruzan de nuevo, emerge el pánico en mi interior, introduzco la mano en el bolsillo del pantalón donde guardo el único objeto de valor que conservo de mi madre, Norah Miller. Es un colgante precioso con una cadena de plata, y una gema azulada en forma de prisma, siempre me llamó la atención que no la usase, y sin embargo, la mantuviese tan bien cuidada.

Contemplé los ojos grandes y llenos de preocupación de Marion percatándose de los nervios que intentaba ocultar.

―Sí, irá todo bien ―le miento. Había dicho esa mentira con tanta frecuencia en las últimas horas que ahora casi sonaba convincente.

―Te llamaré a menudo ―comenta apenada.

―Vale.

―Sé que será un cambio brusco ―insiste―, pero ahora él es tu tutor legal, la única familia que tienes. Echaré de menos a tu madre, pero sé que…

―Por favor, no… ―Realizando un movimiento con la mano, le solicito que no continúe hablando. Retengo el aire en los pulmones un segundo y muestro la mejor sonrisa falsa que puedo―. Todo irá bien.

Luego, subo al avión y ella se marcha.

Para llegar a Host Springs tenía por delante tres escalas, la primera en New York, de ahí a Minneapolis para subir al último vuelo dirección a Missoula, donde me recogerá mi padre. Inspiro profundamente, no me agrada volar, ojalá pudiese dormir durante el trayecto y olvidarme de todos esos documentales de YouTube sobre catástrofes aéreas.

Me preocupa un poco pasar casi una hora y media en el coche con Red una vez llegue. Lo cierto es que, pese al disgusto inicial de la noticia de la muerte de mamá, había llevado bastante bien todo aquello. Parecía realmente complacido de que fuera a vivir con él, incluso ya me ha matriculado en el instituto y me dijo que prepararía el dormitorio extra que tiene en su casa para que me sienta a gusto.

Sin embargo, estoy convencida de que la tensión será algo inevitable. Ninguno de los dos somos muy habladores que se diga, y, de todos modos, tampoco tenía ganas de contarle nada de lo que pasó, ni de como me encuentro. Estaba segura que la situación lo hacía sentirse un poco temeroso de mi llegada, ya que mamá siempre insistió en que jamás regresaría a Hot Springs.

Está lloviendo cuando el avión aterriza en Missoula. El viento arremolina mi cabello, y tengo que abrocharme el abrigo para no congelarme. Red me espera al lado del típico jeep con la luz azul en el techo, lo cual no me extraña. Para los habitantes de Hot Springs, Red es el jefe forestal Miller, toda una autoridad teniendo en cuenta que en alguna que otra ocasión ha tenido que organizar expediciones de salvamento en pleno invierno para rescatar algún turista extraviado.



#47690 en Novela romántica
#3089 en Paranormal
#987 en Mística

En el texto hay: amorprohibido, amor eterno, secretos

Editado: 30.05.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.