Umbría

5

La incómoda sensación persistía, se hacía más fuerte con el pasar de los minutos provocando en todo su cuerpo un estado de ansiedad y nerviosismo latente. Adara miraba a todos lados buscando al causante de aquella sensación, sin embargo, todos los comensales estaban absortos en sus asuntos y ninguno tenía la vista puesta sobre ella.

¿Se estaría volviendo loca?, se preguntó.

Temió que solo se tratase de una alucinación de su alterada mente, pero temió aún más que sus sentidos estuviesen en lo correcto.

En las próximas horas el Pez Azul estuvo a rebosar, los clientes entraban y salían sin parar, cargándolos de trabajo a todos. Darla se quejaba por la cantidad de trabajo que había, pero la consolaba el hecho de que muchos hablaban de la nueva víctima y ella con disimulo se dedicaba a escuchar las conjeturas de cada uno, pues todos pensaban que se trataba del mismo autor del homicidio en el bosque Abar.

Contrario a la percepción de sus compañeros de trabajo, para Adara el tiempo pasaba con mayor lentitud. La chica no veía la hora de que el café cerrara y así poder irse a ese lugar que intentaba evitar los últimos días, su casa, ya que no tenía otro sitio al cual ir a descansar.

La solicitaban de un lado a otro. Al estar ocupada, olvidó la sensación de ser observada, se concentraba en hacer su trabajo correctamente. Sin embargo, el ambiente estaba pesado y nadie parecía notarlo a excepción de ella.

Para el final de larga jornada todos estaban agotados, sus brazos le ardían y sus pies estaban hinchados, consecuencia del rato que tuvieron que estar de pie sin descanso alguno.

— ¡Ha sido un gran día! Buen trabajo a todos —felicitaba la señora Emma satisfecha por las ganancias del día—. Mañana abriremos después de mediodía, muchachos. Merecen dormir hasta tarde mañana —comunicó mientras le pasaba llave al local.

La señora Emma se despidió de ellos y emprendió marcha a su casa. Los demás se dispusieron a hacer lo mismo.

— Adara, sube. Te llevo a tu casa —ofreció Nelson, el cocinero, desde su auto.

Darla iba en el asiento del copiloto, pues él siempre la llevaba a casa porque eran vecinos. Adara sabía que ambos vivían lejos, en la dirección opuesta a su casa.

— Gracias, Nelson. Pero vivo cerca, no es necesario —rechazó la oferta con una amable sonrisa.

— No sería problema —insistió el joven.

— No te preocupes. En menos de quince minutos ya estaré en casa.

Él asintió en comprensión. Darla y Nelson se despidieron de ella y el auto partió.

El viento frío dio en la cara de Adara, llenó sus pulmones con la brisa marina y elevando la vista al cielo se percató de que las nubes cubrían el cielo nocturno. Iba a llover pronto.

Acomodó su chaqueta y su gorro y se dirigió a la parada de autobuses.

Pasados unos quince minutos aún no pasaba ninguno. Se estaba haciendo tarde y no había señal de que vendría uno pronto. Empezó a arrepentirse de haber rechazado la oferta de sus amigos. Sin quedarle otra opción, optó por irse caminando. Era una suerte que el café no quedara lejos de donde vivía.

Las calles que usualmente eran concurridas, esa noche estaban casi desiertas. Se veían pocas personas a los alrededores, mientras más avanzaba iban disminuyendo poco a poco. Adara supuso que como medida de prevención muchos decidieron estar en la seguridad que les brindaba sus hogares en lugar de pasar el rato en los centros nocturnos. Era lo mejor.

Unas heladas gotas empezaron a caer, tenía que acelerar el paso si no quería tener un resfriado por la mañana.

La lluvia torrencial s desató sobre la pequeña ciudad pasados los minutos. Necesitaba llegar pronto así que decidió acortar camino atravesando un callejón que conectaba con la calle donde estaba su casa. Había pasado por ahí miles de veces por lo que le pareció seguro.

Antes de adentrarse, se detuvo abruptamente al sentir la presencia de alguien detrás de ella. Se volteó y no vio a nadie. Su imaginación jugaba con ella nuevamente, pero decidió ignorarla.

Se internó dentro del callejón con paso apresurado. El agua se estancaba formando charcos que empapaban sus zapatos junto con la parte baja de sus jeans. El frío empezaba a calar en sus huesos y la poca iluminación le dificultaba ver con claridad a su alrededor.

Siguió avanzando cuando de repente un brazo se interpuso en su camino provocando que se cayera por el impacto. Golpeó su cabeza contra el asfalto y cuando intentó incorporarse no lo logró. Un hombre se cernía sobre ella.

 

***

 

La fuerte lluvia azotaba sin compasión la ventana de la oficina del detective Ferrier. Este planeaba quedarse hasta altas horas de la noche, como los últimos días, trabajando en los casos de la ola de asesinato que abatía su pequeña ciudad.

Veía las fotos de la nueva víctima, una chica identificada como Melanie Torres de 18 años de edad, cursante del último año en la Secundaria Pinos, hija del director Torres.

Sintió pesar por ella. Le quedaba toda una vida por delante, pero se la arrebataron.



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En el texto hay: crimen, policial, romance

Editado: 22.05.2023

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