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CAPÍTULO UNO

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La calle, transitada por personas que iban en todas direcciones, algunas apresuradas, otras tan calmadas que parecía que el tiempo no existía en sus vidas; algunas iban solas, otras en pareja y unas cuantas familias pasaba por la acera. La misma acera donde Alexander empezaba a atraer al público curioso por ver cómo finalizaba su acto de magia, alrededor de él se conglomeraron familias, parejas y personas que transitaban por ahí en soledad; todos se olvidaron por un momento del propósito y tiempo que normalmente regia sus vidas para disfrutar, aunque fuera por unos minutos, de los trucos de ilusión que realizaba el chico con su mejor cara de alegría.

—¿Alguno de ustedes tiene una moneda? —preguntó Alexander al público.

—¿De cualquier denominación? —inquirió un hombre trajeado que estaba en la primera fila.

Alexander lo observó con detenimiento por dos segundos, el rostro del espectador lucía cansado y, de alguna manera menos visible, agobiado. Debía tener un trabajo que demandaba mucha energía emocional y que le producía estrés, ese espectáculo sería de las pocas distracciones de una monótona rutina. Supo que el hombre estaría dispuesto a participar en su truco con tal de hacer ese día más interesante.

—Por supuesto, le prometo que duplicaré ese dinero, así que piense bien que moneda me dará. —Sonrió en grande, sintiéndose confiado.

La multitud miró al hombre, expectante de su decisión. El trajeado rebuscó en sus bolsillos dudoso, pero a la vez emocionado y extrajo de su sacó marrón una moneda de un dólar. Alexander extendió la mano y cuando tuvo la moneda en su mano la enseñó a todo el público, todos la miraron atentos, como si pensaran que desaparecería en un instante y no quisieran perderse un solo detalle.

Tomó un vaso pequeño de vidrio que tenía al lado de su pie en el suelo y lo mostró al público.

—¿Creen que pueda meter la moneda en este vaso? —le preguntó a la audiencia y obtuvo diversas respuestas, asentimientos y negaciones con la cabeza—. Hay que averiguarlo. —Alzó las cejas conservando su sonrisa fanfarrona.

Hizo varios movimientos de manos y colocó una mano sobre el extremo abierto del vaso a nado de tapadera, luego pegó en el otro extremo con la mano en la que tenía la moneda y "mágicamente" la moneda de un dólar apareció dentro del vaso. Alzó la vista hacia el hombre trajeado cuando éste comenzó a aplaudir con una expresión ingenua acompañado de algunos otros ingenuos que creían en la "magia" que acababa de mostrar.

—Aquí tiene. —Le entregó la moneda al hombre aún sosteniendo el caso en la otra mano.

—¿No dijiste que lo ibas a duplicar? —El trajeado miró la moneda poco convencido.

—Oh, es cierto.

Dejó el vaso en su previo lugar en el suelo de concreto, con cuidado de no revelar la otra moneda que tenía escondida en la mano.

—¿Me permite? —Extendió su mano en dirección al hombre y este volvió a colocar la moneda sobre su palma—. Gracias.

Alexander hizo más movimientos de mano para luego aparecer entre sus dedos un billete de diez dólares que le entregó al hombre con una sonrisa satisfecha. Obtuvo más aplausos y sonrisas de su público.

—Quédeselo mi amigo —le dijo al trajeado cuando hizo el amago de devolvérselo.

El sujeto sonrío agradecido.

—Muchas gracias —musitó honesto y algo colorado, no por timidez sino porque el sol le había estado dando en toda la cara desde que el espectáculo inició.

—Gracias a usted —El chico parpadeó lento—, y a todos ustedes, son un público maravilloso. Gracias. —Hizo una ligera reverencia mientras la gente le aplaudía de nuevo.

Aprovechó la separación que se formaba entre la conglomeración para alejarse de ahí lo más rápido posible e ir en busca de su cómplice y compañero de robo. Se introdujo en un callejón solitario y vislumbró al final de este una cabellera pelirroja.

—Dime que mi encanto no fue un desperdicio —imploró al acercarse a su amigo trotando.

—Para nada. —Tyler se giró y le enseñó las diversas ganancias obtenidas.

—¡Eres asombroso! —Se detuvo a ver las diversas carteras, relojes y joyería que su amigo había obtenido mientras las personas estaban distraídas observando su espectáculo—. Esto es suficiente por hoy, ¿no te parece?

Tyler asintió contento.

—Vamos a comer algo —dijo el pelirrojo—. Yo invito.

Alexander aceptó sin dudar. Tenía hambre y su amigo solía llevarlo a buenos lugares, donde la comida era deliciosa.

Llegaron a un lugar de hamburguesas, «Las segundas mejores de Salem», le había dicho Tyler al entrar en el pintoresco lugar. Alexander no había ido allí jamás, pues su hermano estaba muy ocupado con su vida social que ya no tenía tiempo para estar con él y ni que decir de Payton, que siempre estaba en su trabajo, como si un empleo de cocinero fuera lo más importante en la vida.

Se sentó en compañía del pelirrojo en un taburete de color rojo chillón y observó entretenido el lugar abarrotado de familias y demás personas. Leyó con premura el menú; con cada nueva opción de hamburguesa que aparecía en la lista le era más difícil escoger, cada una lucía más apetecible que la anterior, se moría por probar alguna.

—¿Ya elegiste? —Tyler asomó sus ojos por encima del menú.

Alexander negó con los ojos abiertos y fijos en el menú.

—Te recomiendo la de doble carne, queso y tocino, tiene una salsa especial que es de lo mejor —le dijo muy seguro.

Alexander decidió confiar en él, no dudaba que su amigo tenía razón, de hecho, nunca se atrevía a dudar de cualquier cosa que Tyler le dijera. Muchas veces se había preguntado porque su carácter se tornaba débil con él, pero nunca llegaba a una conclusión.

—Suena muy bien... La pediré. Tú vas a pagar después de todo. —Se encogió de hombros con una amplia sonrisa.




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