Me despierto acurrucada conmigo misma; mi ropa ya está seca. Hace pocos minutos desperté sobresaltada, desorientada; me costó varios minutos recordar lo sucedido anoche. Paso la mano por mi cara; la voz de la sombra se repite en mi cabeza, es como un eco que sofoca cualquier otro ruido.
Me paro con las rodillas temblorosas; mis músculos están agarrotados por la posición que mantuve por horas. Me dormí apenas salió el sol, pero antes de eso no fui capaz de ir a la cama; me quedé en el mismo rincón, donde puedo observar cualquier cosa que pase en la casa.
Entro al baño y me quito la ropa maloliente; el espejo a cuerpo completo que tengo delante me devuelve el reflejo.
Lo que veo me revuelve el estómago; mi cabello está enredado y en todas direcciones, grandes ojeras opacan mi rostro, mis ojos están rojos y vidrios. Por instinto miro mis rodillas en busca de los raspones que me hice; frunzo el ceño. No están.
Levanto las palmas de mi mano y las compruebo; tampoco están. Mi labio superior tiembla. Mi corazón está desbocado. Me acerco más al espejo, rozo los dedos en mis mejillas que se encuentran como siempre, luego los subo hasta mis sienes, donde me golpeé fuertemente la cabeza. No hay nada.
Mi garganta arde y me está empezando a doler la cabeza. Sigo buscando en mi cuerpo desnudo algún otro indicio del ataque que sufrí anoche, pero no encuentro nada.
No puede ser mentira, sé que no es mentira, no puede serlo.
Me meto a la ducha; mis músculos agradecen el agua tibia, pero mi cabeza no puede pensar en ello. ¿Dónde están las heridas? ¿Por qué me atacaron? ¿Quiénes eran? Vi a una sola persona, pero cuando me arrojaron al piso sentí muchas manos; había más. Aunque solo logré divisar una sola, la que tiene ojos azules.
Salgo de la ducha, me seco y visto de manera monótona, recojo mis cosas y me dirijo al trabajo; voy tarde. Abro la puerta.
—Elena —una voz susurra cuando salgo; miro a todos lados, buscando al dueño, pero solo estamos yo y un gato callejero que asalta la basura.
Fue mi mente, me convenzo; fue mi cerebro repitiendo lo de anoche. Suspiro agitada, y temblando cierro la puerta con llaves. Entro las manos en los bolsillos de mi abrigo y comienzo a caminar a paso rápido. Trabajo cerca, en un pequeño restaurante a dos manzanas; siempre voy y vengo caminando para ahorrar algo de dinero. Trabajo turno doble; cuando termino, mis pies no soportan un segundo más.
Llego en pocos minutos; mi jefa me recibe con una mueca torcida por la tardanza, pero no dice nada, solo me manda a trabajar con una mirada silenciosa. El tiempo pasa rápido; me sumo en el trabajo a tal punto que olvido los acontecimientos recientes.
Ya solo faltan dos horas para cerrar y por fin seré libre; la campana suena, indicando la llegada de un nuevo cliente. Lo busco, está en una de mis mesas. Me apresuro y voy donde el señor.
Dibujo una amable sonrisa, anoto su pedido y voy hasta la cocina a anunciarlo; solo quiere un café negro, así que yo misma lo preparo y se lo llevo. Una vez lo coloco en la mesa, me doy la vuelta, pero este agarra mi mano.
—Elena —su voz es apenas un murmullo—. Gracias.
Me sonríe, pero yo no puedo hacer lo mismo; nunca le dije mi nombre, trago saliva y asiento antes de irme casi corriendo de ahí. A los pocos minutos sale, dejando la mesa vacía. No logro concentrarme en el tiempo que resta. Mi cuerpo tiembla, miro constantemente detrás de mi espalda, esperando encontrar a alguien observándome; al fondo, en una de las mesas menos concurridas, veo de reojo una sombra, pero cuando volteo por completo, ya no está. ¿Me lo imaginé de nuevo? Un nudo se asienta en mi estómago; lo poco que comí en el día sube hasta mi boca. Voy corriendo con los ojos llorosos hasta el baño, pero no logro vomitar nada; el contenido de mi estómago se devuelve, dejando un rastro ardiente en mi garganta.
Tomo un poco de agua y reanudo el trabajo. Por lo general, soy eficiente y realizo bien las cosas, pero en esta ocasión soy torpe, pero hago todo lo que me corresponde hasta la hora de salida. Recojo mis cosas, me despido de mis compañeros y voy por la puerta de atrás como es costumbre.
Cuando salgo, hay una persona parada frente a la puerta; me sobresalto. Un pequeño grito se escapa de mis labios. Lo miro por unos segundos, me aferro a mi bolso y escucho un ruido al otro lado; echo un fugaz vistazo, solo es un gato.
Dirijo mi mirada a la persona, pero ya no está. Retrocedo hasta que mi espalda choca contra la puerta, busco en el callejón, pero sigo estando sola, no hay nadie.
Suspiro, aliviada; solo fue mi imaginación y empiezo a caminar. Cuanto más rápido llegue a casa, mejor.
—Elena —una voz grita detrás de mí; es la misma que la del señor de antes—. Despierta, Elena, te dejaste atrapar en este lugar.
Volteo; allí está el señor. Sé que es él, pero esta vez los rasgos de su rostro son difusos.
—No estoy durmiendo —digo, temblando.
—No, no lo estás. —Su voz ha cambiado a una que me hace estremecer desde la primera palabra; unos ojos azules aterradores me devuelven la mirada.
Empieza a caminar en mi dirección. Corro, no miro atrás, muevo mis piernas lo más rápido que puedo. Salgo del callejón y doblo. Tengo que llegar a mi casa.
Mi pecho arde, el aire apenas entra por mis labios, pero sigo corriendo; a los pocos segundos estoy cansada. Miro atrás, no hay nadie. Me paro y me agarro de las rodillas, respirando superficialmente. Mi garganta arde, trago saliva. Una vez que siento que el aire entra en mis pulmones, confirmo que nadie me sigue y vuelvo a correr. Puede que no haya nadie, pero sé que me están observando; lo siento en mi espalda.
Voy por la misma calle de todas las noches; hace años que tengo el mismo trayecto y nunca me había pasado nada, hasta la noche anterior. Aunque la duda se instala en mi subconsciente: ¿realmente pasó algo o tuve una pesadilla?
No, fue real. No me estoy volviendo loca.
Editado: 22.10.2025