Umbral

Capítulo 3

Con un chasquido metálico, el viejo candado cedió ante la insistencia de Liam y una barra de hierro. El olor que emanó del ático al entreabrirse la puerta fue nauseabundo: una mezcla de polvo ancestral, madera podrida y ese mismo aroma dulzón y orgánico que Elara había percibido al llegar, pero ahora intensificado, casi sofocante.

Liam encendió la potente linterna, su haz de luz cortando la oscuridad como un bisturí. El ático era espacioso, el techo abuhardillado lleno de telarañas que colgaban como sudarios. El suelo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, tan intacta que sus huellas parecían las primeras en profanar el lugar en décadas. Había baúles viejos, muebles desvencijados cubiertos por sábanas, y una colección de objetos olvidados que parecían susurrar historias de un pasado remoto.

—No veo a nadie —dijo Liam, su voz sonando extrañamente amortiguada en el espacio cerrado. Barrió con la linterna cada rincón, cada sombra.

Elara entró con cautela, sintiendo una opresión en el pecho que dificultaba su respiración. La melodía se había desvanecido al abrir la puerta, pero la sensación de presencia era abrumadora. Se sentía observada por mil ojos invisibles.

Mientras Liam revisaba un rincón lleno de marcos de cuadros vacíos, Elara se sintió atraída hacia un pequeño baúl de madera oscura, casi oculto debajo de una pila de sábanas apolilladas. Tenía grabadas las iniciales "A.B.". Con manos temblorosas, levantó la pesada tapa.

Dentro, sobre un lecho de terciopelo descolorido, había una colección de juguetes infantiles antiguos: una muñeca de porcelana con la cara resquebrajada y un ojo faltante, bloques de madera con letras desvaídas, un caballito balancín en miniatura. Y debajo de ellos, un pequeño diario encuadernado en cuero, con las páginas amarillentas y quebradizas.

—Liam, mira esto —susurró.

Abrieron el diario con sumo cuidado. La caligrafía era infantil, irregular. Las primeras entradas hablaban de una niña llamada Annabelle Blackwood, describiendo su llegada a la casa, sus juegos solitarios, su amor por una muñeca llamada Lily. Pero a medida que avanzaban las páginas, el tono cambiaba. Annabelle comenzó a escribir sobre una "amiga" que vivía en las paredes, una amiga que le cantaba canciones y le contaba secretos.

"Mi amiga dice que esta casa es especial," leyeron en una entrada. “Dice que guarda cosas. Dice que pronto yo también seré parte de la casa.”

Las últimas entradas eran casi ilegibles, los trazos frenéticos y desesperados. Hablaban de miedo, de la amiga que ya no era amable, de puertas que se cerraban solas y de una oscuridad que quería llevársela. La última frase escrita era escalofriante: “No quiere que me vaya. Lily tampoco. Seremos suyas para siempre.”

Un escalofrío recorrió la espalda de Elara. —¿Blackwood? ¿Como la familia que desapareció?

Liam asintió, su rostro pálido. —Tenemos que sacar a Leo de aquí. Ahora mismo.

Pero mientras se giraban para salir, un crujido resonó detrás de ellos. La muñeca de porcelana del baúl, Lily, estaba ahora sentada erguida, su único ojo de vidrio pareciendo fijarse en ellos con una malevolencia helada. Su cabeza giró lentamente, con un chirrido apenas audible, hasta encararlos por completo.

Un grito ahogado escapó de los labios de Elara. Liam la agarró del brazo, tirando de ella hacia la puerta. Al bajar apresuradamente la escalera del ático, oyeron un sonido inconfundible detrás de ellos: el ligero y rítmico balanceo de un caballito de madera.

Corrieron a la habitación de Leo. El niño dormía, pero su respiración era agitada y murmuraba palabras ininteligibles. Sobre su mesita de noche, uno de sus bloques de construcción, que antes formaba parte de una torre, ahora estaba solo, con una letra mirando hacia arriba. La letra "A".

Elara comenzó a empacar una maleta con frenesí, sus manos temblando. —Nos vamos. Esta noche. No me importa a dónde, pero no pasaremos un minuto más aquí.

Liam no discutió. El terror era ahora una entidad tangible en la casa, y ambos lo sentían. Pero mientras recogían sus cosas, las luces comenzaron a parpadear. Un golpe violento sacudió la casa, como si algo gigantesco hubiera chocado contra ella. Luego otro, y otro. Las puertas de las habitaciones se cerraron de golpe, una tras otra, como fauces que se cierran. Estaban atrapados. Y la melodía rota comenzó a sonar de nuevo, esta vez desde todas partes, envolviéndolos, acompañada por una risa infantil y gélida que parecía filtrarse por las propias paredes.



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En el texto hay: misterio, horror, suspenso

Editado: 12.05.2025

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