Esta vez no tengo la valentía suficiente para salir tarde del trabajo como de costumbre, sino que hablé con mi jefa y concluí antes de que oscurezca. Caminé a paso rápido y llegué a los pocos minutos a casa, no me apetecía ser perseguida de nuevo. Aunque, dados los hechos, posiblemente solo sea producto de mi imaginación a causa del estrés y el sobreexplotamiento.
Como me paso todo el día en el restaurante no hago muchas cosas en casa, más que dormir y ducharme. Recuerdo que tengo unos viejos libros en mi armario, voy hasta él y en poco tiempo encuentro la caja que los contiene. La cargo y llevo a la sala. Motas de polvo salen desperdigadas y me hacen estornudar. No recuerdo la última vez que los toqué; tomando en cuenta el polvo, ya pasó mucho tiempo.
Los saco uno a uno y voy limpiando un poco con las manos. Llego al último y frunzo el ceño. Ese libro no es mío. La cubierta es de un material que supongo es cuero, ya que al tacto no se siente como el típico cartón; no tiene título ni nada escrito por fuera; lo volteo para confirmarlo. Al abrirlo, un olor llega hasta mi nariz; la arrugo disgustada. No distingo a qué es que huele, pero es desagradable.
Un objeto cayó al suelo detrás de mí. El sonido retumba imponente, y un escalofrío me recorre; giro un poco la cabeza y, sobre mis hombros, veo que uno de los cuadros está en el piso, hecho añicos.
Me pongo de pie y recojo los pedazos; quedó inutilizable; supongo que estaba mal colocado el soporte. Tiro todo en la basura y vuelvo al sillón. Tomo el libro y lo abro. En la primera página no hay más que unas cuantas palabras escritas a mano, donde dice: Cómo contactar entidades del más allá.
Algo más golpea el suelo sobresaltándome; aprieto el libro en mis manos y me volteo. Otro cuadro está roto en el piso, empiezo a creer que no es casualidad. Puedo aceptar e ignorar que cayó uno, ¿pero dos?, en intervalos de tiempo tan cortos. Yo no creo en las coincidencias y estoy segura de que esta no es una de ellas.
Observo atentamente cada rincón de la sala, buscando sin saber qué; me niego a pensar que es la sombra; he estado aceptando que es mi cabeza haciéndome una jugada y que ella no existe. Suspiro y voy de nuevo a recogerlo. Mi corazón se paraliza; una brisa acarició mi piel, algo que debería ser imposible porque las ventanas están cerradas y no tengo ningún ventilador encendido. Por el umbral de mis ojos veo algo moverse. Giro con rapidez; no hay nada, al menos no ante mí. Sé que no estoy sola, lo siento en los huesos, tengo todos los vellos del cuerpo erizados y en el fondo lo noto, está detrás de mí. Me doy la vuelta, solo encuentro la pared. Mi garganta se siente seca. Las manos me sudan; froto las palmas contra la tela del pantalón.
—¿Quién está ahí? —pregunto, con voz temblorosa; no sé de dónde saqué valentía para hablar, es posible que solo haya sido un impulso. Espero no arrepentirme.
El silencio es la única respuesta que consigo; sin embargo, no me siento más tranquila.
Todavía sostengo el libro en manos, y dado que no obtuve ninguna respuesta, decido ignorar la sensación de ojos sobre mí. Lo abro, salto la primera página y voy hasta las otras; están también escritas a mano; es un diario.
—Elena —apenas susurra, y, sin embargo, me hiela la sangre.
Lo cierro de golpe y volteo; ahí está. Es la sombra, parada a unas pocas zancadas de mí de manera impotente, como si este lugar fuera suyo y no mío.
—¿Qué estás haciendo, Elena? —Da un paso, yo retrocedo—. ¿Dónde encontraste eso?
Abrazo el diario contra mi pecho y me alejo hacia atrás.
—Es mío.
Mis labios se estremecen. Lo miro con los ojos de par en par. Sigo retrocediendo, mientras es se acerca lentamente, con pereza. Mis rodillas chocan contra el sillón, estoy acorralada entre el y la sombra, mis hombros se encogen, quiero desaparecer, lástima que no puedo hacerlo por arte de magia.
—No es tuyo, nunca lo fue. —Da otro paso, ya no quedan más que centímetros entre nosotros—. Eres una ladrona.
—Yo no he robado nada. —Mi voz tiembla, apenas logra salir.
—Lo hiciste y por eso estás aquí.
Roza mi garganta con sus dedos, echo la cabeza hacia atrás, alejándome de su tacto gélido. Empujo con fuerzas mi cuerpo, corriéndole a su cercanía, pero el mueble es lo bastante pesado como para no moverse, y el temblor en mis rodillas no me deja aplicar toda la fuerza que poseo.
—¿Qué quieres de mí? —Mi pecho está demasiado agitado para que las palabras salgan firmes.
Se ríe, como si le hubiera contado el mejor chiste del mundo. Un nudo se asienta en mi estómago. Sigo empujando; tengo que alejarme.
—¿Qué quiero de ti? —Esta vez rodea mi garganta, pero no aprieta, aunque la amenaza es evidente, en cualquier momento podría dejarme sin aire—. De ti no quiero más que divertirme, Elena —acaricia el trozo de piel donde mi pulso late descontrolado—. Pensé que al traerte aquí como me pediste harías algo entretenido, pero no has hecho más que vivir una vida monótona y aburrida; he decidido cambiarla.
Afirma su agarre en mi garganta, corta el aire que entra a mis pulmones; me aferro a su mano y entierro mis uñas en ella; sin embargo, no parece que le afecte, todo lo contrario, me levanta del piso y ejerce tanta fuerza que siento que mi cabeza explotará en cualquier momento. Lo pateo y araño, pero de nada sirve; gruesas lágrimas se deslizan por mi rostro en pequeños riachuelos.
—Te voy a dejar el diario, Elena, quiero ver qué eres capaz de hacer con él —gruñe, pero no presto atención—. Recuerda que sin importar lo que hagas, nunca saldrás de aquí.
Me lanza en un golpe seco contra el peso y se desvanece en el aire. Toso, buscando aire de manera desesperada. Una vez que logro respirar me pongo de pie y me acurruco en el sillón.
Editado: 30.10.2025