Abrí los ojos y escuché como crujían las paredes por los desesperantes ladridos de Baxter. Miré el reloj:
01: 07 a. m.
—Cállate Baxter, quiero dormir —le dije, arrojándole una almohada.
Pero había otro sonido, un sonido extraño. Un sonido del exterior.
Baxter ladraba insistentemente hacia la calle, por lo que me levanté de la cama, me acerqué a la ventana y retiré un poco la cortina. Había húmeda en el asfalto. La calle parecía estar en un silencio absorbente y la luz de la luna se reflejaba en los frondosos pinos que bordeaban el pueblo. Mi mirada se deslizó desde las fachadas hasta algunas vitrinas de las tiendas, sin saber muy bien lo que buscaba. Baxter volvió a ladrar de nuevo.
—No empieces otra vez —le dije.
Pero mi mirada se detuvo, mis ojos temblaron. Tomé aire, sorprendido y horrorizado. Me eché para atrás y desperté a Becka con el miedo que se había apoderado de mí. Vi que Amber estaba al borde de la cama, solo tuve que darle un empujón para que cayera y así evitar darle una explicación.
—HIJO DE PU… —dijo Amber, desde del suelo.
—¿Qué ocurre? —dijo Becka semidormida.
Baxter comenzó a rasgar la puerta, y nos comenzó a ladrar.
—¿Qué le pasa a Baxter? —dijo Amber frotándose la cabeza—¿Se volvió loco?
—Quiere que salgamos rápido de la habitación.
—¿Por qué? Yo quiero seguir durmiendo.
—Tenemos que despertar a Alfred y a Gemma.
Amber me siguió con la vista, frunciendo el entrecejo.
—Dime qué sucede o si no me volveré acostar.
Amber y Becka se miraron entre ellas, y también las miré durante un desagradable instante. Sus ojos brillosos de sueño reflejaban que estaba conservando una cara pálida y como de asco, pues el temor estaba emborronando mi rostro.
—Alguien viene hacia acá —le dije.
—Es un hostal, la gente entra y sale. ¿Qué hay con eso?
—Tu no entiendes…
—Entonces explícame o sino Becka y yo no iremos a dormir.
Los dos hombres que vi eran corpulentos y vestían ropa negra, pero no solo eso, llevaban mascaras aterradoras, como si fuera una noche de Halloween. El sonido extraño, era porque uno de ellos golpeaba su hacha contra el asfalto, causando que el silencio rugiera.
—Alguien viene a asesinarnos… —dije.
—No será algunas de tus pesadillas.
Al parecer Amber no me creía, ella pensaba que lo había soñado todo, pero Baxter ya sabía que uno de ellos había entrado al hostal, y empuñaba con fuerza un cuchillo de caza.
Becka era la que estaba más cerca de la puerta, así que tomé su mano mientras Baxter seguía ladrándonos y rasgando la puerta, era el momento de salir de la habitación.
—Sígueme Amber, y no te separes de mi —dije, mirando por el angosto pasillo.
Los ojos de Becka se mostraban cautelosos, y Amber con el puñado de llamas en su cara, pues su desagrado a la idea de irnos de la habitación no la podía ocultar. Entonces aspiro largo, lento, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.
—Hay que ir por Alfred y Gemma —dije.
Amber aún no conseguía entender lo que estaba pasando, en cambio, Baxter si podía olfatear el peligro que nos acechaba, por lo que fue el primero en rasgar la puerta de la habitación de nuestros padres adoptivos. Ladraba y rasgaba, ladraba y rasgaba, ladraba y rasgaba…
—Vas a despertar a los otros huéspedes, perro tonto —dijo Amber.
—Hay que advertirle de lo que ocurre.
—¡BASTA YA! Si esto es una broma te voy a…
Finalmente, la puerta se abrió. Baxter comenzó a ladrarle a Alfred que parecía estar todavía dormido. Se frotó los ojos y bostezó en repetidas ocasiones.
—Qué pasa Baxter, ¿quieres ir al baño?
—Tenemos que irnos… —le dije.
—¿Qué hacen despiertos? Si son la una de la mañana.
—Yo me pregunto lo mismo.
Alfred atravesó a oscuras la habitación y despertó a Gemma, pero lo hizo de una manera dudosa, pues tampoco sabía lo que estaba ocurriendo. Seguro lo hacía porque confiaba en mí, y en Baxter, que nos indicaba que debíamos abrir la puerta de la última habitación.
—¿Ahora qué quiere Baxter? —dijo Amber.
—Que lo sigamos.
Yo no soltaba la mano de Becka, mientras veía a Gemma decirle a Alfred que yo era un chico rebelde y que solo estaba tratando de llamar la atención. Comenzaron a discutir, como si fuera el momento de hacerlo. El miedo crecía a cada instante, hasta que vi en medio de la oscuridad del pasillo una figura extrañamente irregular que se dirigía hacia nosotros.
—¡Qué esperan, ya viene! —dije.
Alfred levantó a Gemma y la puso junto a mí, ella mi miró con cara de pocos amigos. Parecía estar odiándome. Pero yo seguía mirando hacia el oscuro pasillo, dudando, porque no quería que ellos se dieran cuenta de lo que había visto hasta que estuvieran a salvo.
Editado: 08.02.2021