Umbra Vitae

Prólogo

Este libro nace con la intención de narrar los sucesos que se vivieron en un internado peculiar, un lugar donde la rutina estaba marcada por un orden implacable y donde cada rincón parecía guardar una sombra que se resistía a desaparecer. Las memorias aquí plasmadas fueron reales, aunque los nombres hayan quedado en el silencio. No se trata de simples anécdotas, sino de huellas, de heridas y cicatrices que, pese al paso del tiempo, se mantienen vivas. Son relatos extensos, cargados de acción y drama, envueltos siempre en un velo de misterio.

El Internado Fortis Animus no era solo un edificio: era un universo cerrado, una fortaleza erguida con muros de piedra gris que parecían observar a quienes vivían en su interior. Su silueta, con techos altos y ventanas estrechas, se recortaba contra un cielo que rara vez mostraba claridad. El lugar estaba aislado del mundo, rodeado por bosques espesos que parecían interminables, con caminos que se hundían en la niebla y nunca llevaban al mismo sitio. Claudendo se erigía como un refugio y una prisión a la vez, un espacio del que era imposible escapar sin dejar algo de uno mismo atrás.

El tiempo allí dentro no fluía de manera natural. Estaba gobernado por el tañido metálico de las campanas: al amanecer, para ordenar el despertar; al mediodía, para imponer silencio en el comedor; al anochecer, para los rezos que nadie podía omitir. También sonaban en los castigos, en las despedidas y, en ocasiones, en circunstancias inexplicables. Quien vivía en Fortis Animus pronto aprendía que esas campanas eran más que un simple instrumento: eran la voz invisible que dictaba cada paso.

La comunidad estaba compuesta por sesenta estudiantes y cinco religiosas que la regían con autoridad férrea. Nunca se permitía superar esa cifra. Y aunque cada año varias jóvenes abandonaban el internado —unas expulsadas, otras entregadas, otras simplemente desaparecidas bajo historias confusas—, el número siempre volvía a ser el mismo: sesenta. Aquella constancia, casi obsesiva, alimentaba temores y rumores. Nadie sabía cómo ni por qué, pero la regla nunca se rompía: ni una más. Ni una menos.

La vida dentro de Fortis Animus estaba atravesada por la presencia de las cinco monjas, figuras tan distintas como inquietantes. Entre ellas existían contrastes profundos: desde la autoridad implacable hasta la crueldad disfrazada de disciplina, desde la ingenuidad engañosa hasta la falsa compasión. Eran las guardianas de ese mundo, el rostro visible de un poder invisible que se mantenía por encima de todos. Nadie podía escapar de su mirada, ni de sus decisiones.

Aunque se presentaba como un internado mixto, la realidad era que los varones eran una rareza, una concesión que parecía romper la armonía rígida del lugar. Apenas diez jóvenes convivían allí con las sesenta alumnas. Su selección respondía a criterios desconocidos, como si el destino los hubiera elegido con un propósito oscuro. Venían de otros espacios igualmente estrictos, acostumbrados a la disciplina y a la soledad, pero en Claudendo su presencia era percibida como una intrusión, un error tolerado.

La rutina del internado parecía repetirse con exactitud cada día: oraciones, clases, tareas, vigilancias, penitencias. Pero bajo esa superficie rígida se gestaba algo más. Se escuchaban susurros en los pasillos, pasos en las noches de luna nueva, llantos que se apagaban tras las paredes, sombras que cruzaban las ventanas cuando nadie debía estar despierto. Era como si Fortis Animus respirara por sí mismo, alimentándose de quienes lo habitaban, guardando los secretos que se acumulaban con cada generación.

Quienes lograban sobrevivir a sus muros no salían intactos. Fortis Animus los marcaba, los moldeaba, los convertía en portadores de historias que, aun contadas en voz baja, conservaban la misma intensidad del primer día. Porque Fortis Animus no era simplemente un internado: era un mundo aislado, una prisión disfrazada de refugio, un escenario donde lo prohibido convivía con lo sagrado y donde cada vida dejaba una cicatriz.

Y es precisamente de esas cicatrices de donde nacen estas páginas. Relatos que se niegan a desaparecer, memorias que aún laten bajo la piedra gris del edificio, voces que claman por ser escuchadas. Porque en Fortis Animus, nada fue un simple recuerdo: todo fue una huella indeleble.




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