Un alma perdida

1: Humor

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Humor
 


Otra vez la voz malvada susurraba en su oído y por más que buscaba a alguien solo encontraba el inmenso vacío de su habitación.

«Mátalo.»

Una vez más su corazón se paralizaba y sin poder evitarlo: su más terrible pesadilla se hacía presente.

Era Daniel: su compañero de clases. Y estaba justo frente a Samuel, con los ojos fríos, glaciales y muertos... Sin vida. Tan huecos e inexpresivos como los ojos de las muñecas de trapo de su hermana.

Lo aterrador era que su boca estaba rajada de una forma absurdamente ridícula, pues pretendía ser una sonrisa. El corte era irregular y estaba cocido con hilo y aguja. Samuel no pudo evitar el estremecimiento y se tapó la boca tratando de retener lo que había comido en la tarde.

«Lo merece. Te ofendió y te insultó ayer delante de todos tus compañeros. ¡Hazlo! ¡Mátalo!»

Samuel se tapó las orejas tratando de apaciguar a la tormentosa voz que irradiaba veneno con cada palabra. Pero era imposible, era un acto en vano lo que hacía, pues esa voz se escuchaba a la perfección, era como si formara parte de él... De su cabeza.

Pero las palabras siempre tomaban sentido en su cabeza y esta vez, el deseo de venganza ganó.

Durante mucho tiempo había sido la burla de su escuela y Daniel se había encargado de volver su estadía un infierno; bromas y ofensas. Ese muchacho siempre tenía una sonrisa divertida en su cara.

Entonces, Samuel quiso hacer realidad esa ilusión y cometió el primer crimen de los muchos que faltaban.


 


Con una tijera guardada en el bolsillo de su pantalón, Samuel se acercó a un muy ebrio Daniel, tirado en un callejón donde lo único que se veía eran prostitutas, alcohol, sexo y drogas. Con una capucha sobre su cabeza lo recogió y lo llevó hasta su auto.

Una canción sonaba en el lugar y los recuerdos lo golpearon con brutalidad.

La canción era hermosa, pero evocaba tristes recuerdos en mí. pensaba recordando a Ana.

Ignoró sus sentimientos y gracias a todos los santos que su padre adoraba: el chico le dio las llaves y lo llevó hasta el mediano bosque de la finca en que vivía con su familia.

Cuando Samuel tomó la mejilla derecha de él cortándola en un tajo irregular hacia arriba, soltó un chillido tan doloroso que sin pensarlo u segundo, enterró la tijera por la boca de Daniel llegando tan hondo en su cavidad como le fue posible. El grito acabó y los ojos parecían casi salirse de sus cuencas.

En la agonía, siguió clavando la tijera tanto como pudo, hasta que murió. Siguió con su trabajo y luego coció su boca con hilo.

Admiró su obra con una sonrisa rebosante de felicidad. La sangre salía sin descanso por la boca de Daniel y la escena era exactamente igual como su cabeza la había creado anteriormente.

Entonces, descubrió que la venganza era tan dulce y como resultado tenía un humor de maravilla.

 



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En el texto hay: miedos, terrorpsicolgico, luchas internas

Editado: 03.07.2019

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