Umbra

Capítulo 2

La oscuridad tampoco dolía.

Eso era lo que Zyren había aprendido.

No quemaba como la luz, no exigía reverencias ni plegarias. La oscuridad se deslizaba bajo la piel como un acuerdo silencioso: te doy poder si aceptás el precio.

Zyren siempre había aceptado.

El campamento de Noxen dormía a medias. Las sombras se extendían entre las tiendas de guerra como criaturas pacientes, obedientes a un pulso que no necesitaba palabras. Alrededor de una mesa improvisada, los líderes aguardaban en silencio.

Zyren permanecía de pie.

El comandante.

El monstruo, según Aureth.

—Confirmado —dijo una exploradora, con la voz baja—. La heredera de la luz completó el ritual.

Las sombras se tensaron.

Zyren no se movió.

—¿Cuándo?

—Hoy.

Un murmullo contenido recorrió el círculo. Algunos bajaron la mirada. Otros apretaron los puños.

—Entonces ya no hay duda —gruñó uno de los generales—. Si Aureth la despierta por completo, estamos perdidos.

Zyren apoyó ambas manos sobre la mesa.

—No —dijo—. Todavía no.

—¿Cómo podés estar tan seguro?

Porque lo sentí.

Pero no lo dijo.

La oscuridad había respondido hacía horas, como una marea que se retira solo para volver con más fuerza. Un estremecimiento breve, preciso, imposible de confundir.

Umbra.

El nombre pesó en su mente como una sentencia.

—La luz falló —continuó Zyren—. Si hubiera despertado del todo, Aureth ya estaría en llamas.

—¿Y qué proponés? —preguntó otra voz—. ¿Esperar?

Zyren levantó la mirada.

—Protegerla.

El silencio fue absoluto.

—¿Estás diciendo que defendamos a la heredera? —escupió alguien—. ¿A la que va a destruirnos?

—Estoy diciendo que si Aureth la controla, el mundo termina —respondió Zyren con frialdad—. Si no… todavía hay opciones.

—¿Y vos vas a decidir eso solo?

Las sombras se alzaron un poco más altas.

—No —dijo—. Yo voy a cargar con las consecuencias.

La reunión se disolvió poco después, sin acuerdos claros. Como casi todo en Noxen, la supervivencia se sostenía sobre decisiones imposibles.

Zyren se alejó del campamento.

La frontera estaba cerca.

Desde un risco cubierto de piedra negra, la luz de Aureth brillaba a la distancia, hiriente incluso desde allí. Zyren la observó con el ceño fruncido.

Ahí estás.

No la había visto nunca.

Pero la conocía.

La había sentido en sueños demasiado antiguos para pertenecerle. En historias que nadie se atrevía a contar en voz alta. En advertencias enterradas bajo siglos de sangre.

—No deberías existir —murmuró.

La sombra a su alrededor se agitó, inquieta.

Zyren cerró los ojos.

Por un instante, dejó que la oscuridad lo envolviera por completo. No para esconderse, sino para escuchar.

Y entonces, entre el latido profundo de la tierra y el murmullo del viento nocturno, la sintió.

No como una amenaza.

Como una presencia.

Firme.

Sostenida.

Zyren abrió los ojos de golpe.

—No estás despierta —susurró—. Pero ya me escuchás.

Una de las sombras se deslizó hasta su muñeca, formando un juramento silencioso.

Zyren apretó el puño.

—Si Aureth te toca primero —dijo—, voy a destruirlos.

La luz del otro lado del horizonte palpitó.

—Y si sos vos quien despierta… —añadió, con la voz apenas audible— voy a ser yo quien te detenga.

El comandante de Noxen dio la espalda a la frontera.

La guerra no había comenzado aún.

Pero ya tenía un nombre.

Y también un rostro que él todavía no podía permitirse ver.




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