Todos habíamos oído la risita extraña al otro lado de la puerta, incluso oímos pasos tan sigilosos como sombríos. Parecía que recorriera con sigilo el pasillo, mientras yo seguía buscando el maldito interruptor, pero inesperadamente alguien comenzó a golpear la puerta y cada vez más fuerte.
—Debe ser que un huésped está buscando el baño —dijo Alfred.
—¡Vete! Aquí no es el baño —dijo Amber, pero ya con un tono nervioso.
Cuando oímos que intentaba girar el pomo de la habitación, supe que este iba a ceder y que él iba a entrar, hasta que finalmente pude accionar el interruptor de la pared, oyéndose un chispazo y una luz parpadeante iluminó el cuarto. La cara de Gemma se veía algo gris, creo que estaba espantada, aunque Alfred sus ojos se mostraban cautelosos.
—Se detuvo —dijo Amber.
Lo que no se detuvo fueron los ladridos de Baxter y luego empezó a olfatear por debajo de la puerta. Después noté algo en los ojos de nuestro amigo peludo, ese brillo intenso en su mirada, indicándonos que algo muy malo estaba por suceder.
—¿Por qué Baxter nos mira así? —dijo Becka.
—Solo quiere que no salgamos, él nos está protegiendo —le dije, mientras me alejaba de la puerta.
Los golpes en la puerta no se escucharon más, y ya nadie intentaba abrir la habitación. A lo mejor Alfred tenía razón, solo era un huésped buscando el baño. Sin embargo, comenzamos a sentirnos raros, me imaginaba que alguien nos estaba observando, que seguía allí, detrás de la puerta. Creo que la paranoia quería invadir mi mente, pues sentía que nos escrutaba a través de las grietas y agujeros en las paredes.
Pese a que la luz era algo débil, un brillo un poco más intenso descendía con dirección a un par de camas pequeñas, todavía cubiertas con sabanas polvorientas. Supe, de algún modo, que ese había sido el dormitorio de dos niños. Quizás antes de ser un hostal fue una casa…
—Basta ya, yo me voy de aquí —dijo Amber de repente.
—Ni lo pienses, aún no sabemos que hay allá afuera.
—¡NADA! ¡NO HAY NADA!
—Entiende, debemos permanecer unidos.
Entonces noté que Becka señalaba algo con su mano, y al parecer se encontraba debajo de una de las camas. Dejé que Amber discutiera sola, y me arrodillé para mirar. Era una maleta vieja.
—¿Qué haces? —dijo Gemma, sin soltar la mano de Alfred.
Tiré de la maleta para sacarla y manipulé torpemente sus destrozadas correas de cuero. Se abrió con facilidad…, pero salvo por una familia de escarabajos muertos que espantaron a Becka, estaba vacía.
Dejé a un lado la maleta, porque advertí algo en lo que no había reparado antes. Esta vez era un baúl, asomándose debajo de la segunda cama. Fui hasta allí y aparté la sabana que lo ocultaba. Era un viejo baúl de viaje cerrado con un gran candado oxidado. Era imposible que estuviera vacío, pensé. Uno no cierra con llave un baúl vacío.
Lo agarré por los lados y tiré de él. No se movió. Volví a tirar, con más fuerza, pero no quiso ceder ni un milímetro. No creí que era así de pesado, más bien creo que años de humedad acumulada y polvo lo habían fusionado de algún modo con el suelo. Me levanté y le di unas cuantas patadas, lo que pareció no servir de nada.
—Se me hace que necesitas ayuda —dijo Alfred.
Con ayuda de Alfred conseguimos moverlo, él tirando primero de un lado y después yo del otro, haciéndolo avanzar como si tratara de una nevera, hasta que salió por completo dejando un rastro de marcas en el suelo. Di un tirón al candado, pero a pesar de la gruesa costra de óxido parecía sólido como una roca. Consideré por un momento buscar una llave—tenía que estar en alguna parte—, pero podría haber perdido horas buscando, además, el candado estaba tan deteriorado que me pregunté si la llave funcionaría siquiera. Mi única opción era romperlo. Recorrí con la vista la habitación en busca de algo sólido y enseguida distinguí una barra suelta en el armazón de la cama. Tras unas cuantas patadas, repiqueteó en el suelo. Incrusté un extremo en el candado y tiré del otro hacia atrás. No sucedió nada.
—Si quieres busco en internet: ¿cómo abrir un baúl viejo con un candado oxidado? —dijo Amber.
—Déjamelo a mí —dijo Alfred, alzándose las mangas de su camisa a cuadros.
Alfred se dejó caer con todo el peso de su cuerpo sobre el candado. El baúl crujió un poco, pero eso fue todo.
—Ningún baúl viejo va a derrotarme —dijo Alfred, esta vez se veía más decidido.
Le dio una patada y tiró de la barra con todas sus fuerzas, con las venas a punto de estallarse en su cuello, chillando: «¡Ábrete, maldito seas, ábrete te digo!». Y entonces la barra resbaló, chocando violentamente contra el suelo y se quedó sin resuello. Permaneció tumbado allí y clavó la mirada en el techo, recuperando el aliento. Finalmente, mi frustración y cólera culminó: Alfred había abierto el baúl.
—Espero que haya lingotes de oro —dijo Alfred, algo exhausto.
Ante mi gran sorpresa, me daba la impresión de que había encontrado un baúl lleno de varias cámaras fotográficas y mochilas impermeables. Además, descubrí mapas, tarjetas de crédito y pasaportes. Continué buscando y hallé gafas de sol, auriculares, libros, móviles, cargadores y videocámaras. Pero al entornar los ojos pude distinguir algo más, y fue entonces cuando comprendí que no eran solo accesorios de viaje, sino fragmentos de noticias de algunos periódicos.
Editado: 08.02.2021