Umbra

Capítulo 1

La luz nunca dolía.

Eso era lo que le habían dicho a Vaelis desde que tuvo edad suficiente para sostener un cetro entre las manos y una oración en los labios. La luz sanaba, protegía, guiaba. La luz era pureza.

Entonces, ¿por qué le ardía la piel?

El Salón del Resplandor estaba colmado. Columnas blancas como huesos pulidos se alzaban hasta perderse en una cúpula de cristal vivo, donde la energía de Aureth latía como un corazón antiguo. Nobles, clérigos y guardianes observaban en absoluto silencio, vestidos con túnicas claras que reflejaban el fulgor sagrado.

En el centro, Vaelis permanecía de pie.

La heredera.

El título pesaba más que la corona de luz suspendida sobre su cabeza.

—Respirá —susurró la Suma Custodia a su espalda—. Dejá que la luz te atraviese.

Vaelis cerró los ojos.

Inspiró.

La magia descendió.

No fue suave.

Entró en su cuerpo como un torrente, quemando venas invisibles, recorriendo su pecho, su garganta, su espalda. La luz se aferró a ella con una urgencia que no se sentía como bendición, sino como posesión.

Un murmullo recorrió la sala cuando el resplandor se intensificó.

Vaelis apretó los dientes.

Había pasado por ese ritual antes. Decenas de veces. Siempre había dolido un poco, lo suficiente para recordarle que la magia no era un don gratuito. Pero esta vez… esta vez algo era distinto.

La luz no estaba sola.

Debajo de ese fulgor blanco, algo más respondió.

Oscuro.

Antiguo.

Hambriento.

Vaelis abrió los ojos de golpe.

Por un instante —solo uno— el mundo pareció inclinarse. El resplandor titiló. Las runas grabadas en el suelo vibraron como si una grieta invisible las atravesara.

—¿Vieron eso? —susurró alguien.

La Suma Custodia dio un paso atrás.

—Vaelis…

Ella alzó la mano, instintivamente, y la energía obedeció.

La luz volvió a estabilizarse.

El Salón exhaló al unísono.

—Es fuerte —declaró uno de los consejeros, con una sonrisa satisfecha—. Más de lo esperado.

Fuerte.

La palabra siempre aparecía cuando algo no terminaba de encajar.

Vaelis inclinó la cabeza en señal de respeto, aunque el pulso le retumbaba en las sienes. Algo seguía moviéndose bajo su piel, como si no hubiera terminado de dormirse.

—La ceremonia ha concluido —anunció la Suma Custodia—. La heredera ha sido aceptada por la luz.

Aplausos.

Ovaciones.

Vaelis sonrió como le habían enseñado.

La sonrisa de Aureth.

Pero mientras descendía los escalones del estrado, una certeza incómoda se le clavó en el pecho.

La luz la había aceptado.

Eso no significaba que ella la hubiera elegido.

—Te desvaneciste por un segundo —dijo Althéon, caminando a su lado cuando las puertas del Salón se cerraron tras ellos.

—No fue nada —respondió Vaelis, demasiado rápido.

El consejero la observó con atención. Demasiada.

—La magia exige sacrificio —dijo—. Y vos naciste para dárselo.

Vaelis no respondió.

Había escuchado esas palabras toda su vida.

Nacida para servir.

Nacida para brillar.

Nacida para ser el símbolo de una guerra que no había elegido.

Desde los balcones del palacio, Aureth se extendía como una joya tallada en mármol y luz. Canales brillantes recorrían la ciudad, transportando energía pura hacia los distritos inferiores. Todo era orden. Todo era perfecto.

Todo era frágil.

—Los informes del norte empeoran —continuó Althéon—. Noxen se mueve.

Vaelis se detuvo.

—¿Atacaron?

—Aún no —respondió—. Pero lo harán. Siempre lo hacen.

Los monstruos.

Las sombras.

Así los llamaban.

Vaelis miró el horizonte, donde la luz de Aureth comenzaba a difuminarse en una línea lejana de penumbra.

Por primera vez, no sintió miedo.

Sintió curiosidad.

Esa noche, sola en sus aposentos, Vaelis apoyó la palma sobre el pecho.

Cerró los ojos.

La luz respondió de inmediato, dócil, brillante.

Pero debajo…

Algo más se agitó.

No dolió.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.