Julio 13, 2010
16:30 p. m.
Cuando mis padres murieron en ese trágico accidente, la comunicación con mis hermanos ya no fue la misma, como si la mejor salida era omitir que estuviéramos ahí, refugiándonos en una vida silenciosa y depresiva. El cumpleaños número diez de Becka no hubo globos azules llenos de aire decorando la casa, ni mucho menos risas y gritos de felicidad. Solo un pastel de chocolate al lado de la puerta de su habitación. La familia Henderson hacia su mayor esfuerzo, pero no les estaba funcionando, a lo mejor no queríamos que funcionara. Eran buenas personas, pero pensábamos que deseaban ocupar el lugar de nuestros padres. Y un caso difícil era mi otra hermana, Amber, que dejó de ser miembro del Club de ajedrez y del Club de matemáticas para pertenecer a una banda de rock, cosa que a nuestros padres adoptivos no les pareció una buena idea.
—¿Ponte el cinturón de seguridad? —dijo Alfred.
—No se me da la gana…
—Hazle caso a tu padre, señorita.
—Él no es mi padre, y váyanse al demonio y consigan sus propios hijos.
Ella era Amber, y ellos nuestros padres asignados por el gobierno. Alfred y Gemma, nunca pudieron tener hijos, por eso vieron en nosotros la oportunidad para formar una familia ideal, pero nos encargaríamos de que no fuera así. Pues de querer tener la familia de sus sueños, pasó a hacer una terrible pesadilla.
Alfred creía en cosas anticuadas como introducir barcos en una botella de cristal y redactar sus artículos en la vieja máquina de escribir. A Gemma le gustaba la jardinería, por eso teníamos el jardín más bonito de todo el vecindario, aunque otro aburrido detalle era que amaba ir a la iglesia los domingos, sin nombrar que nos obligaban a escuchar amorosos versículos de la biblia, con unos trajes ridículos.
—Quiero ver caras felices, unas lindas vacaciones en la playa nos espera —dijo Alfred, poniéndole música a la horrible miniván.
Pero no más horrible que mi vida, pues perdí la beca para entrar a la universidad que había ganado por mi buen desempeño en el deporte. Era jugador de lacrosse y gané muchos trofeos, pero me dejé llevar por el aire donde flotaba la depresiva fragancia de la muerte, renunciando a todo. Al parecer, a Gemma y Alfred no les importaba mucho, solo esperaban que yo encontrara mi verdadero camino. Quería vomitar al escuchar su patética charla de superación personal.
Alfred llevaba unas gafitas redondas de montura plateada y nos miraba por el espejo retrovisor. Me entraron unas ganas de decirle vete a la mierda, hombre; pero no lo hice. ¿Por qué no lo hice? Mi madre nos decía que esas clases de palabras eran inútiles, que no llevaban a nada.
—Denle un poco de croquetas a Baxter, debe tener hambre —dijo Alfred, mientras cambiaba de emisora.
Baxter era nuestra mascota, un pastor alemán de ocho años. Era un perro policía, adiestrado con fines para la seguridad pública e investigación por su gran olfato e instinto. Pero cuando el Departamento de policía lo retiró de todo servicio, papá lo adoptó y lo trajo a casa. Becka lo amó desde el primer instante, en cambio, Amber decía que cuando la miraba le ponía la piel de gallina y su olor le daba náuseas. Ahora se había adaptado un poco más él, ya no era tan alérgica a Baxter.
—Come un poco —le dije—. Buen chico.
—Su padre lo adiestró muy bien —dijo Alfred.
Seguí dándole de comer para no darme por enterado de lo que había dicho. Se me olvidó mencionar que nuestro padre fue quien lo entrenó desde que era un cachorro, sin aludir que se convertiría en el mejor perro del Distrito, ganando medallas de honor por su valentía contra los más despiadados criminales.
Comencé acariciar su cabeza ancha y estrecha, y a jugar un poco con sus orejas largas que siempre mantenían erguidas. De repente, Alfred se detuvo en una gasolinera mientras Baxter se acercó a olfatear el pelo ondulado de Amber, por lo que de inmediato lo recogió con un moño.
—Quítate que apestas —le dijo, ahuyentándolo.
Becka estaba ocupada en sacarle la lengua a Alfred a través de la ventanilla, mientras él le echaba gasolina a la miniván. Alfred le hacía lo mismo, creo que ya estaba floreciendo un cariño especial entre ellos. Ahora Becka le hacía muecas, y Alfred le seguía el juego, pero ese tonto juego fue interrumpido por una horrible cara que se asomó por la ventanilla, y eso la espantó, causando un grito que por poco estalla mis tímpanos.
Al que no le gustó fue a Baxter, que de inmediato reaccionó mostrando su hocico afilado colisionándolo contra el vidrio. Los ladridos no paraban, sobresaliéndole un comportamiento agresivo y su instinto guardián.
—Oye, cuidado, no hagas eso, si no quieres que nuestro perro te arranque la garganta —dijo Alfred, retirando al hombre de la ventanilla.
—¿Para dónde se dirige esta encantadora familia? —dijo el hombre en un tono gracioso.
—Vamos a Southampton, queremos pasar unas maravillosas vacaciones en la playa.
Alfred lo decía de una manera tan simpática que le hacía creer al desconocido hombre que en verdad éramos una familia feliz. Con lo que no contó fue que Amber le expresó todo su amor con un cariñoso y vulgar gesto con la mano a través de la ventanilla. Alfred miró a Amber con los ojos entornados, por lo que luego tuvo que dejar a un lado su aburrido entusiasmo.
Editado: 08.02.2021