Un Amigo Para Recordar

CAPÍTULO 11

Baxter se dejó caer en el asfalto, y la rudeza lo abandonó. Becka comprendió lo que le pasaba, quizá pensó que sentir las manos de ella lo reanimaría un poco, y creo que funcionó. Vimos que nuestro héroe se levantó, tambaleante y avanzó hacia una furgoneta de color verde estacionada enfrente de un abandonado bar.   

—Debe estar hambriento y exhausto —dijo Amber.

—Solo quiere irse de aquí… —dije.

Quería pensar que ya todo había terminado, esperaba que no hubiera más dementes acechándonos, pero por si las dudas, debía darme prisa y encender la furgoneta que Baxter parecía señalar instintivamente. Nos subimos al auto, todos excepto Gemma, cuya mano, como de costumbre, estaba indicándonos donde se encontraba Alfred.

—Es mejor que te subas, así como vamos a ir por él —dije.

Estaban a punto de encender la furgoneta, pero al mirar hacia la izquierda, vi algo que me hizo dar un brinco: alguien venía hacia nosotros. El corazón me latía con fuerza.

—Aguarden, no salgan del coche —dije.

—¿Qué sucede?

Seguí tratando de encender la furgoneta, y el retrovisor reflejaba el desespero en mi cara, pues se estaba acercando más de lo normal. Cuando algo me llamó la atención, me retiré un poco el sudor que empañaba mis ojos y pude distinguirlo.

—No puede ser él —dije.

—Claro, es él, pensé que había muerto —dijo Amber.

—Seguro se hizo el muerto, el muy cobarde.

—¿Por qué no vas?, creo que necesita ayuda.

—No es necesario, ya viene hacia acá.

Pero antes de que pudiera llegar a la furgoneta, antes incluso de que pudiera recuperar el aliento, se oye un solo grito, como si algo se estuviera acercando a él.

—¡QUÉ ESPERAS, ENCIENDE ESE MALDITO COCHE!

Gemma corrió hacia él, y le echó los brazos al cuello y rompió a llorar.

—Alfred está muerto —le dijo.

—Lo siento señora, pero tenemos que irnos.

 El mentón se me tensó, pues ya no me quería encender, y todavía tenía que verle la cara a Buckley que me ponía más nervioso de lo que estaba. Su mirada insistente diciéndome que debía darme prisa.

—Acaso viste a un muerto —me dijo

En ese momento hubo un silencio total, pero roto por un leve sonido del motor y una agradable sensación de que por fin saldríamos de este asqueroso lugar.

—No eres tan tonto como pensaba —dijo Buckley.

Miré de repente por el espejo retrovisor, y descendí de la furgoneta despacio. La sonrisa de Buckley era más amplia que nunca, burlona y desagradable.

—En verdad creyeron que todo había terminado —dijo.

Todos vimos como Buckley rodeó con su brazo el cuello de Gemma, apartándola de la furgoneta.   

—¿Qué estás haciendo? Pensé que éramos amigos —dije.

—Asesinaron a mis hermanos…

Sin la menor compasión Buckley con su cuchillo de caza perforó varias veces la espalda de Gemma y parecía no querer detenerse. Me sentí inútil mientras veía que Amber y Becka tenían la vista perdida y la boca abierta.

—Cuanto lo lamento, anciana. Me agradabas —dijo, y la soltó.

Esta vez Baxter no obedeció y se abalanzó hacia Buckley, pero él sacó de su cintura un revólver, disparándole rápidamente en dos ocasiones. Me quedé abstraído al observar a mi peludo amigo en el suelo y como la sangre comenzaba a rodearlo.

—Maldito animal, te lo merecías —dijo, y lo escupió.

Becka se bajó de la furgoneta, luego se arrodilló y lo acogió entre sus brazos mientras sus lágrimas se mezclaban con la sangre de Baxter.

—¡Estúpida niña!

Estaba como hipnotizado, ver a Gemma muerta, aún con los ojos abiertos y oír el leve lamento de Becka por su mejor amigo que poco a poco se desangraba. Solo guarde silencio ante la mirada amenazante de Buckley, pues no dejaba de apuntarme con su revólver. Cualquier movimiento no dudara en volarme los sesos.

—Me llevaré a la niña —dijo.

—No lo hagas, déjanos ir. No diremos nada.

Se echó a reír con la mandíbula apretada. Era una sonrisa tétrica, pero luego hubo un silencio total. El rostro de Buckley se contorsionó de repente...

—Se me olvido tomarme la medicina —dijo con una amplia y perturbadora sonrisa.

—Te lo suplico, déjanos ir.

—Derramaré su sangre sobre la tumba mi padre.

—¿De qué hablas?

Sus ojos reflejaban la maldad pura, no conocía otra cosa que la necesidad de matar, desgarrar y sembrar el terror.

—Tengo que hacer el ritual… Muy pronto amanecerá,

—¿De qué ritual hablas?

—Cada año, un catorce de julio y antes del amanecer sacrificamos a una familia... Es la lealtad a nuestro padre condenado por la humanidad.



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En el texto hay: misterio y amor, perros, drama

Editado: 08.02.2021

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