Un Amigo Para Recordar

CAPÍTULO 9

Todos nos quedamos en silencio, petrificados, mirando hacia la salida, temiendo que alguien estuviera esperándonos para asesinarnos, porque estaba seguro de que esta noche aún no acabaría.

Noté que Alfred dio un paso hacia adelante, apartándose de Gemma, Amber y Becka. Comenzó a caminar despacio, pero se detuvo casi llegando a la entrada. Primero los miró a ellos y después a mí, quizá pensaba que tras esa puerta alguien le rebanaría el cuello, aunque no iba a negar que era una posibilidad. 

Sin embargo, decidí enviar a Baxter primero, pues no permitiría que Gemma se quedara viuda tan pronto, cuando por fin estaban consolidando la familia feliz que tanto anhelaban desde la muerte de nuestros padres.  

—Anda, amigo, ensáñales que eres el perro más valiente del mundo.

Baxter echó unos ladridos y corrió hacia la salida. Era maravilloso que todavía le quedara suficiente fuerza para seguir protegiéndonos. Sus patas resuenan ante el colapso nervioso de Alfred, y lo vio cruzar la entrada sin ningún problema. Pude respirar con tranquilidad, aunque sentí una ligera sacudida en el estómago que no creí que tuviera nada que ver con los nervios.

—Creo que no hay peligro —dije.

Baxter empieza a ladrarnos y hace círculos con su cuerpo, indicándonos que todo estaba bien. Lo observé con atención y nunca me había sentido tan aliviado, como si papá nos cuidara a través de Baxter.

—Es mejor que salgamos de aquí —dije.

—¿Está seguro? —dijo Amber

—Es increíble que aún no confíes en Baxter.

Nuestro amigo ya estaba fuera del hostal, en el corazón de la oscuridad. Era ese el camino que debíamos tomar, el que nos conduciría hacia el coche y huir de este maldito pueblo.

—¡AUXILIO! ¡AUXILIO! —gritó de repente Gemma, mientras corríamos por las calles desoladas.

—Ni te molestes, nadie saldrá ayudarnos —dije.

—Debe haber alguien que nos ayude…

—Lamento desilusionarte, pero estamos solos en esto.

Sin embargo, sentía que no podía dominar mis miedos y deseé gritar y frenar aquellos pensamientos desorbitados de que si el coche no funcionaba seríamos asesinados. Entonces dejé de correr, tembloroso y tenso, tratando de dejar en blanco la mente. Pensé al fin, ¿qué me sucede? No quería que mi familia pareciera en primera plana en los periódicos y en las noticias matutinas de nuestra desaparición.   

—¿Qué te sucede? —dijo Alfred.

—No quiero morir aquí.

—No moriremos aquí, ya estamos cerca.

Ya me había calmado un poco, pero pensé, desde cuando era un desastre emocional. Si mi padre estuviera conmigo, seguro me daría unas fuertes bofetadas para que reaccionara.

—Ahí está el coche —dijo Becka con una amplia sonrisa.

Pero me quedé abstraído unos instantes, pensando en la posibilidad de que alguien estuviera dentro del coche, aunque al observar que Baxter comenzó a oler la miniván sin dar ningún ladrido advirtiéndonos de algún peligro, eso nos dio la confianza de seguir avanzando.

—Como nos vamos a ir si esa porquería no funciona —dijo Amber.

—Cuida ese vocabulario, jovencita —dijo Gemma.

—No hay tiempo que perder, hay que arreglarlo —dije.

—¿Puedes hacerlo? —dijo Alfred, con una pequeña duda en su mirada,

—Puedo intentarlo.

Alfred abrió el capó de la miniván, mientras comencé a examinar detenidamente el daño que había, y que Buckley no pudo reparar. La luz de la linterna que proyectaba el motor de repente empezó a temblar.

—Ahora soy yo quien te dice, cálmate.

—Ya, quiero irme de aquí…

—Creo que la batería está muerta.

—¿Estás seguro de eso? Recuerda que Buckley dijo que era el alternador que estaba dañado.

—Quizá por eso fue que se arruinó la batería.

—¿Puedes repáralo?

—Pues… Necesito que el sistema de encendido y combustible trabajen juntos…

—No puedes, ¿cierto?

—Tengo que remplazar los componentes del sistema de encendido y combustible, y aquí no hay como hacerlo.

Amber me lanzó una mirada furiosa y de decepción, a lo mejor vio nuestras caras de no saber que a hacer, esa ansiedad que no podíamos ocultar. Me subí a la miniván e intenté encenderlo, por si ocurría un milagro. Ya ni sabía cuántas veces lo había intentado, hasta que el motor se chisporroteó, causando que Alfred bajara el capó.

—Debe haber otra forma de salir de este pueblo —dijo.

Mis ojos se dilataron al observar a través del parabrisas a un hombre parado detrás de Alfred que llevaba puesto una máscara de un tierno conejo, pero con una sonrisa macabra.  De nuevo su indumentaria se confundía con la noche, al igual que un leve alarido derramándose en el silencio.    

Vi caer Alfred arrodillado sin en el menor quejido y de nuevo el hombre introdujo el filo del hacha en su espalda, saliendo un rápido hilillo de sangre que salpicó el parabrisas. Amber y Becka se apartaron de Gemma, echándose hacia atrás, con sus rostros pálidos y con el miedo saliéndoseles por los poros. Gemma observó al psicópata retirar el hacha con la sangre de quien le prometió amarla hasta envejecer.



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En el texto hay: misterio y amor, perros, drama

Editado: 08.02.2021

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