Ya es Halloween; desde que desperté en la mañana no he sentido más que alivio. Voy a deshacer el pacto. Me he pasado todo el día inquieta. Las ansias de que se oculte el sol y llegue la noche son más grandes que yo.
Faltan dos horas para las doce. Comienzo el ritual, dibujo en el piso de la sala un pentagrama opuesto al anterior; este es incluso más difícil y por ello me pasé tres días practicándolo en las páginas restantes del diario. Coloco las velas, y una vez llega el momento, las enciendo.
Me siento en el piso; la atmósfera cambia, una quietud invade el espacio. Respiro profundo.
—In nomine lucis et veritatis, claudo portam inter mundos et revoco pactum sanguine signatum.
—En nombre de la luz y la verdad, cierro la puerta entre mundos y revoco el pacto sellado con sangre.
—¿Qué haces, Elena? —pregunta la sombra detrás de mí. Su voz me hace titubear; no obstante, sigo.
—Renuntio voluntati tenebrarum et rescindo vinculum cum Santan.
—Renuncio a la voluntad de las sombras y rompo el vínculo con Satán.
Las llamas de las velas parpadean, las sombras se mueven alrededor, como si se resistieran.
—Te he hecho una pregunta, Elena.
—Fiat liberatio mea. Sic fiat.
—Hágase mi liberación. Que así sea.
Una luz llena la habitación, pierdo fuerzas y caigo de rodillas al piso; las sombras y la presencia desaparecen, como si nunca hubieran estado ahí. La claridad me ciega, obligándome a cerrar los ojos.
Cuando los vuelvo a abrir, estoy en un hospital lleno de doctores mirándome, como si se tratase de un milagro.
Tres meses después
Miro el cielo nublado, va a llover en cualquier momento. Camino a paso rápido en dirección a la casa. Un trueno suena a lo lejos, me sobresalto y aumento la velocidad. No me quiero mojar con la lluvia.
Hace meses, cuando deshice el pacto y desperté del coma, Marcos ya no estaba. Aparentemente, desapareció cuando “enfermé”; solo se encargó de pagar por adelantado los servicios del hospital y se esfumó. Recuerdo que estuve aliviada cuando semanas después me dieron el alta en el hospital y encontré la casa vacía; solo estaban mis pertenencias.
Una pequeña gota de agua cae sobre mi mejilla y al poco tiempo cientos de miles de ellas se unen. Me mojan en cuestión de segundos, siento el impulso de correr, pero de qué me vale, si ya estoy empapada. Las personas que estaban en la calle entran en los locales y casas alrededor huyendo de la lluvia. Yo, en cambio, sigo caminando en él al mismo ritmo apurado.
Empiezo a temblar de frío, las gotas de agua helada calan mis huesos y el viento gélido que rosa mi piel no ayuda para nada. Detrás de mí se escucha a la gente moviéndose para resguardarse de la lluvia. Luego este se calma y me quedo sola en medio del camino.
—Aquí estás, Elena —susurra una voz detrás de mí. La reconozco de inmediato, es la Sombra.
Ni siquiera lo confirmo, echo a correr. ¿Qué hace ella aquí si ya el pacto entre nosotros acabó?
—Debes dejar de huir de mí, Elena. —Su risa me hace temblar—. Yo siempre te voy a atrapar.
Respiro agitada, me arden los músculos de las piernas, pero no me detengo. En el momento en que lo haga, me va a atrapar.
Su mano roza mi abrigo, pero no lo suficientemente rápido para atraparme.
Impulso con fuerza mis piernas, pero ya he alcanzado mi velocidad máxima, no puedo ir más rápido y en cualquier momento voy a necesitar descansar.
Escucho sus pasos chapotear con los charcos de agua. Un trueno cae y las gotas de lluvia aumentan. Se sienten como proyectiles en mi piel. Piso un charco de agua y me resbalo, cayendo al piso boca abajo. Intento ponerme de pie, pero las frías manos de la sombra aprovechan y me aprisionan contra el piso.
—Te he dado tiempo para pensar que huiste —susurra a mi oído—. Debes saber que nunca escapaste, solo cambié la realidad de tu cabeza y te obligué a hacerlo. Tú nunca vas a escapar de mí, Elena. Tu alma es mía y no puedes deshacerte de eso.
Editado: 30.10.2025