Un Amigo Como Él

Capítulo 2

Capítulo 2

"El perro"

La vida no es del todo algo perfecto.

¿Por qué no puedo ser como uno de esos niños que juegan a los carritos con los demás? ¿Por qué no puedo jugar a las escondidas con personas que no sean mis papás? Tenía millones y millones de juguetes. De trajes. De tecnología avanzada. Pero no tenía nadie para compartirla, no tenía a nadie que decida jugar conmigo, aunque total, nadie lo haría, pues soy el rarito del salón.

Mis muslos dolían como si tuviese un millón de piedras gigantescas presionándomelo, con fuerza, con mucha dureza. La expresión que llevaba en mi rostro dejaba mostrar ese término de cansancio que tenía, mientras que los sudores bajaban desde mi frente, empapando la punta de mi lacio y negro cabello, bajando de igual manera por mis ojos, haciendo que varias veces lo entrecierre para después pasar mis pequeñas manos para secar el pegajoso líquido.

Llevaba un máximo de una hora corriendo, bajo la luna brillante y un cielo oscuro empapado de estrellas relucientes, parpadeantes.

Las lágrimas ya habían dejado de salir por mis ojos. El dolor que antes sentía en mi pecho ya no estaba al completo, se había reducido un poco ya que tenía pensado irme, lo había hecho, y nunca me iban a encontrar.

El aire frio de la madrugada chocaba con mi rostro con mucha fuerza. Mamá siempre me decía que esa brisa madrugadora solía dar un resfriado terrible, y lo confirmo porque una vez veníamos desde un pueblo muy lejano donde vivía mi tía Rouse y decidí sacar la cabeza por la ventana del auto que piloteaba papá todo el transcurso, duré una semana con fiebre y dolor de cabeza, aunque no me fue tan mal, pues al menos no fui al colegio esa semana.

Mientras corría, sin ver a alguien en la carretera, las casas, departamentos, edificios, todo se había quedado atrás, una roca que había en medio y que no llegué a ver, a percatarme de ella, hizo que tropiece, cayéndome al piso y lastimándome la herida del brazo un poco. Gemí ante el dolor presenciado, pero eso no evitó que me levante y continúe marchando, tal vez por una hora más. O quizás dos. O tres.

Llegué a un lugar donde no había postes de luz eléctrico, sólo árboles altos con tronco marrones y hojas verdes y largas. Estos emitían unos sonidos algo extraños, ventosos, haciendo que cause en mí una sensación de temor por unos segundos. Me detuve a descansar un poco, apoyando las palmas de mis manos en mis rodillas, soltando aire forzado, inhalando y exhalando de manera apresurada. El viento frio chocó con mi cuerpo de una manera llena de intensidad.

Unos minutos después del descanso giré la cabeza hacia la derecha, mirando lo que había alrededor y contemplando árboles, al igual que la izquierda, y pues delante solo estaba el sombrío camino de la carretera. Cuando no creí que verdaderamente no había, a lo lejos vi un poste de luz, con una bombilla de color blanco encendida.

<<Creí que no había>> pensé.

Caminé hacia la izquierda, metiéndome por debajo de unos alambres de puntas y con mucho cuidado de que no me llegue a cortar con alguno de ellos. No actué rápido, ni pensé bien, pero crucé la mochila junto conmigo, por debajo de los enredados puntiagudos. Al ya estar del otro lado, después de escuchar un sonido que ignoré totalmente, me adentré más al lugar.

Y corrí.

Corrí sin perdón, sin lamentosa, sin arrepentimiento.

Corrí mientras mis ojos empezaron a inundarse de lágrimas.

Mis pasos rápidos y fuertes hacia que se escuchen las hojas secas y quebradas que yacían en el suelo. Ya estando lejos de todo; de la entrada, sin saber dónde estaba, mientras la luna iluminaba un poco el lugar, me senté debajo de un tronco gigante.

Y lloré.

Lloré mucho.

Lloré sin que me importe nada.

Abracé mis piernas con mi brazo, meciéndome yo mismo.

Lloré por esas infinitas veces en la que me sentí patético.

Lloré por cada palabra que me hacían sentir un completo idiota.

Lloré por todo el tiempo en sentirme solo.

Lloré de odio, de rencor.

Lloré tanto debajo de este árbol... Que cerré mis ojos, entre todos esos largos llantos, y me quedé dormido.

(...)

—Grrr.

Mis parpados se abrieron de una forma rápida y repentina. El sol brillaba con una intensidad fuerte, molestosa.

Un susto acompañado de un chillido hizo que mi corazón, ya sobresaltado, intente salir de mi pecho. Me eché hacia atrás, arrastrándome con las palmas de mis manos, sintiendo muchas piedrecillas y hojas secas pegarse en estas.

Miré fijamente al que causó ese susto tan fuerte en mí.

Nuestras miradas se unieron, quedándonos viendo fijamente.

—¿Ho- Hola? —hablé, tartamudeando la palabra. Alcé mis cejas como muestra de confusión. Me sentí estúpido en ese momento puesto a que quien me estaba mirando era un cachorro.

No tenía mucho pelaje. Por la parte de su cabeza tenía un color azabache, mientras que sus patas y su vientre tenía blanco y con pintas achocolatadas. Sus orejas eran achocolatadas igual, sus ojos también. Obvio que el perro no me iba a responder, pero decidí preguntar:

—¿Estás bien?

El pequeño cachorro giró su cabecita, elevando una oreja y dejando que la otra caiga con su cabeza. Al éste hacer aquel acto emitió un sonido un tanto tierno.

—Bueno... —murmuré, sentándome más cómodo y dejando de apoyarme con fuerza en el suelo —No me entiendes. De hecho, nadie lo hace.

Un silencio había entre el bosque, una de las pocas cosas que se lograba escuchar era el sonido del viento y las hojas de los arboles al moverse.

El cachorro volvió a su postura normal y giró la cabeza hacia donde estaba mi mochila. Vi que cerca de él estaba una envoltura de color rojo y rastros de algo que yo conocía muy bien: chocolate.

Fruncí el entrecejo y fue cuando vi algo que me dejó impactado, haciendo que mis ojos se agranden.



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En el texto hay: niños, bosques, amistad animal

Editado: 30.03.2021

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