A lo lejos, veo el auto de Marcos alejarse. Cierro la puerta con un ruido sordo que hace eco en la casa vacía, excepto por mí. Con pesar, camino hasta la habitación que años atrás me sentí emocionada al verla por primera vez. Ahora no siento nada. A veces, me dan ganas de llorar; quizá sea por la nostalgia o por el sueño que alguna vez tuve y que nunca cumplí.
Me siento en el colchón y miro la pared sin pestañear, con el cuerpo entumecido. El silencio dentro de las cuatro paredes de mi casa es ensordecedor. A través del cristal de la ventana veo que el sol se está escondiendo en el horizonte; colores anaranjados y púrpuras llenan el cielo; años atrás hubiera sacado la cabeza por la ventana, maravillada por la vista. Ahora, no me provoca el más mínimo sentimiento.
Con la punta de los dedos rozo mi mejilla y ese simple contacto hace que me duela toda la cara; un horrible moretón verde la cubre casi por completo y, a pesar de que el dolor es horrible, no reacciono, ni siquiera mi tranquila y pausada respiración cambia. Ya estoy acostumbrada; antes dolía más.
Las voces de los niños emocionados que empiezan a salir de sus casas a pedir dulce o truco llegan hasta mis oídos; yo también amaba salir en la noche de Halloween con mi mejor disfraz. Suspiro con nostalgia y me pongo de pie. Debo empezar con las preparaciones.
Abro el cajón que Marcos nunca revisa, porque ese es en el que están mis toallas femeninas, meto la mano hasta el fondo y saco una caja de madera y un diario; no es muy grande, pero en ella están todas las cosas que necesito.
Abro el diario y vuelvo a leer mis anotaciones; he memorizado cada palabra, pero aun así lo hago, para estar segura. Hace dos meses lo encontré, por casualidad; al leerlo, supe que era mi boleto de salida.
Con una tiza, dibujo sobre los pisos de madera. Tengo que hacerlo minuciosamente; el diagrama tiene que quedar lo más perfecto posible. Me tardo casi dos horas haciéndolo, cubre casi todo el espacio libre de la habitación y eso es mucho. Coloco las velas en el lugar que corresponde. Me paro en la puerta y contemplo; el diagrama y las velas para el ritual de invocación están bien. Ahora solo debo esperar a que sean las doce de la noche; lo único que podría arruinar mi plan es que Marcos llegue temprano de fiesta con sus amigos. Pero sé que no va a pasar; debe estar ya borracho y con algunas mujeres, olvidando que su dócil esposa lo espera en casa.
El reloj que me regaló en nuestro primer aniversario de casados es el que me avisa que ya es hora; solo faltan días, minutos para las doce. Enciendo las velas una por una mientras recito las palabras que llevo memorizadas desde hace meses. Me siento en el centro. Un calor recorre mi estómago; respiro, solo son nervios.
Empiezo a decir las palabras del ritual cuando dan las doce.
—In nomine noctis et umbrae, aperio portam inter mundos et me tibi offero, Satán.
—En nombre de la noche y la sombra, abro la puerta entre mundos y me ofrezco ante ti, Satán.
La luz de las velas parpadea, como si me incitaran a seguir.
—Mitte unum ex filiis tuis ut vocem meam audiat et voluntatem meam perficiat.
—Envía a uno de tus hijos para que escuche mi llamado y cumpla mi voluntad.
Un crujido suena en el aire, el aire está más denso. Tomo el pequeño cuchillo en mis manos y corto la palma de la otra.
—Sanguine meo hoc pactum sigillo.
—Con mi sangre sello este pacto.
Gotas del líquido rojo caen sobre el piso, y luego se evapora como si nunca hubiera estado ahí; de esa manera me doy cuenta de que un demonio aceptó mi ofrenda. Añado más fuerza a mi voz y abro los brazos, dándole la bienvenida.
—Fiat voluntas mea. Sic fiat.
—Hágase mi voluntad. Que así sea.
Las velas se apagan al mismo tiempo, sin siquiera una pizca de viento. El aire empieza a sentirse pesado y un silencio como ningún otro llena el lugar y, a pesar de que no lo veo, lo siento. No estoy sola.
—Dime, pequeña humana, ¿por qué me has convocado? —Una voz como el terciopelo habla, detrás de mí; un escalofrío me recorre, pero no me volteo; lo puede tomar como una falta de respeto.
—Necesito de tu ayuda para salir de aquí —digo, segura.
Noto que mis manos tiemblan; en realidad, la mayor parte del tiempo lo hacen. Empezó en mi adolescencia; mi psicóloga dijo que era un inicio de ansiedad; solo fui una vez. Con los años fue empeorando y supongo que casarme con un hombre abusivo no es lo mejor para esa ansiedad, pero ya eso se va a acabar.
—¿Cuál es tu nombre? —susurra, a centímetros de mí.
Mi corazón late desbocado, con la certeza de que lo voy a lograr.
—Elena.
—¿De qué quieres escapar, Elena? —se mueve; la oscuridad no me permite verlo, pero lo siento moverse y una masa de sombra se para delante de mí; no tiene una forma, no tiene silueta, solo es sombra densa y oscura.
—De todo esto, de mi vida.
—¿A dónde quieres ir?
—A donde sea, yo solo quiero irme de aquí, quiero empezar de nuevo en otro lugar.
—¿Qué estás dispuesta a ofrecer a cambio?
—Lo que sea.
—Quiero tu alma.
—Entonces tómala, es tuya, pero tienes que sacarme de aquí, hazme olvidar mi vida y permíteme empezar una nueva.
—Es un trato, Elena, en tres noches vengo a buscarte; despídete en ese tiempo de tus seres queridos.
—No tengo seres queridos.
—Entonces de tus enemigos.
Las tres noches pasan, y en esos días espero con ansias a que llegue el momento. Lo logré, voy a escapar por fin.
Marcos está borracho en la sala, con la televisión encendida, viendo un partido de futbol. La noche ha caído hace ya varias horas, ya son casi las doce y el demonio al que decidí llamar Sombra no ha aparecido.
Me recuesto en la cama, esperándolo. Mis ojos se cierran por el cansancio y me duermo sin darme cuenta; despierto al sentir que alguien me observa, me siento en la cama y busco a Marcos, pero no se encuentra a la vista.
Editado: 30.10.2025